Hijos del libertador Simón Bolivar
Simón Bolívar no reconoció legalmente a ningún hijo. Algunos historiadores, incluso, aseguran que Bolívar fue estéril. Pero según los datos recopilados por el investigador colombiano Héctor Muñoz, el Libertador dejó una extensa prole. Menciona, por ejemplo, que de las relaciones que el venezolano tuvo con Juana Eduarda de la Cruz, en una cabaña ribereña del Magdalena, nació un hijo que se hizo sacerdote, Secundino Jácome. Son citados otros dos hijos de Bolívar, uno de los cuales lo tuvo con una nativa de Piedecuesta, Santander. El muchacho se llamó Miguel Camacho, con gran parecido físico al héroe. En el Valle del Cauca, se señala que nació la única hija del general, Manuela Josefa Bolívar Cuero. Nunca se demostró que esto fuera cierto.
Simón Bolívar era un incurable mujeriego. Según los compañeros de armas que acompañaron al Libertador en su campaña emancipadora, éste sostuvo relaciones íntimas con al menos 17 mujeres de distintos países. Poco le interesaba si las féminas fueran solteras o casadas, adolescentes o adultas, pareja de sus oficiales o que en sus venas corriera su propia sangre; Bolívar no dudaba en desplegar sus armas de conquista ante la presencia de una dama. Seducían de él su aura de grandeza, su forma de bailar —era gran danzarín de vals— y el agua de colonia que perfumaba su cuerpo. El propio Tesoro Nacional de Perú se vio obligado a erogar ocho mil pesos de sus arcas para pagar la deuda en bálsamos aromáticos que dejó el venezolano tras su paso por ese país, según describe el historiador colombiano Héctor Muñoz.
En las arenas del amor, son célebres los romances que Bolívar mantuvo con María Teresa del Toro —su única esposa y de quien pronto enviudó—, con su prima Fanny Du Villars y con Manuela Sáenz. Pero entre la larga lista de conquistas también surge —envuelta entre el mito y la realidad— el nombre de una potosina, María Joaquina Costas (en algunos libros aparece como Costa) y Gandarías. Pocos lo saben, pero el retrato de esta mujer se encuentra expuesto en el Museo Nacional de Arte. El lienzo, pintado en 1817 por el peruano Gil de Castro, no es uno más dentro del repositorio. Es el más apreciado por los funcionarios del museo, quienes se refieren a ella como “nuestra Gioconda”, en clara alusión a la obra maestra de Leonardo Da Vinci.
La belleza de María Joaquina se luce entre los personajes históricos que pueblan la sala dedicada a las pinturas del siglo XIX. Allí se muestra imponente; con el rostro ovalado, los ojos soñadores y con esa boca pequeña con la cual, en octubre de 1825, sedujo al Libertador con el susurro de cuatro palabras: “Cuidado, general, quieren asesinarlo”.
Son pocos los datos que se tienen sobre los primeros años de María Joaquina. Sin embargo, su nombre se repite en biografías dedicadas al Libertador, como las escritas por el argentino José García Hamilton, el colombiano Héctor Muñoz y los bolivianos Julio Lucas Jaimes y Luis Subieta.
Costas era esposa de un importante militar rioplatense, Hilarión de la Quintana, tío político del Libertador argentino José de San Martín. Demás está decir que la familia de María Joaquina pertenecía a la alta sociedad altoperuana, y por esto fue protagonista del triunfal recibimiento que los potosinos brindaron a Bolívar en 1825.
El flechazo
“Todas las campanas de las iglesias cantaban al unísono. 40 mil habitantes de la
ciudad y sus alrededores seguían encandilados el nervioso trotecillo de la caballería del Libertador. Una infernal confusión de músicas nativas atronaban en el aire mientras Bolívar ingresaba bajo arcos de plata y florecillas silvestres. (…) Le rociaron agua bendita y le condujeron a un sillón ricamente forrado en terciopelo”, se lee en Tiempo de Bolívar, de Jacobo Libermann. Pronto, 12 ninfas se acercaron al venezolano y le obsequiaron coronas de rosas y laureles y una bella mujer le entregó un ramo de flores, mientras le mascullaba la advertencia del complot para asesinarlo. Era la voz de María Joaquina, quien le explicó que el jefe de la intriga era su tío, el oficial español León de Gandarías.
