Una nueva etapa vive Teatro de los Andes. Mucho han cambiado en los dos últimos años las circunstancias de este grupo que influyó decisivamente en la forma de abordar el teatro en Bolivia. Uno de sus creadores y cabeza visible desde aquel 1991 en que llegó al país, César Brie, vive en Italia mientras espera que parte de las tierras compradas en Yotala (Chuquisaca) se venda. Apenas la operación se concrete, todo nexo con sus antiguos compañeros se habrá roto.
Giampaolo Nalli es el único que queda del trío que arribó al país en agosto de 1991 con la intención de construir una comunidad teatral en Cochabamba, y que finalmente recaló en Yotala. Junto a Brie y Nalli estaba Naira González, quien se marcharía poco tiempo después, luego de haberse llevado al escenario la primera obra creada en Bolivia: Colón.
En febrero de 1992, tras un taller realizado en Sucre, se unieron dos bolivianos: Lucas Achirico y Gonzalo Callejas, que por entonces apenas dejaban la adolescencia. Por ese tiempo, siguiendo a Brie desde Europa, habían llegado también los italianos Filippo Plancher, Teresa Dal Pero y el español Emilio Martínez.
Como recuerda Nalli, sentado en el comedor de la casa y rodeado de los actores, si eligieron Chuquisaca fue porque al llegar a Sucre por vez primera, en 1991, se toparon con el Festival Internacional de la Cultura. El movimiento era intenso esos días, inclusive unas 200 personas irrumpieron en medio del monólogo que Brie presentaba, pues no querían quedarse fuera. “Fue un engaño”, como pronto verían, pues “la cultura en Sucre avanza a duras penas: el centro Pachamama que nació con gran impulso, ha cerrado por falta del apoyo oficial que se le había prometido; el museo de Asur fue obligado a buscarse otra casa; los grupos de teatro no dependen de Sucre para existir”.
Pero mientras el espejismo duró, el trío encontró otro motivo para elegir Chuquisaca: una antigua finca estaba en venta en Yotala (población rural ubicada a 17 km de Sucre). Tenía una casa, además de amplio espacio para construir, una huerta, árboles… La compraron y, mientras avanzaba la albañilería, se alojaron en la capital. El 17 de julio de 1992, cuando el dinero ya era poco, todos se trasladaron a Yotala y comenzaron a preparar Colón.
La obra se presentó en La Paz, con actores músicos, cantantes y acróbatas, con humor punzante y un despliegue de imágenes, y las reacciones fueron de sorpresa, de fascinación, aunque hubo voces que criticaron que eso ya se hacía antes en Europa. Inclusive, alguien llegó a dudar de la presencia de los dos bolivianos, al considerar que esos chicos de rostros andinos —un aymara y un quechua— no eran sino un adorno para justificar el trabajo hecho por extranjeros.
En aquella obra se aplicó ya la que constituye —lo tiene muy claro el grupo— la esencia de Teatro de los Andes: la creación colectiva, guiada, en su papel de director, por Brie; pero “innegablemente colectiva”.
En ese tiempo, la gente de Los Andes sobrevivió comiendo todos los días la acelga que se cosechaba de la huerta. “Pasamos hambre”, dice Nalli, el único que no tiene nada que ver con el teatro, pero, hombre de izquierda como es, se unió al proyecto deseoso de cambiar el mundo por uno más igualitario y Brie le mostró que la cultura podía ser un camino.
Hambre había, pues, y mucha. “Pero no me importaba”, dice Lucas Achirico; “lo que hacíamos me llenaba porque era algo tan diferente y me gustaba tanto, que no pensaba en otra cosa”.
Y el tiempo pasó, hubo gente que se fue, otra que llegó; las obras fueron sucediéndose y atrayendo cada vez a más espectadores, dentro y fuera del país: Las abarcas del tiempo, Ubú en Bolivia, Gra-ffitti, Frágil, La Iliada…
En 2001, en los diez años de Teatro de los Andes, hubo festejo: por los aplausos, las giras, la constancia. Pero eran ya días amargos los que se vivían en Yotala.
