No hay forma estética sin significado. Toda pintura conlleva forma, compleja o simple, figurativa o abstracta. La forma figurativa o abstracta posee significado. El pintor hace retratos de naciones bolivianas, llamadas antaño etnias por aludir a los pueblos, variedades culturales, modos de ser y vivir, de apropiarse del entorno. Y hasta se crearon museos de las etnias y el folklor. Sean naciones o etnias, lo que importa es que el pintor pinta gente de los pueblos, siempre de modo distinto; cada mano, una expresión, cada expresión, un sentido.
Mujer andina del campo lleva a cuestas una carga; del bulto asoma el rostro, agobiado por el peso de lo que carga en la espalda, del pesar de la existencia. Brilla el fardo cual si fuera un pedazo de hojalata que deja apenas visible un puño de chuñus secos, cosecha para vender en una feria incierta. Las manos ¿dónde están? En la mente del que observa o quizás bajo el manto, que apenas sí se insinúa en la caída de pliegues, en un gris difuminado que omite con intención la tierra del altiplano.
Vidal Cussi, de La Paz, es artista no común. Sugiere con las ausencias, irrumpe con la violencia. Una rotura en el cuerpo, como huella de explosión, justo donde el torso va, el nudo amarre o la mano que debe estar tan cansada como ese cuerpo encorvado. Ahí, justo en el hueco se asoma el horizonte, rayos del atardecer, donde brilla intenso el fuego que al expandirse en el cielo, rosa tenue en machones, un fondo sutil se vuelve. Paradoja es la figura que enfatiza ese contraste.
No hacen falta pinceladas; piernas, pies, son mera idea. Vidal pule su idea, que el ojo mire el esfuerzo de los años de labor, de búsqueda del sustento, pese al título mordaz: “El amor de caminante”.
Otro rostro de mujer, como si fuese un recorte del instante retenido, nos deja imaginar más de lo que ella otea. Buscará algo en lontananza, en un espacio abierto: un rebaño, un pastor, un camino, una montaña. Con fondo de gris muy tenue, el ojo no se distrae, más bien debe escudriñar en cada rasgo insondable. El mirar, la boca, el ceño, las líneas en paralelo. Son marcas del tiempo ido, en color que el sol a plomo da a los que viven allá, en la planicie infinita, o entre sierras onduladas, donde el aire es puro, frío, y donde el alma se expande en cuatro rumbos distintos, y el cielo es azul intenso. De qué sitio es la mujer. Su sombrero de campana, de lana pura de oveja, alude a la región. De Chuquisaca a Oruro, sólo cambia el ribete. Con el título su autor, Manuel Molina Baspineiro, alude a su intención: “Mirada del tiempo”.
Molina va por edades del género femenino, y en formas de lo espontáneo, esencia del sentimiento, se traslada al extremo de una expresión sonriente. Si nos mirara de frente, la joven de trenza atrás, perdería el encanto. Los pómulos pronunciados, con el rubor natural, y su chompa cuello alzado, de listados coloridos motivan a simpatía. Es fresca, se sabe bella.
Entre lo complejo y simple, mayor atención requiere aquella forma que aporta más elementos extraños. Polisémica le llaman por el reto a descifrar lo que nos quiere decir. Vidal Cussi y Manuel Molina, con su modo de expresar, son creadores muy distintos. Algunas de estas obras pueden verse en el Museo de Arte Contemporáneo Plaza, de La Paz.
*Historiadora del arte. Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco.
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