La artista boliviana Sandra de Berduccy, conocida por algunos como Aruma, es una mujer desenvuelta, jovial y habitada por una serie de ideas que nos agarran a contrapelo con aire de novedad y de lejanía. Cuando presenta su trabajo sirviéndose de la palabra, suele preservar la magia y el encanto —del que poco entienden los académicos—, expresándose a sí misma con la humildad de los que tienen algo que decir y con la soltura de una viajera que narra experiencias antes que teorías.
Podría decirse que me topé con ella en la ruta con ayuda del azar y de Narda Alvarado —nuestra amiga en común—, que en aquella oportunidad ofició involuntariamente de tejedora. Esto ocurrió en una de esas frías noches paceñas, es decir, en cualquier noche, y en ocasión de la visita a la exposición fotográfica de un español que decía poder captar el ajayu de las personas con su cámara, lo cual me recuerda a una frase que Jesús Urzagasti dejó escrita en Un verano con Marina San Gabriel: “El fotógrafo es un filósofo privado de palabras, lo digo yo, que soy un filósofo sin cámara”. Es un guiño muy pícaro que me ayuda a seguir tejiendo este texto de líneas que recoge mi experiencia de la video-instalación de Aruma, Desenvolver.
Filósofo. No faltarán quienes se pregunten: ¿qué es lo que puede decir un filósofo sin cámara de la obra de una artista audiovisual? Es que se suele creer equivocadamente que el oficio de un filósofo es algo abstracto y poco relacionado con el exterior, algo que no pasa de la continua invitación a la reflexión —como si de un cura o de un confesor se tratara—, pero en realidad es un oficio tremendamente práctico y concreto, promueve la acción, la toma de decisiones, y la constitución de seres libres que actúan, puesto que el mismo ejercicio de pensar responde ya a una práctica y a un modo de vivir.
Y aunque hablamos del filósofo, es probable que un artista encuentre en esas razones algo que tenga que ver con su trabajo. Siempre está intacta la posibilidad de descubrir zonas de vecindad —territorios de todos y de nadie— o no-lugares en los que el trabajo de un artista audiovisual y de un filósofo se conjugan en favor de un proceso creativo, y donde ambos terminan haciéndose tan indiscernibles entre sí que llegado un punto no interesa saber quién dijo qué, puesto que lo que nace de ahí en adelante sucede en el medio, en los espacios “entre”, en el devenir-minoritario de ambos.
Vivir la experiencia de la instalación Desenvolver me hace sentir como un filósofo sin cámara, me inunda de imágenes en menos de lo que canta un gallo. El músico Bernardo Rozo —que construyó la música de los videos de la obra— cuenta que las instalaciones que ocupan esos espacios lo predispusieron a practicar una escucha atenta a la vez que le permitieron descubrir el universo sonoro que se halla dispuesto en casi cada rincón (en el catálogo de Sandra, Wakaychas y Desenvolver). No cabe duda que cada sonido evoca sus propios paisajes, sus climas y sus espacios, y que lo mismo se puede decir en sentido inverso. Y si un músico deja salir en la forma de sonidos los ecos que unas imágenes y unos espacios le han producido, en el caso de un filósofo éstas sensaciones experimentadas son devueltas en la forma de conceptos.
En este sentido, lo primero que me atrajo de esta obra es que operaba con conceptos con los que yo estaba trabajando más bien de manera abstracta, me refiero a línea, devenir, hibridación, velocidad y acontecimiento. Desenvolver remite a una práctica, o a unas prácticas de arte, a una manera de trabajar con la línea sobre un plano.
Ahora, línea puede ser muchas cosas, no solo límite o hilo, también un renglón, una serie de palabras, una vía terrestre, marítima o aérea, un servicio regular de vehículos que recorren un itinerario determinado, etc. En la propuesta de Aruma, el trabajo con la línea es algo muy concreto. Primero, desenvolver implica la existencia de algo que ha sido previamente envuelto. Lo que lleva a alguien a destejer lo que ya ha sido tejido es una profunda necesidad de cambiar las cosas. Así se puede operar, por ejemplo, con los recuerdos dolorosos o ingratos que nos ha dejado un pasaje de nuestra vida. Luego, envolver consiste en operar con un hilo o una lana, lo que requiere de un otro elemento que es envuelto, el sustento o soporte, una estructura cilíndrica (la rueca o la pushka en la cultura andina): En mi obra la línea, en su aspecto material, es tratada como hilos, tramas, urdiduras y objetos diversos... En su aspecto inmaterial se relaciona con lo efímero y simbólico contenido en imágenes y en acciones, generando múltiples posibilidades visuales y espaciales…
Aruma insiste por ello en el uso de los infinitivos, en la idea de arte como verbo, en los usos, en las prácticas. No hay lectura más productiva de su obra que aquella que concierne a sus usos y sus verbos. Tejer, hilar, editar, fotografiar, filmar, desenvolver, envolver, volver y ver… En definitiva, trabajo con la línea, sabiendo que lo que interesa de una línea no está ni en el principio ni en el final, sino en el medio donde se observan etapas de un recorrido, de un tránsito que responde a un camino interior. Se ve algo de lo que Claire Parnet invoca cuando escribe: “Habría que ser como un taxi: línea de espera, línea de fuga, embotellamiento, estrechamiento de calzada, semáforos en verde y en rojo, ligera paranoia, complicaciones con la policía. Una línea abstracta y quebrada, un zig-zag que se desliza entre”. Una de las cosas más importantes que esta video-instalación nos enseña es que cada uno debe asumir sus propias líneas, saber conectarlas con otras de modo que sean productivas, continuar la línea interrumpida que una obra o una vida nos deja, añadirle un segmento, hacerla pasar entre dos peñascos por un estrecho desfiladero o por encima del vacío, precisamente allí donde se había interrumpido […].
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