Teatro de los Andes sigue siendo el plato fuerte del Fitaz. Y esta vez con el morbo de la etapa post César Brie de yapa. Hamlet de los Andes es una versión libre del clásico de Shakespeare con altos y bajos; siempre atrapando conciencias.
1. Padre: no es gratuito elegir una obra como Hamlet en este momento. La presencia-ausencia de Brie en el texto y su adaptación es notoria. Sin embargo, matando al progenitor, se afianza su presencia, pues la continuidad en cuanto a lenguaje-estética-identidad y poesía no se pone jamás en duda. Hamlet de los Andes, en este sentido, una obra de transición en la carrera del grupo de Yotala. La identidad mostrada con esas imágenes poderosas, esos elementos claves en la escenografía y ese “tempo” son sin duda de todos, de un trabajo colectivo.
2. Patria-poder: el segundo acierto es la propuesta de reflexión sobre Bolivia. Contra la vieja política: emparentando el padre y sus anticuados modos con el viejo régimen. Dudando siempre del cambio y el presente: “desencajado tiempo de cambios en un país donde algo huele mal”; “la locura de los poderosos debe mantenerse en vigilancia”; “marchas y marchas, pero todos estamos en paz”. Y esa canción punk-rockera con poderoso bajo (grande Lucas Achirico, David Arze y su música) gritando mentiras, todo es mentira. Incluso esa mentira es mentira. El Teatro de los Andes expone un retrato amargo de la realidad colocando las tildes en esos tiempos y eras sobrepuestos, abigarrados.
3. Teatro: cuando Hamlet de los Andes abandona su tono “hamletiano” y se pone a reflexionar sobre el oficio teatral, se pierde. Cuando se deja de lado el tono “shakespeariano” y se acelera-ralentiza con un tono monocorde, se pierde. Toda su fuerza visual y textual se apaga. La platea ríe los chistes sobre el teatro contemporáneo y “moderno”. Está bien. Y también se la pasa bien con la “Atraparatones” y la Luciana luchando como cholitas cachascanistas. Está mejor. La poesía se deja de un lado para cruzar sin ton ni son, de la noche a la mañana, a la parodia patética. Eso sí es una “copa envenenada”. Teatro dentro del teatro con no se sabe qué intenciones.
4. Puertas y mesas: si algo convence y permanece del sello Teatro de los Andes es su poderoso trabajo escenográfico, donde nada sobra, donde todo tiene un sentido y un lugar. Maestro Gonzalo Callejas. El hallazgo de la mesa es sensacional. Mesa de chupa, puerta-umbral donde todos entran y salen, féretro y saco de aparapita. Y las telas locas al viento. Brillante, como las actuaciones gigantes del trío (Callejas, Alice Guimaraes y Lucas Achirico). Una parte de mí ama con pasión y alegría esta versión de “Hamlet” del Teatro de los Andes, otra la odia por revanchista y dispersa. El resto es silencio.
Ricardo Bajo es periodista.
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