En cuanto la rocola empieza a funcionar, los primeros acordes de La Boheme, de Charles Aznavour, invaden la atmósfera de La Fragata. Y esto ocurre casi indefectiblemente cada viernes desde hace más de siete años, cuando este boliche se convirtió en uno de los refugios favoritos de los artistas plásticos de La Paz.
¿Pero cómo? Hace 20 años un grupo de ceramistas y pintores creó Patunka (20, en español) en homenaje a la fecha de la fundación de La Paz, 20 de octubre.
El objetivo del colectivo -que forma parte de la Unión de Trabajadores de Arte y Cultura (UTAC)- es la revalorización de la cerámica y la recuperación, mediante el arte, de determinados patrones sociales de comportamiento propios de los saberes ancestrales bolivianos.
Desde que surgió, más que una asociación, se convirtió en una hermandad que desde la sede de la UTAC -en un ambiente de la Casa Agramont- o, qué mejor, desde La Fragata -ubicada en la calle Yanacocha, entre Ingavi y Comercio- supo mantener su esencia y de a poco crear una tradición en su entorno.
Toda una vida
Patunka nació también como parte de la celebración de San Lucas, patrono de los pintores y, por lo tanto, de la Academia Nacional de Bellas Artes. Pero La Fragata, propiedad de don Eugenio Quispe, es mucho más antigua y tradicional.
“He dejado toda mi juventud aquí, en el local que siempre funcionó en la Yanacocha, donde hemos vivido de todo' desde las dictaduras hasta el retorno de la democracia”, cuenta don Eugenio, para quien los miembros de Patunka más que clientes son sus amigos.
Cada fin de semana el grupo es infaltable y el anfitrión los conoce tanto que sabe qué bebida elegirán y también sus gustos en la comida, como el jolke, uno de los platos más solicitados.
La Fragata -cuyo nombre se debe a que el socio de Quispe conocía un local del mismo nombre en Buenos Aires, Argentina- tiene una decena de mesas cubiertas de manteles blancos y rojos, protegidos con plástico, y varios cuadros de barcos antiguos recubren las paredes del antiguo ambiente que, al igual que sus clientes y la tradición que los une, resisten y sobrellevan muy bien el caos del centro.
Festejos y tradiciones
La fiesta de San Lucas se celebra el 17 de octubre, pero Patunka acostumbra a unificar los festejos en uno, cada 20 de octubre, junto al aniversario de fundación de la ciudad y de la “hermandad”.
Aunque no se realiza todos los años, el grupo tiene una tradición que consiste en llevar la imagen del santo a una misa en el templo de San Francisco. Luego se hace una pequeña procesión que finaliza con una recepción, en la que se pasa el santo al siguiente preste.
Fue precisamente en el afán de hallar un ambiente para una de estas fiestas que, hace ya siete años, los artistas encontraron a La Fragata que de a poco se convirtió en un “segundo hogar”, un indefectible punto de reunión de cada viernes.
La mesa del centro del local está casi infaltablemente reservada para los artistas plásticos. Allí, las charlas serias, artísticas y personales fluyen, mientras el humo de los cigarrillos se eleva hacia el techo de la antigua casona.
Masticando coca de los Yungas, tomando un singani al son de unos tangos que suenan en la rocola, no es extraño que alguien se anime a cantar alguna canción a capela.
“Los temas que se tratan en las reuniones de la sede se trasladan aquí, con un espíritu más informal, aunque muchas veces más apasionado. Hablamos de las decisiones que se toman en el país, la organización de exposiciones y de todo un poco”, señala el ceramista Willy Echeverría.
Muchos colectivos y grupos artísticos nacen con fecha de caducidad, pero Patunka -al igual que La Fragata- hoy con 20 miembros oficiales, supo mantenerse de alguna forma con sus actividades artísticas y culturales.
Los artistas Óscar Rocha y Javier Fernández coinciden en que “la honestidad y el respeto mutuo” entre compañeros de oficio es importante. A la pregunta de qué les falta a los artistas más jóvenes, ambos responden sin dudarlo: “compartir”.
“Antes no habían espacios para exponer, y los pocos que habían eran para la élite. Nosotros, como Patunka, luchamos para que eso cambie”, comenta Rocha.
Una vez en la mesa, viernes tras viernes, Fernández -conocido como el Chino- pasa a ser “el asesino de la palabra”, y la artista plástica Sonia Colque toma la identidad de “la diablesa” (porque hace muchos años baila la diablada).
Amable y de temperamento calmado, don Eugenio los considera casi parte de su familia. Los conoce tan bien que apenas llegan, sin ofrecerles siquiera el menú, los saluda y se aproxima a la mesa con vasos, hielo, limón, hojas de coca y el infaltable singani.
Los artistas Jaime Guzmán y Pascual Cori cuentan cómo pasaron por varios locales hasta llegar a La Fragata, donde “casi de inmediato nos dimos cuenta que estábamos en nuestro hogar”. Y es que cuando hay un vínculo profundo, se lo intuye y siente casi de manera instantánea.
Después de challar a la Pachamama y dar un primer salud, La Boheme, desde la rocola, inaugura la sesión de viernes de los patunkas y el arte vuelve a ser el centro de la mesa, y el local -al menos para ellos- el centro del mundo.
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