Pequeños en tamaño y grandes en talento; apasionados por la música y consagrados a su instrumento. Así son los miembros de la Orquesta Sinfónica Infantil, un espacio de formación del Conservatorio Plurinacional de Música, en el que niños y adolescentes muestran sus habilidades con repertorios de niveles avanzados.
Grandes obras como Carmina Burana; Pedro y el Lobo; Zaratustra, de Richard Strauss; Hallelujah, de Haendel, y la Sinfonía 25, de Mozart, son interpretadas por estos alumnos de entre seis y 15 años, dedicados más de 18 horas a la semana para perfeccionar su arte.
Conformada por 90 alumnos, esta orquesta infantil ofrece una serie de conciertos anuales, en los que estos músicos de corta edad tienen la oportunidad de ganar experiencia en un escenario y, a la vez, conquistar al público con su virtuosismo.
En los ensayos diarios, que se realizan seis veces por semana, violines, violas, chelos, contrabajos, flautas, oboes, clarinetes, fagots, trombones, trompetas, tubas e instrumentos de percusión armonizan en una melodía, guiada por el director de la orquesta, Sergio Arévalo.
"El objetivo es que los niños tengan acceso a repertorios difíciles y sinfónicos. Los formamos para que toquen con solidez y así subir su nivel orquestal, para que destaquen y se desenvuelvan mejor”, asegura Arévalo, quien se dedicó al violín por 35 años y desarrolló su carrera como maestro hace dos décadas.
Así surgió la idea
La idea surgió hace tres años, por la inquietud de este músico consagrado de dar a sus dos hijas, también violinistas, un espacio de crecimiento y desarrollo musical. "Lo hice por ellas, pero ahora tengo 90 hijos que no vienen obligados, porque aman su instrumento”, asegura.
Atentos a las partituras y a las señales del director, los pequeños desarrollan las sinfonías una y otra vez, hasta dominarlas. Si bien en un punto la constante repetición llega a ser cansador para ellos, el maestro busca maneras de hacer la clase más lúdica y divertida.
Para Sheila Gutiérrez, de 14 años, la música es una forma de expresión. "Es algo que nos libera. Nos gusta tanto lo que hacemos, que siempre damos lo mejor”, dice la flautista.
Con ella coinciden Samanta Riana, Amelí Viscarra, Sebastián Chumacero, Sofía y Julieta Arévalo, cuyas edades no superan los 11 años.
La música en las venas
Aunque todos ingresaron en momentos diferentes al Conservatorio, todos llegaron impulsados por esa innegable pasión que corre por sus venas y por la que, de forma voluntaria, ensayan horas extra en sus casas.
"Mis amigos se sorprenden porque estamos avanzados en la materia, pero también nos preguntan si no nos aburrimos de ensayar tanto o por qué seguimos haciendo esto”, dice Amelí, mientras el resto del grupo asienta con su cabeza.
A pesar de estar privados de otras actividades con sus amigos o en el colegio, jamás sintieron frustración, sino que, por el contrario, se sienten privilegiados por tener un instrumento que cobra vida en sus manos.
El maestro Arévalo asegura que una de las ventajas de desarrollar el talento musical a temprana edad es que asimilan más las lecciones, se desenvuelven mejor en el escenario y agregan el valor del arte en sus vidas.
A esto se suman otros beneficios, como el desarrollo de la disciplina, paciencia, trabajo en equipo y mayor concentración.
"Recuerdo que tenía una alumna con atención dispersa. A medida que avanzó en las lecciones, su mamá me comentó que sus notas en el colegio empezaron a mejorar y ahora ella es una de las mejores alumnas de esta orquesta”, comenta.
A diferencia de alumnos mayores, los niños demandan más afecto y motivación, pero también "te llenan de cariño y energía”. Ésa es una de las recompensas para este director, que armado de paciencia y carisma, encara cada clase con pleno entusiasmo y dedicación.
El programa de conciertos
Con ese ímpetu, la Orquesta Sinfónica Infantil prepara algunos conciertos en La Paz. Uno, en el que tocarán canciones de series televisivas y películas junto a la Sociedad Coral Boliviana, otro, con un repertorio para solistas, y uno enfocado en música folklórica con un toque sinfónico.
El simple hecho de pensar en lo que se avecina los llena de ansiedad. "En cada presentación nos sentimos nerviosos, pero a la vez felices porque es como un premio poder mostrar lo que aprendimos y si practicamos bien, nos desenvolvemos mejor”, comenta Sofía.
En un futuro, ¿les gustaría continuar con la música?, pregunto por curiosidad, y pronto llueven las respuestas: "yo quiero ser la mejor violinista del mundo”, "yo quiero viajar por el mundo haciendo música”; "yo quiero ser maestro para inspirar a otros niños”...
No quepa duda de lo mucho que aprecian este arte que, como dice Sebastián, sólo requiere "ganas, práctica y corazón”.
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