El gallo es para el ser humano un ser emblemático y al mismo tiempo atávico. Está cargado de símbolos culturales, pero también es un ser natural de gran belleza y plasticidad. Es un animal inquieto y, por ello mismo, es un desafío atraparlo en las líneas de un dibujo. Enrique Arnal, a su vez un artista emblemático de la plástica boliviana, se ha sentido fascinado por el gallo. Entre 1992 y 1994 realizó una serie de dibujos del natural, que conservó hasta ahora en su colección privada. Ahora los expone en la galería del Círculo de la Unión de la calle Aspiazu, en el barrio de Sopocachi, donde se llevo a cabo este diálogo.
— ¿Qué lo ha llevado a realizar esta serie de dibujos del gallo?
— El gallo es un ave emblemática de la historia del hombre. Empecemos por Sócrates, que hizo sacrificar un gallo para anunciar, una vez ejecutado, su llegada al otro mundo. Luego viene el gallo de la Pasión, que anuncia el nacimiento del espíritu y la muerte del cuerpo. También está el gallo de Pedro: Me negarás antes que el gallo cante tres veces. Está el gallo como gladiador, combatiente, fiero, de una valentía extrema y que siempre ha acompañado al hombre como emblema del Sol.
Es un ave solar, que fascina a todos desde niños hasta adultos. En mi niñez me fascinaba el gallo por su arrogancia: un compadrito, un gran señor, un sultán con su correspondiente harem. En fin, hay una fascinación con esta ave: sus colores aterciopelados y vivos, lucientes. Es parte del reino animal que nos ha acompañado siempre, con el cual tenemos un vínculo atávico de representación. El gallo es testigo de eventos trascendentales en la historia del hombre.
— En este sentido, el gallo, por decirlo de alguna manera, está cargado de sentidos culturales...
— Sí, porque el comportamiento de los gallos ha sido leído como una señal, una señal de cómo suceden las cosas. Los gallos están en todas las tragedias, anunciando algún suceso. Desde el anuncio de la mañana, porque el gallo es un ave solar. Y da gusto oírlo, es, de alguna manera, una voz optimista…
— Y al mismo tiempo, hay una faceta muy violenta en este animal, es un animal de pelea...
— Creo que la riña de gallos viene de oriente. Me imagino que viene de China y luego pasa a otros países orientales. Vietnam, Laos, toda esa región que está al sur de la China ha cultivado el gallo de pelea. El gallo de pelea a es un invento humano, es un gallo criado, educado y llevado a conservar su fiereza para crear un espectáculo.
— Esta fascinación por el gallo se une en esta oportunidad a otra pasión que lo acompaña a lo largo de su vida: el dibujo...
— El gallo es un ave muy plástica, de mucha movilidad. Es muy vibrante y cambiante; cambia de situación, cambia de miradas.
Es un animal nervioso, inquieto, alerta. Me provocó dibujarlo del natural, dibujar al gallo en movimiento, en horas de observación. Fue un desafío. Hay que tener mucha paciencia. Al margen de ser una disciplina, un entrenamiento del ojo para percibir los movimientos y captarlos instantáneamente sin que nadie “me lo agarre”, verlo ahí en su libertad y dibujarlo fue un placer para un aficionado al dibujo.
— En su obra hay otro animal igualmente fascinante: el toro...
— El toro es el símbolo de lo impetuoso, es un animal de gran poderío. Con el toro se entabla, en el caso del toreo, un juego geométrico de vida o muerte de racionalidad e irracionalidad, de dominio… El toro ha sido simbolizado hasta en las casas solares. Viene de Grecia, y antes seguramente de las islas que encontraban en él una vinculación del poderío y la energía, de la cual querían adueñarse para vivir. Eso lo vemos desde el inicio, en las cuevas de Altamira o Lascaux, donde están los dibujos de bisontes. No son cuevas de ingreso abierto, hay que pasar por unos pasadizos para llegar a un recinto abierto. Al iluminarse, da un escalofrío, porque de pronto uno se encuentra con el mundo primitivo, con el antecesor, un experto en el dibujo. Y eso es el inicio, el origen: el hombre siempre ha buscado ser representado por la fuerza de la naturaleza.
— Se ha animado a mostrar estos gallos después de casi 20 años...
— Con el paso del tiempo uno se da cuenta de que la acumulación de obra sólo provoca problemas. De espacio, por un lado, porque no sabes dónde ponerlos, si son cuadros grandes se convierten en muebles que hay que mover de un lado al otro. Por otro lado, en Bolivia no hay instituciones seriamente museográficas. Hay una museografía pasiva, muy de paso, para mostrar la obra, pero no se ha enfrentado la acumulación de obra como patrimonio. No hay una institución a la que uno pueda decir: bueno, yo hago entrega de estos cuadros porque sé que serán bien manejados y conservados.
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