jueves, 29 de marzo de 2012

FITAZ ‘En silencio’: escuchando lo esencial

El silencio está pasado de moda. Es algo raro. Antiguo, anticuado. Es difícil de encontrar. Es un artículo de lujo, caro, muy caro. Todo es ruido. Y voces, y gritos: vivimos en el reino del tumulto. Decía Miles Davis: “El silencio es el ruido más fuerte”. Pero es el ruido el que a todos nos molesta. El que nadie escucha. Confucio, con su sabiduría, remata: “El silencio es el único amigo que jamás traiciona”.

Es sintomático que uno de los grandes dramaturgos de la historia —Samuel Beckett— abandonara la palabra y se refugiara en el silencio en las últimas obras teatrales de su vida. Un guiño a su parquedad patológica. “La escritura me ha llevado al silencio”, dijo el dublinés en una entrevista.

Tres de esas piezas son las protagonistas de la puesta en escena de Comunidad Teatral Imákina. Actos sin palabras I, Actos sin palabras II e Ir y venir fueron presentadas el lunes y ayer en el marco del Fitaz 2012. Cuarenta minutos de un silencio escéptico (beckettiano), interrumpido por el ruido molestoso de un centenar de palabras en el último ‘dramatículo’.

Unos 100 aficionados al teatro en silencio, escuchando lo esencial. Catorce silbidos, un clown triste y solitario, cuatro empujones desde la nada, una palmera, cinco cuerdas y tres cajas. Una soga y unas tijeras. Dos manos. Es Actos sin palabras I. La obra del irlandés revolcada en el mundo del clown que esta vez llega para traernos no la risa, sino lo absurdo de lo humano, el fracaso de lo cotidiano, la derrota, la muerte de la esperanza.

¿El silencio cura? Dos clowns se visten y se desvisten. Se arropan en sacos polvorientos, se acurrucan y se acuestan. Comen, toman sus pastillas. Mientras uno duerme, el otro despierta. Es Acto sin palabras II.

Y tras media hora de silencios, donde los tres actores (Mario Aguirre, Luis Caballero y Luis García-Tornel) despliegan su trabajo corporal, sus técnicas y sus particulares modos de clowns mudos gritando desesperación, llega la tercera obra breve y sus palabras. En Ir y venir se cuentan 127 palabras. Tres mujeres con anillo charlan sobre el pasado en el patio, sentadas en un tronco. Frases entrecortadas, fragmentos, como siempre.

¿Cuándo se vieron la última vez Flo, Vi y Ru? No importa. Parece que están iguales, como siempre. Se toman de la mano y sueñan con el amor. Se cuentan chismes al oído. Pero luego callan. “El silencio es la peor mentira”, dijo otra vez el bilbaíno Unamuno. Y así, deciden no hablar del pasado y de lo que después pasó. Callar para no recordar, para no traicionar, para no perder, para no quedarse solas. “Callar es mentir”, añade Espinal. Y tomarse de la mano para sentirse vivas. Y con anillos. ¿Se puede decir tanto con tan pocas palabras? El silencio traiciona, grita y duele.

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