domingo, 2 de marzo de 2014

Oruro, la ruta de la medianoche



Oruro, en especial en la zona central o casco viejo, esconde historias en sus calles, parques, avenidas, muros, plazas y plazuelas que datan desde fines del siglo XVIII hasta mediados del siglo XX. Extraordinarios y sorprendentes relatos emergen de diversos lugares, por donde día a día la gente transita sin saber que las leyendas aseguran que allí ocurrieron hechos fantásticos.

La “Ruta de la medianoche”, es un proyecto turístico en ciernes, pero que ya da sus frutos al revelar toda la misteriosa historia que envuelve al centro de la ciudad, un territorio lleno de excepcionales historias que aluden a la religión, a la arquitectura, a la denominación de calles y plazas o a matanzas. Uno de los relatos, tal vez el más tenebroso, es el que asegura que el casco viejo fue levantado sobre fosas comunes esparcidas de la plaza central unas ocho cuadras hacia el norte, cuatro al sur, cinco al este y cuatro al oeste.

Oruro no siempre ha sido así, dice el historiador Fabricio Cazorla. Es la Tesis de Grado elaborada por el estudiante de turismo Paul Rodrigo Terán, de la universidad privada Udabol, la que reconstruye el Oruro de los siglos XVIII, XIX y la primera mitad del siglo XX y que motiva este recorrido que se realiza cada primer martes de mes, y que se inicia a las 21.30 en la puerta de la Iglesia del Socavón y culmina pasadas las 02.00, tras visitar calles, plaza y avenidas, además de escuchar mitos y leyendas.

Cada vez son más los habitantes de Oruro y los visitantes —entre hombres y mujeres de todas las edades— que se suman. En la puerta del templo escucharon detalles desconocidos de la leyenda del Chiru Chiru, desde el sobrenombre que se le dio por su cabello parecido al nido de un pájaro de los valles hasta su muerte, que ocurrió pese a que había pedido la misericordia divina tras intentar robar a un minero pobre. Una Virgen se la habría negado y, al contrario, le habría reprochado su acto. Este personaje fue encontrado muerto en su cueva ubicada en el cerro San Miguel o Pie de Gallo, donde la imagen de una Virgen embellecía y adornaba su cabecera, a esa imagen luego se la denominó Virgen del Socavón.

El cerro San Miguel guarda otras historias. Hacia 1879, unos 200 mineros fueron sepultados en uno de los socavones donde se explotaba plata, los cuerpos nunca fueron encontrados, esa desaparición es un misterio hasta hoy. Asimismo, se cuenta que en la cima de ese monte había un calvario donde se desarrollaban actividades comerciales después de la fiesta de Todos Santos, al parecer este movimiento comercial podría ser el origen de la feria que es instalada alrededor de la Iglesia del Socavón cada primer domingo de mes después de Todos Santos y permanece allí hasta el último convite del Carnaval.

La Avenida Cívica o Avenida del Folklore, ubicada en la parte oeste de la ciudad, es un espacio para el baile de los conjuntos folklóricos durante la entrada del Carnaval, además que sirve para actos cívicos. En la época de los denominados barones del estaño, antes de la revolución de 1952, fue un depósito de mineral del empresario Avelino Aramayo, pero —comenta Cazorla— en el lugar donde se encuentra el mástil se guardan los restos de tres soldados con sus plaquetas en homenaje a los fallecidos en las guerras del Pacífico (1879-1880), del Acre (1899-1903) y del Chaco (1931-1936). “Al frente del mástil están las graderías, al medio había un balcón construido en 1940, pero se cayó en 1959 por exceso de peso, cuando pobladores se subieron ahí para organizar una caravana de integración hacia Iquique. El balcón se vino abajo y no fue reconstruido”, asegura el historiador.

