Los retablos llegaron al Nuevo Mundo con los españoles, a la par del catolicismo. Estas piezas arquitectónicas decorativas de los altares de las iglesias y que impulsaron el adoctrinamiento indígena, son obras artísticas que requirieron del trabajo conjunto de maestros expertos en madera, arquitectos, mano de obra, ensambladores, talladores, escultores y doradores. Una muestra de la majestuosidad de estas creaciones se halla en el Museo Nacional de Arte y tiene su propio salón: El retablo de la Inmaculada Concepción, una pieza de estilo barroco mestizo del siglo XVIII que fue recuperada incompleta, está tallada en madera cedro y dorada con láminas de pan de oro.
Se deduce que tuvo tres cuerpos. Al centro sobresale una escultura de la Virgen María y el Niño. Las escenas pictóricas representan a La anunciación, La inmaculada concepción, Los desposorios, La adoración de los pastores y La huida de Egipto. El dogma de la inmaculada concepción de María responde a la bula Inefabilis Deus del Papa Pío IX, de 1854, y establece que ella concibió a Jesús sin pecado original. En la obra, se aprecia a la Virgen con túnica blanca y manto azul, junto a cuatro querubines y dos angelitos que llevan una corona de rosas y palmas. Todo decorado con flores y estrellas.
Otra de las expresiones de devoción al catolicismo que fue apropiada por los indígenas y mestizos de la época virreinal fue la imaginería o escultura policromada. Uno de los precursores locales fue Francisco Tito Yupanqui, quien es el autor de la conocida imagen de la Virgen de Copacabana. Así, la madera fue tallada y policromada por manos que le dieron la forma de vírgenes y santos importados por los conquistadores, y ello trajo consigo el estilo barroco mestizo que se impuso en los siglos XVII y XVIII, con imágenes bastante realistas que apelaron a ojos de vidrio, pelucas y vestiduras reales. Pruebas de esto son el Cristo crucificado, el San Gerónimo penitente y el San Juan de Dios del salón.
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