“La crisis estalló con La Iliada, una obra de gran violencia que tuvo la virtud de hacer aflorar los problemas de la convivencia”, según Nalli, y fue entonces que “César comenzó a irse de a poco”, apunta Alice Guimaraes. Ésta última se integró en 1998 y, si bien no vivió la etapa de la acelga, pasó la de la sopa, “todos los días sólo sopa, que yo veía, al salir de la sala de trabajo, como un privilegio”.
Con problemas de relaciones interpersonales muy fuertes y todo, que empujarían a la salida de Teresa Dal Pero, una de los pilares del grupo, hubo más obras: Un sol amarillo, Otra vez Marcelo, 120 kilos de jazz, ¿Te duele?, La odisea… “No está mal para un grupo en crisis”, coinciden los actores.
Brie, que para entonces ya estaba casado y con dos hijas, decidió que no iba a seguir más. El 25 de febrero de 2010, mediante solicitada en los diarios, confirmada desde Yotala por Nalli y el propio Brie, se selló la separación.
Nalli, que, como desde el principio, es el administrador de Los Andes, hace notar que hubo distintas crisis en el grupo. Una primera fue cuando se marchó Plancher, otra muy fuerte, cuando se alejó Dal Pero; pero la más intensa se vivió tras la separación de Brie.
Tan fuerte ha sido ese momento, “que todavía nos estamos acomodando; hemos necesitado mucho tiempo para ubicarnos, también físicamente en la casa. Lo que ha quedado (un 30%, más o menos, de toda la propiedad) no es mucho; pero está bien”.
Esa parte conserva la sala de ensayos y de presentaciones, la capilla que se usa para ejercicios vocales, las habitaciones para albergar al grupo y a los visitantes y talleristas, además de los servicios necesarios (cocina, comedor, baños). Para entender lo que pesan los detalles cotidianos, baste señalar que el pozo de donde se extrae el agua ha quedado del lado que está en venta, así que aún se está buscando las alternativas. “Lo vamos a solucionar”, tranquiliza Callejas.
Esto mismo ha llevado al grupo a buscar residencias aparte en Sucre. Además, Callejas y Guimaraes han formado un hogar y tienen una niña, María, de ocho años de edad. Y Achirico se casó con una artista polaca que colabora con el teatro, Danuta Maria Zarzyka, y ambos son también padres de una niña, Naomi.
Como las hijas tienen que ir al colegio, al ballet, al gimnasio, los padres hallan más cómodo vivir en la capital. Y Nalli también ha hecho allí su espacio. Eso sí, cuando llega la hora de los talleres o de preparar una obra, todos se trasladan a Yotala.
“Los cuatro tenemos que definir nuestra vida, desde la artística hasta la práctica, con las dudas y la inseguridad que cualquiera tiene”, resume el administrador. Y, como ante el momento más trágico que se vivió en 2001, “cuando todos los que estaban haciendo La Iliada querían irse”, lo que les impulsa a seguir es el tener la consciencia de que “provocamos algo y de alguna forma somos responsables también; no digo que nos quedemos porque hay mucha gente joven a la que motivamos a hacer teatro, sino porque no queremos ser como muchos extranjeros que vienen, provocan y se van”.
Nueva obra, pronto y buena
Para encontrarse y afirmarse en la nueva etapa, una vez que decidieron que iban a continuar, “lo único que sabíamos era que teníamos que hacer enseguida una obra y que necesariamente tenía que ser buena”. La creación colectiva no estaba en discusión, pero sí el proceso que llevó —según perciben Achirico, Callejas, Guimaraes y Nalli— a las insalvables diferencias con Brie.
Y ese algo responde a la necesidad de que se reconozca, como parte esencial de Los Andes, el aporte de cada uno de los crean la obra. “No más ‘La Iliada de César Brie’ —como escribieron las decenas cientos de artículos de prensa, aquí y en el extranjero—, porque no es de una sola persona. Todos contribuimos a armar ésa y todas las otras creaciones ”.
Así ha nacido Hamlet, de Los Andes, para cuya dinámica de montaje invitaron a Diego Aramburo, un hombre de teatro “que fue muy valiente para aceptar trabajar en un sistema que no es el suyo; sufrieron todos, pues aquí no hay el ‘traje este texto para que lo hagan’, sino que se va construyendo en la escena, con propuestas y contrapropuestas”.
