Después de iniciarse en el budismo zen, hace 15 años, el dibujante boliviano Alejandro Mangiarotti encontró una nueva forma de expresar su arte a través de la meditación. Esto, asegura, limpia la mente de pensamientos negativos y permite tener más conciencia de lo que ocurre en el entorno, tanto al realizar trazos como al enfrentar situaciones cotidianas.
A partir de esta experiencia personal con la que vive "el aquí y el ahora”, hace cinco años decidió impartir talleres inspirados en su pasión por el arte y la filosofía del zen, para que otras personas puedan encontrar en estas dos corrientes una manera de vivir intensamente y sin temores.
"El arte y la meditación definitivamente están relacionados y permiten llegar a una reflexión interior. La idea es enfocarse en el individuo y no en la técnica, porque no sirve de nada saber cómo se dibuja si no tiene conciencia de lo que está haciendo”, comenta Mangiarotti, de 35 años, con el tono pausado que lo caracteriza.
En el taller El dibujo y la curación del espíritu se busca aprovechar las facultades del hemisferio derecho del cerebro con el que se puede ver "con más profundidad la naturaleza de las cosas”, sin que importe la habilidad humana, sino la fluidez de la energía y la concentración para encontrar un equilibrio entre la mente, el cuerpo y el espíritu.
Con ejercicios mentales, de meditación y respiración, además de otros físicos para que la sangre fluya por las manos y los ojos, generando la energía vital en el cuerpo, se inician las sesiones, que duran tres horas por jornada y se extienden por tres intensos días.
En este lapso, los participantes aprenden a mantener su atención en sus creaciones artísticas, con tinta china, acrílicos, lápices y pinceles con total libertad.
Para Yumi Tapia -coordinadora del proyecto Wayruru, dedicado a la formación artística con técnicas de desarrollo personal- los talleres de Mangiarotti "van más allá del arte, porque se enfocan en técnicas profundas que descifran la mente y liberan emociones internas”.
Una de las dinámicas es pintar el fondo de un lienzo sólo con colores primarios, moviendo el pincel de forma lineal. Esto, según explica Mangiarotti, ayuda a liberar la mente de los pensamientos y produce tranquilidad interior.
Según Carol Espejo, una de las participantes, esta actividad le ayudó a entender la profundidad del dibujo más allá de las técnicas. "Fue una forma de leerme a través de los trazos que hacía y también de ganar mayor concentración, viviendo el presente, sin dar lugar a las distracciones”, comenta.
No obstante, más allá de la experiencia vivida en aula, Victoria Ochoa, otra de las alumnas, considera que los conocimientos adquiridos también se pueden aplicar en la vida diaria, teniendo más concentración del cuerpo y la mente, pero también en actividades cotidianas.
"Me di cuenta que siempre estamos divagando con nuestros pensamientos y no prestamos mucha atención a lo que hacemos o con quiénes estamos. Si cambiamos esta actitud, entonces viviremos más intensamente y con mayor satisfacción”, asegura.
Y aunque este taller cambió la forma de pensar de los asistentes, Mangiarotti considera que la práctica del zen en el arte no es fácil de compartirla en otros ámbitos, porque no todos están dispuestos a dejar a un lado lo técnico por una búsqueda interior más profunda.
No obstante, esto no detiene a este dibujante, quien encuentra su mayor satisfacción en poder compartir lo que un día aprendió y dio un giro en su carrera artística.
La práctica del zen nació en China y se expandió por el mundo
La práctica del zen, que significa meditación, busca la experiencia de la sabiduría más allá del discurso racional. Las enseñanzas incluyen distintas escuelas y prácticas de budismo . Esta filosofía nació en China en el siglo VII y luego se dispersó hacia Vietnam, Corea y Japón.
Tradicionalmente se da el crédito de traer el zen a China a Bodhidharma, un príncipe convertido en monje proveniente de la dinastía pallava de India, que llegó a China para enseñar una "transmisión especial fuera de las escrituras, no encontrada en palabra o letras”.
Estas enseñanzas se expandieron a Europa en 1967 gracias a Taisen Deshimaru, un maestro budista zen, discípulo de Kodo Sawaki, quien antes de morir le había encomendado esta tarea.
Con una primera parada en Francia Deshimaru enseñó a muchos discípulos y fue el catalizador de la creación de una multitud de centros de práctica. Sus enseñanzas e innumerables libros ayudaron a difundir la influencia del zen en Europa y América.
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