domingo, 24 de julio de 2011

Invitados a ser parte de Los B.

Foto: Archivo - La Razón
FUNCIONES• Está cada sábado y domingo en el Centro Sinfónico.

La mano de director de Percy Jiménez es una de las más sólidas que tiene el país y obra que pasa no hace sino confirmarlo. Para quienes no lo sepan todavía, valga resumir algo de la trayectoria de este teatrista. Comenzó, como muchos de su generación, en las aulas de la Universidad Católica Boliviana. Saltó al ruedo con grupo propio (Teatro Duende) y en cierto momento decidió buscar un camino arriesgado como migrante en Buenos Aires, siempre en pos de aprender y experimentar en el teatro. Hoy, con un bagaje de conocimientos y práctica, el trabajo de Percy Jiménez tiene la serenidad de quien sabe lo que busca cada vez que pone algo y a alguien en el escenario.

Con Mis muy privados festivales mesiánicos Jiménez lució su capacidad para apropiarse de un texto dramatúrgico, dándole inclusive un giro de género: no hay actrices para lo que deseaba explotar, pues existen actores que bien pueden servir de espejos para explorar en la dimensión femenina sin necesidad de nada más que de actuación.

Ahora, fascinado por la obra de Thomas Mann, ha querido traducir una novela suya (Los Buddenbrook) al lenguaje teatral para crear la primera parte de una particular mirada de la historia política y social de la Bolivia de los años 80 en adelante. Los B. Apolíticas consideraciones sobre el nacionalismo es el volumen 1.

Sumidos en la parte más ruinosa de la otrora casa de una influyente familia, el sótano, los b. (¿los bolivianos?) se han reunido para celebrar su caída. Los fragmentos de la memoria de cada uno se van articulando y fijando, como pasa con la pantalla de video en la que se detienen los gestos, caprichosamente.

El público, muy próximo al espacio escénico, es testigo del recuento de la decadencia de esa familia; pero sobre todo es desafiado a aportar con la propia memoria para darle sentido a los nombres que se van deslizando —Hugo, Jaime...— y que son parte de la historia no poco deprimente del propio país. En otras palabras, no hay obra digerida, sino una propuesta en la que el espectador debería poner de su parte.

Mérito de la dirección y del diálogo entre los actores, algunos de los cuales comparten ya larga experiencia, Los B. crean un clima que se palpa. Es cierto que —y dependerá de la función, pues el teatro vive en cada una de ellas— hay momentos en que el ritmo decae; pero ahí están Cristian Mercado, Pedro Grossman, Alejandro Viviani, Mariana Vargas, Luiggi Antezana, Norma Quintana y Mauricio Toledo para remontarla. De Viviani, se agradece su naturalidad; Vargas puede adueñarse aún más del personaje frívolo que le ha tocado. Quintana arranca sólida, pero a ratos, cuando no habla, tiende a perderse en el grupo. Y ella, con Toledo como contraparte —la abuela y el nieto— son clave para acentuar en la desesperanza de esos B.

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