— ¿A qué etapa de su obra corresponden los cuadros que expone en Altamira?
— Hay una pintura que es del 2006 y las demás son recientes, del 2010 y 2011, todas con técnica acuarela, excepto alguna que es con sepia, una técnica mixta.
— ¿Cómo ves el futuro de la pintura en Bolivia?
— Bueno, hay talento y voluntad entre los jóvenes, por eso mismo se inscriben muchos en la Academia de Bellas Artes. Generalmente a los jóvenes les gusta la vanguardia, pero si no conocen un poco de academia, si no van a ver el pasado, es difícil que puedan alcanzar niveles de excelencia.
— Muchas de sus obras están en colecciones particulares, ¿sabe quiénes las compraron?
— No, la verdad, no sé dónde están, porque cuando se trabaja con galerías, a veces el artista no llega a conocer a la persona que finalmente compra las obras. Por lo general, sólo el galerista lo sabe.
— Un músico, por ejemplo, siempre tiene su canción a mano, pero un artista plástico nunca más ve su obra...
— Pero sí se la puede documentar, es decir, tomar fotografías para hacer reproducciones posteriores, porque el artista no pierde la propiedad intelectual.
— Pero tiene una fotografía de la obra, no la obra misma.
— Sí, pero me puedo hacer otra mejor (ríe)… Es válido, como aprendizaje es bueno; siempre se puede mejorar, obviando ciertas cosas, ¿no?
— ¿Esto no podría ser considerado como una especie de autoplagio?
— No, además que en la historia del arte muchos han hecho algo similar, es decir, retomar temáticas, ideas, y pintar utilizando nuevas técnicas, más depuradas. Y, por otra parte, ¿qué es plagio?, ¿quién es original? Los artistas tiene derecho a hacer lo que quieran con sus obras, claro que también hay gente que produce, produce y produce, pero no propone nada, como si siguieran una receta a partir de una obra que llegó a tener éxito alguna vez.
— ¿Usted pinta series a partir de un tema o cada obra responde a una inquietud particular?
— He intentado pintar series temáticas, pero soy muy flojo, poco disciplinado… hago uno dos o tres cuadros con una misma idea y ya me canso, porque también uno vive distintas cosas, piensa distintas cosas, porque suceden cosas diversas, y, por lo tanto, debes plantearte diversas cuestiones sobre lo político, lo social…
— Lo político, precisamente, se nota mucho en algunos de sus cuadros, ¿hay un discurso detrás de esto?
— Es posible, sí. De hecho, tengo una mirada crítica hacia esa política multicultural que se ha reducido a mero folklore, que se ha limitado a la danza y a la música, y, al parecer, las otras artes no les interesan.
— Muchas de sus obras no llevan título, ¿por qué?
— Generalmente no lo pongo porque el título condiciona al espectador a que vea lo que el artista quiere, y no le permite hacer una lectura propia.
— En su pintura hay mucho humor, y eso es raro en la plástica nacional…
— Sí, empleo el humor bastante, muchas veces parodiando, como en Gericault en los andes – ebrios de poder (uno de los cuadros que expone en Altamira), donde también hay crítica al régimen; se ve un naufragio en el altiplano, en el Titicaca, porque no tenemos mar, y los náufragos están ebrios, de alcohol y de baile, esas cosas que ya cansan, ¿no? Tiene mucha simbología, pero siempre con humor.
— ¿Y por qué le disgusta tanto el folklore?
— Es que ya me ha cansado. Una morenada la tolero (en las entradas folklóricas), pero 10 ya aburren. Alguna vez he ido a las entradas, pero no las aguanto, ni siquiera con alcohol.
— Por lo visto, tus obras reflejan un pensamiento político.
— Soy parte de la política, aunque soy antipoder, de cualquier tipo, religioso, político o económico. Pero es inevitable tener una posición política, por más que uno no quiera.
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