Noviembre del 2008. Somos invitados a Venezuela, mi novia Karen y yo, para dictar unos talleres de historieta en un evento organizado por Carolina Rodríguez y su grupo Cómics Mitos Urbanos. Bajamos del avión en el aeropuerto internacional de Caracas y comienzo a delirar. (En mi condición de paceño, hubo ocasiones en las que el calorcito de Cochabamba me resultaba molestoso y esta vez me estaba enfrentando al Caribe). Voy por todas las ventanillas con cara de idiota, paso mi pasaporte y papeles que no recuerdo: el calor me deja más lelo de lo habitual.
Llegamos al hotel en compañía de Adriana (otra de las organizadoras) y es como entrar en una heladera. Como soy medio hipocondriaco, me da vueltas una terrorífica visión: estoy con pulmonía maldiciendo el aire acondicionado. Me vence la paranoia: dormimos como pollitos al espiedo.
Dictamos el taller en el sótano del Museo de la Estampa y el Diseño ‘Carlos Cruz-Diez’, hermoso lugar dedicado a las artes gráficas. En el tercer piso está la muestra dedicada a nuestro trabajo, con grandes reproducciones digitales y pantallas mostrando un documental realizado por Karen.
Pasan los días, la ropa se me pega, me tomo 10 latas de Coca-Cola congelada al día, la barba se me enreda y amenaza con volverse una rasta en mi cara. Por otro lado, todos nos tratan muy bien, los alumnos del taller son geniales y se toman muy en serio los trabajos.
Vamos a Yaracuy para dictar otro taller. Al volver, un día antes del vuelo, le pregunto a Carolina a qué hora podemos ver nuestra expo. Me mira sorprendida. La muestra se había desmontado durante nuestro viaje a Yaracuy. Me vuelvo mono.
Arribamos de madrugada a El Alto, Karen está resfriada (ese resfrío se volvería neumonía en las próximas horas). Dos semanas después, Carolina me envía unas fotografías de lo que fue nuestra exposición: está tan bonita que quiero llorar.
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