Guimaraes resalta el hecho de que todo ello lo alimentó Brie. “Nos enseñó a trabajar de esta manera. Siempre dijo que lo que sus actores proponían era mejor que lo que él tenía en mente. Nunca se hizo problemas para escribir y reescribir los textos hasta diez veces si nosotros sugeríamos nuevas cosas. Él, por supuesto, tenía el conocimiento y el talento para armarlo todo”.
Hamlet de Los Andes se estrenó en el festival chileno Santiago a mil, el mes pasado. La crítica ha aplaudido una obra que pone al personaje shakesperiano en el mundo andino. Lo que no ha dicho del todo es que la elección de Hamlet tiene que ver con el tema de la pérdida, del padre que se va, de los fantasmas que todavía rondan… Un exorcismo para definir una identidad que los cuatro que quedan están empeñados en descubrir y forjar.
Paolo, el italiano
Hace 21 años que es parte de Teatro de los Andes. Es el soltero del grupo, el que no tiene hijos ni familia cerca. Es italiano y seguirá siéndolo, pues ha decidido no solicitar la nacionalidad boliviana. Él cuida la economía del grupo y nunca entra en la sala mientras se prepara una obra. La ve cuando los actores deciden mostrársela, pues le consideran uno de los críticos más exigentes.
“Me he preguntado por qué nos quedamos los miembros más antiguos —reflexiona—. Hubo mucha gente que fue parte del grupo y no está. Y creo que es porque los que pasamos los primeros años lo hicimos de una manera especial. Era una vida dura, pero sentíamos que valía la pena. Los que llegaron después no encontraron el paraíso, pero sí muchas cosas que ni imaginábamos tener. El haber pasado hambre nos ha unido, nos ha hecho defender el proyecto e incluso equivocarnos en ciertas cosas que por defenderlo no vimos”.
Con todo, “no hay ningún otro grupo que haya logrado vivir por 20 años, en un país como Bolivia y otros vecinos, sólo del teatro”. Esto que ha “servido para nosotros, también sirve para otros: para que sepan que se puede”. Sobre los problemas personales, que empezaron a tener un peso mayor con el tiempo, Nalli admite que “no logramos armar una respuesta; no la tenemos todavía. Necesitamos ver cómo conciliar las exigencias personales manteniendo la mentalidad de grupo”.
Una necesidad esencial, porque “yo creo en este tipo de trabajo, no en el individual. No se trata de pensar lo mismo, sino de confrontación, de discusión, de ideas diferentes, para que de ahí nazcan las cosas. Por eso quisimos reunir a gente de todo tipo de cultura. Yo sigo compartiendo a diario con mis amigos quechua y aymara y no me convierto en ellos. Esto es lo grande de Teatro de los Andes, por lo que hicimos obras buenas: había un gran director y maestro de la puesta en escena; pero también chicos fantásticos para inventarse las cosas”.
En La Odisea, la última obra que se trabajó con Brie, “Gonzalo se encerró un mes en el taller, y cuando mostró a César lo que había logrado: esa escenografía con cañas que cuelgan y se mueven, él dijo: ‘Ya sé cómo hacer la obra’. Sin este aporte, y los de cada actor, César hubiese hecho La Odisea, pero otra”. Otro factor del grupo, muy importante, “es que trabajamos pensando en vender la obra. Yo no entiendo a los artistas que preparan algo para presentarlo dos o tres días en el Teatro de Cámara y a otra cosa. Quizás porque si nosotros no vendemos no vivimos, nos preocupamos porque la obra llegue al público, a la mayor cantidad de éste. Tal vez nos animemos a hacer un taller para comunicar cómo abordamos este aspecto”.
Gonzalo, el quechua
Gonzalo Callejas nació en Uncía, región quechua de los laimes. Aprendió a hablar ese idioma gracias a su abuela. Cuando sus padres, dos maestros, migraron a Sucre, Callejas tenía seis años. Con ellos recorrió varias provincias y alimentó su oído musical, a la par que aprendía a tocar instrumentos como su propio papá. A la hora de elegir una carrera, el joven pensaba en Ingeniería mecánica o Arquitectura; pero ésta era muy costosa, así que comenzó con ingeniería mientras hacía música. En febrero de 1992, “ensayaba en una sala contigua a otra donde había un taller de teatro; me asomé por curiosidad, pues nunca antes me había interesado el teatro, y no recuerdo cómo es que logré entrar. Al terminar, me plantearon unirme a un proyecto que no entendía bien de lo que se trataba; pero me resultaba interesante por la vida en grupo para hacer arte todo el día; rarísimo. Y acepté también porque quería salir ya de mi casa”.
