Mátame, por favor, de Eduardo Calla y Escena 163, es una obra de teatro dura, provocadora y provocativa, desagradable, enfermiza, cruda y salvaje, insoportable, repleta de violencia y lloriqueos (a ratos sobreactuados), con la “naranja mecánica” de Burgess-Kubrick en el imaginario de todos. Explotación psicológica y supervivencia, como en una obra de Sam Peckinpah y su hijo bastardo, Tarantino.
La hora y cuarto tiene un pilar sólido: la sobria actuación de Cristian Mercado, quien protagoniza un monólogo junto a los cuatro actores y actrices restantes (Patricia García, Anuar Elías, Rodrigo Reyes y Diego Toledo). Lo que hace Cristian es un auténtico tour de force liderando una banda-plan, como Álex en la citada novela-película, llevando la violencia a un hogar de clase media alta, para que un “niño bien” se ponga en los zapatos del miedo. En tiempos en que la inseguridad ciudadana se hace presente, el teatro boliviano reflexiona. Entremedio, los fragmentos de una novela autobiográfica que suponen un descanso de tantos gritos y golpes: digresión hermosa, pero incoherente.
En los momentos álgidos de estos “perros de paja”, junto a Cristian, la fuerza visual, los contrastes continuos (habitación blanca, cuarto “oscuro) y la videocreación de Álvaro Manzano que aporta un cierre “cinematográfico” que dialoga con esa estética particular de las pelis con carro de Martin Boulocq. En los ratos de bajón, un humor a contrarreloj, una falta de tensión sexual, una violencia exagerada, esperpéntica, con actuaciones desiguales-repetitivas y unos temas musicales demasiado naifs para el contexto de la obra.
En resumen, una obra desigual que vuelve a plasmar el talento gigante de uno de nuestros mejores actores del panorama teatral y cinematográfico. Mátame, por favor trae de vuelta a un dramaturgo y director, Calla, atrevido y audaz, que con un texto propio —después de varias adaptaciones— echa una mirada sobre nuestra sociedad, sus miedos y prisiones, sus taras y esa violencia en todo su esplendor que todo lo cohesiona.
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