“Simón se enterneció ante el interés manifestado por la muchacha, la envolvió con palabras galantes, giró con ella alegremente al compás de la música y, a la madrugada, la condujo a sus habitaciones. (…) El nuevo romance le despertó la coquetería y una mañana, al advertir que empezaban a aparecerle canas en la barba, decidió afeitarse el bigote y las patillas”, se lee en la biografía novelada Simón. Vida de Bolívar, de García Hamilton. El Libertador permaneció siete semanas en Potosí, tiempo en que mantuvo la clandestina relación con Costas, quien no veía a su ausente marido hacia tres años, ya que éste se encontraba en campaña con el ejército chileno.
La relación terminó cuando Bolívar partió hacia Chuquisaca, donde tomó como amante a Benedicta Nadal. Enamorada, Costas envió una serie de cartas a su amante. En una de las misivas le anunció su embarazo. El venezolano respondió inmediatamente. “Como hombre de mundo y como militar de talento debo confesar y ratificar mi pecado. La lucha interna fue enorme y Cupido derrotó a Marte en buena ley, pero el botín de ese combate debe reservarse en lo más profundo de nuestros corazones, pues si no, ¿qué sería de ambos? No se deje amedrentar y diga usted que mis visitas a su casa fueron nocturnas por algún pretexto. Seguiré de cerca el desenlace y a fuer (sic) de Bolívar y Palacios, pondré a buen recaudo su honra y mi conducta”, se lee en el libro de García Hamilton.
Cuando Bolívar supo en Perú el nacimiento de su hijo, quiso conocerlo y comisionó al general José Miguel de Velasco para que condujera a María Joaquina y a su hijo hasta la Quinta de la Magdalena, cerca de Lima. El encargo se cumplió con todo secreto para que no se enterara el esposo de Costas. Sin embargo, De la Quintana conoció el hecho y, meses después, abandonó a su mujer.
María Joaquina bautizó a su vástago José Costas. “Era uno de los jóvenes más elegantes de su tiempo y ejemplo de la muchachada culta. En cualquier reunión familiar cautivaba a la concurrencia con su guitarra y su voz. Su madre vivía en una casa modesta en Potosí y se dedicaba a fabricar disfraces para las fiestas religiosas”, asegura el colombiano Héctor Muñoz. En 1855, la potosina dirigió el colegio de niñas Santa Rosa. Pidió una pensión al gobierno boliviano, que se le negó; y otra al gobierno argentino, que se la concedió, pero llegó poco después de su muerte. José se dedicó a los trabajos campestres en el pueblo potosino de Caiza, donde contrajo matrimonio con Pastora Argandoña. En su partida de casamiento decía que era hijo natural de María Joaquina Costas y de Simón Bolívar.
En 1975, el periódico español ABC publicó un reportaje sobre el linaje de Bolívar. En la nota se señala la existencia en Bolivia de un descendiente del Libertador. Se trata de Elías Costas Barrios —entonces de 81 años—, quien vivía en Caiza. Sin embargo, la mayoría de los historiadores bolivianos niega la existencia de descendientes de Bolívar en el país e incluso la veracidad del romance entre Bolívar y Costas.
Fuera de la controversia, sólo bastan unos segundos frente al retrato de María Joaquina para que resurja el susurro de su voz, rescatado por el escritor nacional Julio Lucas Jaimes. “En su lecho de muerte, María Joaquina hizo llamar al presbítero Ulloa, a quien le expuso lo siguiente: ‘Deseo y pido que no sea separado de mi cuerpo en la tumba este relicario que lleva el busto del Libertador y que me fue ofrecido por él mismo en prenda de amor y agradecimiento, por haberle salvado la vida en la noche solemne de la subida al Cerro (Rico de Potosí).
No vacilé ni un momento en sacrificar mi honra a mi pasión y a mis deberes de patriota, evitando que fuera aquel grande hombre indignamente asesinado en su lecho. Pedí luego dinero y salvoconducto para aquellos conjurados y Bolívar fue con ellos grande y generoso como en todo. Dios le haya premiado y me perdone a mí esta única falta grave de mi vida que siempre consagré al bien de mis semejantes y al recuerdo de Bolívar, mi único y solo amor en el mundo’”.
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