lunes, 24 de octubre de 2011

Flamenco para mejorar la vida

Palmas, voces gitanas y zapateos salen por las ventanas de una casa de la calle 12 de Achumani. Dentro, hay bailarinas con traje de volantes, peineta y floripondio amarrado al cabello. A un lado de la puerta de la calle, un cartel reza: “A ComPás. Escuela de danzas españolas”. Al otro lado, pone “Club Caribe”. El baile estrella de la escuela es el flamenco, pero también hay jota, muñeira y salsa en la parte caribeña. El maestro, que calza zapatos de taco grueso, es Yadir Vásquez, un cubano cuyos cuatro abuelos eran españoles. “¿Del sur?”, le pregunto, puesto que de allí es el flamenco. “¡Noooo! —exclama—. Del norte”. Eran gallegos. Por eso, a los siete años comenzó a bailar danzas de esa región en una sociedad gallega en Cuba. Sin embargo, allí mismo se impartían clases de flamenco y sintió el duende, un término habitual en Andalucía pero difícil de explicar: algo así como el don para este arte.

Estuvo bailando durante años, con una interrupción entre los 15 y los 20, porque comenzó a estudiar una ingeniería que nunca terminó. “Me llamó el baile y tenía la oportunidad de seguir estudiando o bailando, y decidí bailar”. A los 25 años pasó a formar parte del Ballet Español de Cuba, del que fue bailarín hasta el 2003. En aquel entonces, vino a Bolivia con una invitación para abrir una escuela de flamenco. Al poco de arribar, se desanimó y quiso volver a su tierra. “Y ahí llegó el amor”. Fue como una señal para quedarse.

Le costó adaptarse a la realidad boliviana. Aquí “el arte tiene muchas dificultades”, a pesar de que lo hay, y de calidad. “Admiro la capacidad de este país de conservar su folklore”. Pero debería recibir más apoyo, opina. “Yo vengo de un país donde la cultura es política de Estado”. Incluso, Yadir se planteó volver a Cuba una vez casado con Fara, codirectora de la escuela. “Después entendí que (Bolivia) es un país donde se pueden hacer muchas cosas y hay mucho por hacer”. Por ello, se sintió más necesario acá que allá y, gracias a la motivación que le dan sus aprendices, lleva ya ocho años al frente de su academia.

El baile como terapia

Cuando Yadir entra a sus clases, no sólo piensa en enseñar a bailar a sus discípulas (tiene alrededor de 90 alumnos de flamenco, sólo cuatro son varones), sino en cambiar y mejorar la vida de la gente y su manera de proyectarse, aunque eso no es exclusivo del flamenco, es parte de cualquier baile. “Su vida mejora a través de la danza. Se vuelven personas mucho más alegres (...) mucho más extrovertidas”. Lo que sí es exclusivo de este baile cuyo origen, aunque incierto, está en el sur de España, es que da una retribución emocional más profunda que cualquier otra danza, asegura Yadir.

La gente llega con aires tímidos a su escuela y la mayoría ha ido a ver algún espectáculo organizado por A ComPás y “le pica el bichito”, explica el profesor. Eso fue lo que le pasó a una de las chicas de la clase de nivel avanzado, Thais Vargas. “Vimos un espectáculo con mis papás y me encantó”. Ahora, ama este baile ibérico. Es difícil que las alumnas proyecten lo que sienten a través del flamenco. Pero, poco a poco, se empieza a entender la esencia.

Además, esta manifestación artística requiere fuerza, y eso no siempre es fácil. Hay que tener en cuenta, señala Yadir, que no es parte de la cultura boliviana a pesar de que ha tenido mucha influencia en bailes folklóricos de acá, como la cueca y la chacarera. Esas analogías entre la cultura de los dos países suelen estar representadas en los espectáculos que dirige Yadir, donde mezcla unas danzas con otras. “Aquí se respira España por tós laos y nadie se da cuenta”, opina, aunque sabe que decir algo así le acarrea críticas y discusiones.

“No somos gitanos, no nos corre por las venas, ni siquiera a mí. A mí me corre muñeira y jota por las venas y fabada y paella…”, bromea Yadir. Habrá, pues, un secreto para aprender a bailar flamenco. Eso fue lo que, años atrás, en Cuba, le preguntó a su profesor, Antonio Gades. Él respondió: “Trabajar”. Yadir se quedó esperando a que añadiera algo más, pero Gades permanecía callado. Así que insistió: “Sí, pero, ¿qué más?”. La respuesta fue: “Trabajar y trabajar”. El supuesto truco de “cojo una manzana, la muerdo y la tiro” no es más que “un estereotipo folklórico - turístico”, ríe Yadir. Bailar flamenco es mucho más que eso. “Lleva temperamento, pasión, voluntad. Mucho trabajo”.