Su intención era quedarse un año, “pero al cabo de éste me sentí como atrapado. El teatro me abrió muchas más posibilidades de las que imaginaba que iba a ser mi vida. Creo que hubiera sido un buen ingeniero mecánico, hubiese inventado algo, no sé. Pero el sentido del arte adquirió una forma muy precisa, muy clara, el hecho de ser un artista más allá de hacer teatro inclusive. Eso me conmovió muchísimo y es lo que hasta ahora me mantiene”.
Además, si “me alejé de mi cultura siendo un niño todavía; el teatro me ha permitido regresar un poco a eso, a encontrar mis raíces”.
Gonzalo se ha convertido en el actor más fuerte y versátil. Su feroz Aquiles tanto como sus diversos personajes en La Iliada —el viejo Ulises, pero también el estrambótico Menelao— son la prueba de su talento. Pero no sólo. La música y la escenografía tienen mucho de sus aportes que no se quedan en ideas, sino en el trabajo con las manos de quien es nomás un ingeniero mecánico.
Sobre la esencia de Teatro de los Andes, Callejas argumenta: “Se puede definir desde lo ideológico por el hecho de estar aquí, de tener un compromiso con este país a través del teatro. Por eso es tan difícil tomar ciertas decisiones”. Pero “la esencia somos nosotros, los que quedamos, cada uno con sus diferencias, su cultura, sus dificultades, sus necesidades. De ahí partimos, del grupo. Ahora tenemos más responsabilidades y debemos estar a la altura, estudiar bastante, pues, bien o mal, seguimos siendo referentes de muchas cosas”.
Alice, la brasileña
Quince años han pasado desde que Alice Guimaraes dejase su departamento propio en Brasil y su trabajo en una compañía de teatro para llegar a Yotala como alumna de un taller de 15 días. Y 14 desde que aceptó seguir otro taller, esa vez de un año, y luego quedarse con Los Andes. “Cuando encontré al grupo, pensé que era mi salvación. Es cierto que estudié en una universidad, que estuve un año en Europa, que hice obras, fui de gira; pero yo quería hacer teatro de verdad, no sólo demostraciones de unos cuantos días”.
Y se quedó en Yotala y hoy es una de los cuatro soportes del grupo. En medio de los problemas, “creo que lo que mantiene a la comunidad no es el carácter de las personas, sino el interés, un objetivo mayor que te hace ver que los sacrificios valen la pena para hacer lo que quieres hacer”.
En los primeros años, en la casa había muchísima gente: el grupo que preparaba La Iliada, una directora italiana profesional y un chico de 18 años que daba sus primeros pasos, una secretaria, dos cocineras… una fauna. Y hubo poquísimos conflictos. ¿Por qué? Había una cosa mayor: el trabajo; trabajábamos tanto y esto nos aportaba de tal manera que se pasaba por encima las cosas menores de la convivencia. Había algo tan bien establecido que no tenías dudas. Te das cuenta de que algo ha cambiado, cuando quieres hacer otras cosas, cuando esto del grupo ya no es suficiente”.¿Existe ese ‘algo’ todavía? “Lo estamos recuperando”.
Lucas, el aymara
Lucas Achirico vino al mundo en La Chojlla, zona minera de los Yungas paceños. Su madre lo trajo a La Paz y lo alejó de un padre al que, por tanto, apenas conoció. Pudo haber sido un chico problema, como tantos que él vio en El Alto, cuando su interés por la música lo llevó hasta un centro donde le comentaron que había un buen profesor. Era el Hogar Albergue para Menores Abandonados que dirigía Stefan Gurtner (que luego crearía el grupo de teatro Ojo Morado). Allí formó un conjunto que salió de gira por el país y llegó a Sucre en el mismo momento, 1992, en que Teatro de los Andes dictaba un taller. “Un gringo, no recuerdo si sería César o Filippo, me dijo que mi música les había gustado y me invitaron a unirme a ellos: me becaban inclusive”.
Fue así que “comencé a descubrir el teatro que, con el tiempo, se fue haciendo más importante en mi vida”.
