Aunque comenzó su carrera en 1960 con el grupo argentino Nuevo Teatro y presentó más de 30 obras en su país natal, Merlo considera que su carrera teatral “de verdad” se inició con su llegada a Bolivia, en 1975.
“Fue en Bolivia que me dieron la oportunidad de hacer grandes personajes, cosa que en Argentina no hubiera podido porque me veían como el “patito feo”; aquí en cambio me abrieron las puertas y tuve muchas oportunidades, estoy muy agradecida”, señala Merlo, que fue considerada por el autor del libro 500 años del teatro boliviano, Carlos Cordero, como “la más boliviana de todas las actrices”.
En sus casi 50 años de carrera teatral, Merlo trabajó con la mayor parte de los dramaturgos, directores, elencos y actores más reconocidos del país en memorables puestas en escena, como La casa de Bernarda Alba y Bajo el mismo techo.
Sin embargo, a pesar de que se declara “satisfecha y contenta” con todo su trabajo teatral , los ojos de Norma adquieren un brillo especial únicamente cuando recuerda una obra en particular: Santa Juana de Azurduy. “¡Oh, la Juana; oh, la Juana! -casi grita mientras gesticula con las manos-. Me sentía la Juana y la verdad es que me gustó mucho ese papel, ahora no lloro más, pero antes, cuando me acordaba, lloraba de emoción, es realmente un personaje extraordinario, fue muy especial para mí”, afirma la actriz que tuvo la oportunidad de repetir al personaje en una versión televisiva y, años después, en otra obra entrañable para ella: Los fantasmas de Juana Azurduy.
Asimismo, su pasión por la actuación permitió que Merlo trascendiese las tablas y llegara al cine y la televisión. Es así que Norma actúa en varias series televisivas y en cine, en los cortos El piso 24, de Pedro Susz; La ciega, de José Marchiori; Cuando tú te hayas ido, de Marcos Loayza; Ese sordo del alma, de Raquel Romero, y Fuego Cruzado, de Rodrigo Ayala, entre más de 20 producciones.
En cine, Merlo dejó una huella indeleble en importantes pero pequeños roles en películas bolivianas como Amargo mar y Los Andes no creen en Dios, de Antonio Eguino; Cuestión de fe, de Marcos Loayza, y El día que murió el silencio, de Paolo Agazzi.
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