lunes, 1 de febrero de 2016

Dioses de tinta de Adriana Bravo



En estas páginas está presente el venado de dos cabezas, uno de los dioses más poderosos, temidos y amados de la tradición Nahual, de México. Y no se trata de una metáfora: realmente está la divinidad. “En otro tiempo los dioses estaban presentes en casi todos los actos de la vida diaria, sin que hubiera una clara distinción entre lo natural y lo sobrenatural, entre la vida terrena y el más allá, entre los hombres y los dioses. Los códices pudieron haber sido creados como poderosos instrumentos rituales, cuyas imágenes no eran representaciones de dioses, sino ‘presencias’ de gran fuerza mágica que introducían, a quien se relacionaba con ellos, a un universo dinámico en que dioses y hombres escribían juntos sus destinos”, explica Adriana Bravo, una artista visual boliviana que ha investigado a través del dibujo, el video y la animación sobre los animales en nuestros sistemas de creencias, con énfasis en México y Bolivia, donde desarrolla su trabajo.

Precisamente, en su paso por el país, Bravo presentó hace una semana una exposición en el nuevo espacio cultural en Cochabamba, La Matraca (Trojes, camino a Tiquipaya), algunas piezas emblemáticas y registros de obra, en las que destaca esta relación entre lo humano y lo animal.

Si bien la tradición judeocristiana se ha encargado de separar bien a animales de humanos, la construcción de los dioses nahuales mexicanos —y se podría decir que prehispánicos en general, pues algo muy parecido ocurre en las culturas aimara y quechua— combina rasgos de diferentes animales, y los dota de un carácter susceptible de transformaciones.

Bravo apunta que “se trata de seres que no simplemente son, sino que devienen”. “Los dioses prehispánicos eran dioses proteicos, esto es, cambiaban de forma, de edad, de sexo y hasta de color dependiendo de sus funciones. La mayoría era poliforme, pero sobre todo dual. Este principio doble es uno de los fundamentos de la religión mesoamericana: Los dioses tienen un aspecto masculino y otro femenino, en una sola personificación o desdoblados; generalmente tienen un nahual o doble zoomorfo; son ancianos y jóvenes, sol de noche y sol de día, son benéficos o crueles, dadivosos y miserables a la vez. Aunque cada uno tenga un papel determinado pueden tener varios atributos y multitud de nombres y aun de vestimentas, según su función y lugar donde aparezcan. Decidí trabajar con las evocaciones de nahuales de los dioses, y así en la exposición tenemos sus representaciones mayormente zoomorfas. Por ello se eligieron 12 personificaciones de Dioses nahuales, los avatares animales de los dioses”.

Estos seres no solo representan rasgos del ser humano, son también sus fortalezas, sus sombras y se combinan como elementos de lucha. Si la iglesia judeocristiana —nacida de pueblos de pastores y pescadores— nos dijo que éramos corderos, las culturas prehispánicas hablan desde pueblos cazadores y guerreros; por eso abundan los jaguares, las serpientes y las águilas. Con el paso de la civilización, los animales fueron siendo desplazados por nuevos dioses. Sin embargo, Bravo advirtió que la selva de cemento resguardaba feroces nahuales que forman el alma de las urbes.

Así nació la pieza Errantes, un proyecto interdisciplinario en que trabajó con la animación y la ilusión de movimiento, desplazándola al contexto urbano. “Ciudad e imagen animada son los materiales de trabajo de esta propuesta de arte público que se desplaza en la frontera entre nuevos medios y técnicas analógicas, contexto social e intervención urbana. Este proyecto está constituido por un archivo de imágenes animadas ex profeso que posteriormente se digitalizaron, generando secuencias digitales intervenidas en tiempo real. El proyecto se apropia de la memoria visual urbana y genera un abanico de loop animados cuyo contenido es un conjunto de animales que representan un posible bestiario urbano simbólico que retoma animales prehispánicos: animales de poder”.

Errantes presentó dibujos en stencil animados y proyectados sobre distintos espacios en la ciudad. En la misma línea la artista fue desarrollando los dibujos de los nuevos dioses nahuales, divinidades que no habían sido representadas, como el venado de dos cabezas, este imponente ser que refleja el misterio del deseo y el peligro: el animal que ve altivo y seductor a su cazador antes de ser asesinado. Y este dios, a través de la gráfica de Bravo, ha regresado.

‘Errantes’, la animalidad sagrada

La imaginación colectiva es demasiado antropocéntrica para representar lo que es el mundo

Ramiro Garavito - Curador

Estar aquí, en la urbe, constituidos por pedazos infinitesimales, genéticos y conceptuales que no son los nuestros; pensar con las palabras de otros, antiguos, lejanos y extraños; decir lo que decimos con un lenguaje que comunica mundos y visiones de un pasado que nos vive; compartir sentimientos e ideales de una especie insaciable que se auto-inventó como humanidad no solo para diferenciarse de los animales sino para reducirlos, quebrantarlos o suprimirlos. Todo eso nos constituye, como en una visión impresa de un mundo cuya única realidad posible son las figuraciones de una imaginación colectiva, demasiado antropocéntrica para representar lo que el mundo es.

Si nos acercamos más a Errantes nos daremos cuenta de que, como le conviene a toda buena obra de arte, es el resultado de investigaciones y reflexiones varias.

Los animales que vemos en la obra no provienen solamente del conocimiento empírico que caracteriza a nuestro básico modo de aprehender la realidad, sino de aquellos conocimientos antiguos que la pedantería occidental convirtió en “mitologías” y “cosmovisiones” “étnicas”.

Esos animales tienen un carácter arcano, poseen las características de los nahuales de las grandes culturas mesoamericanas, son los animales que fundan esa animalidad interior —es decir: es lo particular que funda lo general y no a la inversa, como hubieran pensado Platón o los Padres de la iglesia— que nos constituye en tanto divinidad posible. Es nuestro único vínculo con lo sagrado, pero también es nuestro ser interior que nos guía, protege y caracteriza como individuo: la animalidad, en este sentido, es una entidad metamórfica que se deriva de su colapso, o de su concreción, en cada individuo.

Esa animalidad sagrada está en nosotros, pero también está en los animales domésticos o silvestres que amamos, maltratamos, sacrificamos o matamos todos los días. Son esos animales, algunos sobrevivientes, otros en vías de desaparición retinal, a los que convoca Adriana Bravo en su obra, al influjo de la imagen —no representada como lo hace occidente sino presentada—, para señalarlos y mostrar que están allí, con una vida distinta, recorriendo las calles, las pasarelas, los muros, las columnas y los relieves arquitectónicos de nuestras ciudades, y recordándonos nuestra animalidad perdida.




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