Como han dicho “mis compañeros, al principio era muy duro. Me acuerdo de una anécdota: cuando llegamos a Yotala, nos hicimos conocer por la gente del lugar a través del fútbol. Cierta vez, para poder jugar un domingo, armamos el equipo, pero no teníamos camisetas ni dinero para comprarlas. Cada uno buscó una polera blanca y le cosió el número. El árbitro no quería aceptarnos y la gente no creía que los gringos no tuviesen plata para camisetas. Al final jugamos y fuimos felices de sentirnos así, como un equipo”.
Por eso, pese a que Lucas pensaba quedarse máximo un año, terminó convirtiéndose en un actor indispensable y en el compositor del grupo.“Nos fuimos formando a nivel artístico y personal. Quizás hablar de lazos de amistad es poco, creo que va más allá. ¡Y somos tan diferentes! Creo que logramos encontrar una forma de que este proyecto, con todas sus diversidades, se vuelva fuerte. Hubo muchos momentos de crisis y cada uno ha renunciado a muchas cosas; pero no se siente que se haya perdido algo”.
La madre de Lucas asiste a ver las obras. Y está orgullosa de su hijo y de su nieta mezcla de sangre andina con polaca.
Que el actor tiene entre manos un instrumento importante, lo descubrió cuando, en su breve residencia en el pueblo de Yotala, junto a su compañera, se vio en medio de terribles historias de violencia doméstica. Se sintió comprometido con la suerte de niños y mujeres, sus vecinos, y entonces surgió la idea de crear una obra. Así nació ¿Te duele?, que se preparó en el grupo, y donde Lucas y Danuta desnudan, desde un cuadrilátero, los extremos a los que puede llegar un matrimonio.
Plurinacionalidad
¿Es, Teatro de los Andes, algo así como el estado plurinacional con que sueña el país? Podríamos decir algunas cuantas cosas, bromea Nalli. Y ya en serio retoma el tema del grupo, “el punto clave, en el sentido de que necesitamos, después de tantos años, decir cuál es nuestro tipo de labor, el propio, el que hemos construido, el que es conocido sólo en cierta medida”. El trabajo “de creación colectiva que no anula las individualidades, que las integra, que no tiene a nadie por debajo, como una pirámide; es lo que ahora queremos reivindicar”.
Por eso, y porque el mundo alrededor de Teatro de los Andes exige todavía la voz del director —“siempre nos preguntan, ¿y dónde está César, dónde está el director?, como si nosotros no pudiésemos hablar de nuestro propio trabajo”, dice Guimaraes— , Hamlet de Los Andes intenta volver a las raíces: no hay una persona dueña de la obra: la dirección es también compartida: Diego Aramburo, como batuta invitada, y todo el grupo.
Hamlet, de Los Andes
La muerte del padre. Una de las pruebas de la vida a la cual cada uno de nosotros es llamado. Pero, ¿qué pasa cuando la muerte no basta para cerrar la relación, cuando uno es perseguido por fantasmas que insisten en no hacer las paces con los que quedan vivos?
Nuestro Hamlet es un hombre de hoy que, como el personaje de Shakespeare, ha perdido la comprensión del “sí mismo”. Por su formación escolástica y academicista, Hamlet debería aceptar la muerte de su padre y pasar a lo siguiente, pero la visión del fantasma lo obliga a enfrentarse con otra concepción del universo. Siguiendo la sombra del espíritu, Hamlet consigue atravesar la puerta del desconocido, empezando un viaje que pueda acercarle a sus ancestros y a sus raíces. Descubriendo todo lo que la racionalidad llamaría sueño, fantasía, misterio, superstición o quizá locura, Hamlet espera poder encontrar una respuesta a sus dudas. Vivir, morir, tal vez soñar. Mientras su cerebro viaja en el más allá, el mundo real se agrieta a su alrededor y lo que queda es un vacío que no se logra nombrar. Así, la frustración y la pérdida de raíces desatarán en Hamlet una crisis existencial que lo sumergirá en el alcohol.
¿Quién es Hamlet? ¿Soy yo, o eres tú? ¿Es cada uno de nosotros, que nos preguntamos quiénes somos en realidad?
¿Es Hamlet el propio Teatro de los Andes?