Recuerda Yadir que cuando Antonio Gades fue a Cuba a representar Fuenteovejuna, los periodistas le señalaron, sorprendidos, que en su compañía había gente delgada, gruesa, bajita, calva… Él respondió que el flamenco es la expresión genuina de un pueblo y que, en los pueblos, hay gente alta, baja, delgada, gruesa… Por tanto, no hay que cumplir con ningún estereotipo para poder bailar esta danza.

Eva La Yerbabuena fue otra de sus mentoras. Ella le hizo ver que no es posible bailar mal el flamenco: “Al ser un modo de vida y un estado de ánimo, cualquier persona que salga a bailar flamenco, si está mostrando y está diciendo lo que siente, está bien”. Yadir coincide con esa definición del flamenco. Y eso es lo “que no se puede transgredir” a la hora de salir a bailar.

Lo que tampoco varía es el atuendo. Aunque los trajes y los zapatos se hacen en La Paz, siguen los patrones andaluces, pero es Fara quien los diseña. Y, cuando alguna de las alumnas viaja a España, no se olvida de traer discos de música flamenca, un vestido o una caja de peinetas.

“El flamenco, en su esencia pura, yo creo que sería demasiado denso para la cultura de acá”. Palmas y cante. Eso es el flamenco puro, incluso sin el baile. Pero, dentro de los distintos palos (tipos) de esta música, hay algunos que son más asimilables por el público que otros. Las soleás, los tientos... “Tienen que ser como el cherry en la tarta”. En mayores cantidades puede resultar pesado porque, explica el profesor, la gente no está preparada para eso, ni siquiera él que ama el flamenco. “Hay que ser gitano para sentir realmente lo que te dice” una de esas piezas. Y, si no se siente, no se puede bailar.

Más que un elenco, una familia

A Compás es una escuela vocacional. Por eso mismo cuesta, dice Yadir, arrancar un compromiso de la gente para crear una compañía de danza. En sus ocho años intentándolo, el proyecto se ha ido al traste en cuatro ocasiones. “Lo veo como ciclos”, se lo toma con humor. Pero la vocación puede más y lo sigue intentando. Tal vez, este año lo consiga. “No me he ido de aquí de Bolivia porque la satisfacción es mayor que la decepción”. Y entre sus logros, está el haber “reclutado” a Fara, que es abogada y pilar fundamental de la escuela.

A la par, A ComPás no es una academia convencional: presta sus instalaciones a un grupo de chicos llamados Mercenary B-Boys, que dan clases de breakdance. Se les ceden las aulas porque Yadir considera que sería “egoísta” no compartir lo que ellos tienen; así, “gana la danza”. Ellos van a hacer un número en el nuevo espectáculo de flamenco, llamado “Memoria Gitana” (en homenaje a Federico García Lorca, del que se cumplen 75 años de su muerte). En su línea, Yadir ve las similitudes entre los dos bailes: el break comenzaron a bailarlo las minorías étnicas de negros y latinoamericanos que vivían en los barrios marginales de Manhattan. El flamenco era parte de la cultura de los gitanos del sur de España y sólo ellos lo hacían y disfrutaban en sus cuevas. “Memoria Gitana” se presentará en el Teatro Municipal el 26 y 27 de noviembre, y el 3 de diciembre en el colegio Calvert.

La escuela también participa en proyectos sociales de una entidad bancaria en los que llevan el arte a jóvenes sin recursos. Además, ofrece becas a chicos y chicas para acudir a clases en A ComPás.

“Tenemos déficit de chicos”, dice Yadir. En su clase avanzada no hay ni uno. Sólo él sale a zapatear y a moverse frente al espejo mientras su alumnas, desde atrás, dan palmas y a una de ellas, española, se le escapa un “¡Olé!”. Ella es Berta. Lleva 13 años en Bolivia y, dice, a los 40 se animó a aprender flamenco. Y es que este baile es para todas, y para todos. A la escuela acuden desde niñas a señoras de 66 años. Y las ha habido más mayores, asegura Yadir. Cada uno tiene algo que aportar y así, poco a poco, se van tejiendo relaciones profundas a través de la danza, hasta formar una gran familia. Por eso, Yadir anima a la gente a que vaya a bailar, a probar ese estilo de vida y estado de ánimo.


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