Ser o no ser, ésa es la cuestión. Ser qué, quién y cómo.
Hamlet, de Los Andes presenta el texto shakesperiano como lo perciben los ojos de los actores que lo ponen en escena. Las dudas de Hamlet llegan a romper los confines del personaje para cuestionar a los mismos actores en el escenario, abriendo la obra a una lectura metateatral, compartiendo con el público un espectáculo que encarna la paradoja del teatro mismo.
Teatro de los Andes
En la sala de Kirk Douglas
En un sol amarillo, memorias de un temblor, se presentó en 2007 en el teatro de Kirk Douglas, en Culter City (Los Ángeles, EEUU). El actor, que rara vez ya acude a las funciones, fue al debut y quedó deslumbrado. Se acercó al camerino, felicitó a los actores, les dijo que ése era realmente el teatro que quería ver, que lo habían conmovido y luego les envió una carta conceptuosa que el grupo guarda entre sus recuerdos.
Un clip de esa presentación se halla en YouTube. Las personas que lo han visto comentan: “Guau”; “Vi esta obra en República Dominicana y realmente fue fenomenal. Cuánta calidad, ¡excelente!; “Does anyone know where I can go see this play? or see these actors in theatre? I love it... I'm from Orange Country, California”; “Lucas Achirico gran actor y el Teatro de los Andes de lo mejor que he visto en mi vida”; “It's a tremendous honour to be internationally represented by them”.
Procesiones, talleres, libro
En medio del verde de los árboles y arbustos, que en esta época del año muestran su esplendor luego de las lluvias, se halla la antigua hacienda de Lourdes.La propiedad, de antiguo terrateniente, era mucho mayor, se dice. Los descendientes fueron repartiéndose las tierras y una parcela es la que adquirieron Brie, Nalli y González en 1991.
El lugar mantenía la casa central y una capilla privada dedicada a la Virgen de Lourdes. La imagen sacra, junto a la de la niña Bernardita, que se dice que atestiguó la aparición en Francia, es parte de lo adquirido por los teatristas. Éstos han respetado esa presencia, así que Virgen y pastora escuchan sus ejercicios vocales de preparación.
Hubo, además, un tiempo en que se revivieron las procesiones en honor de la Virgen. Gente de teatro al fin, las ceremonias se armaban en grande, con la gente del pueblo, sobre todo los niños y jóvenes. En zancos, con música y cánticos, las imágenes eran llevadas al templo de Yotala y luego devueltas a su altar en la casa. Hace tiempo que los viajes del grupo han interrumpido tales actos, que crearon un nexo con sus vecinos; pero existe la disponibilidad de retomarlos, hace notar Gonzalo Callejas.
La casa se encuentra en un lugar conocido como San Roque, separado del pueblo de Yotala por el río Cachimayu, que justo a esa altura se forma por la unión de otros dos: el Totacoa y el Quirpinchaca. En época seca, moverse entre Sucre y Yotala es fácil, pero cuando el río crece, la gente de teatro sabe que debe aislarse en la casona.
La propiedad no es sólo la sede de Teatro de los Andes, sino un lugar de destino para artistas y amigos del grupo. Por supuesto, también ha permitido acoger a talleristas, como los 15 jóvenes latinoamericanos que, con el apoyo de Iberescena están viajando para aprovechar experiencias de la región: estuvieron antes con Candelaria, de Colombia, y luego en Yotala.
Asimismo, una actriz brasileña que prepara una obra sobre la pintora Frida Kahlo ha pedido la colaboración de Los Andes para el montaje.
El grupo recibe a la gente, la que en cambio aporta para el sostenimiento de la casa: mientras vive en ella, se comparten los gastos, pero además se organizan para cocinar, lavar la vajilla y limpiar baños y habitaciones.
Otro proyecto en marcha es un libro sobre la preparación del actor en Teatro de los Andes. La dramaturga italiana Giulia D’Amico está encargada del texto. Esta joven, que descubrió al grupo en una de las giras por Europa, ha documentado el trabajo por años ya y ha vivido en distintos periodos con el grupo. Siguió muy de cerca el montaje de La Odisea —por ejemplo, su idea del perro de Ulises que habla fue aceptada por Brie—, y ahora, para Hamlet, es la asistente de dirección y dramaturgia.
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