La calle Camacho allá por 1834 tenía el nombre de Caja de Agua. A lo largo de este tramo hacia la parte sur, cerca de la calle Bolívar, durante el gobierno de Andrés de Santa Cruz se construyó una plazuela con cuatro columnas de piedra para resguardar la fuente de agua dulce que servía para atender las necesidades de los hogares. Hacia 1918 la fuente se secó y se convirtió en un centro donde las colegialas se disputaban a golpes a algún pretendiente o resolvían rencillas, hecho que obligó a rellenarla. En la actualidad es un parque.

La caminata sigue por la calle Bolívar, a la altura de la Escuela de Bellas Artes, que durante la Colonia se denominaba calle San Agustín por la iglesia del mismo nombre que fue levantada en el lugar. En 1826 el Mariscal de Ayacucho dispuso el cierre de iglesias y conventos, y con el templo de San Agustín también se cerró el cementerio que existía en este sitio, hoy es una vivienda particular. Esa calle tiene otra historia. Se cuenta que la noche del 10 de febrero de 1781, en ese lugar se produjo una matanza, los indígenas persiguieron a los españoles, quienes habrían intentado refugiarse en iglesias, pero tras ser capturados fueron muertos y sus restos desparramados por toda esa vía.

Otra de las calles que guarda historias es la Murguía, antes denominada Guatemala y San Francisco. La leyenda narra que por las noches ahí aparecía una mujer de blanco. “No caminaba, flotaba y emitía gemidos lastimeros, se dice que era una novia traicionada y a la primera persona que encontraba a su paso se la llevaba hacia las bocaminas de la Tetilla ubicada en la parte oeste”, cuenta Cazorla.

En la calle Murguía también está el colegio Bolívar, establecido en el lugar donde se levantó la iglesia San Francisco, allá por 1611, por entonces era un extremo de la Villa Oruro. De ese lugar salían procesiones en Semana Santa. En el siglo XIX se convirtió en la primera cárcel de la ciudad, pero luego fue abandonada. Entre 1898 y 1905 fue la Universidad San Agustín y como contaba solo con siete alumnos fueron los estudiantes del Colegio de Artes quienes ocuparon el nuevo claustro. Hoy es el Colegio Bolívar, tal vez los escolares no saben que el patio de su unidad educativa fue un cementerio en el que eran enterrados indigentes.

Los caminantes llegan al lugar denominado El Muro —en la calle San Felipe, entre La Plata y Soria Galvarro— el punto preferido para “arreglar cuentas” entre varones. Fue levantado con piedras recuperadas de las iglesias de la Villa Oruro para evitar el derrumbe de un cerro del lugar. En ese sitio había una fuente de agua que fue sellada tras conocer las historias de apariciones de la dama de negro, de gigantes o de gallos. Ya en el siglo XX, ahí se instaló un comedor que era frecuentado por el intendente de entonces, Alfonso Requena; para evitar la ira de la autoridad las vivanderas preparaban comida con carne de cerdo, res, pollo, papa, oca, tomate, queso y llajua. “El plato era enorme, pero a gusto de Requena, y cada vez que llegaba al lugar, las vivanderas le esperaban con esta comida para ser perdonadas, de ahí el origen de El Intendente”, detalla el historiador y guía.

Las leyendas en Oruro están llenas de referencias a los tambos, especialmente a los de las calles Murguía y 6 de Octubre, donde vendían productos agropecuarios. Las viviendas particulares aún muestran los arcos en sus portadas. El tambo de Condecancha estaba ubicado en lo que es hoy el Sindicato de la Prensa de Oruro, en ese sitio nació en 1811 Santos Vargas, quien se convirtió en el cronista de la Guerra de la Independencia. Esa calle conocida como de los tambos, luego fue denominada Gran Colombia y hoy es la 6 de Octubre.

A finales del siglo XIX, Oruro fue habitada por colonias extranjeras de franceses, yugoslavos, croatas, judíos y alemanes, estos últimos hasta tenían sus sedes. La historia habla de Ernest Röhn, un hombre que era muy amigo de Adolfo Hitler. En 1930, de regreso en Alemania expresaba su añoranza por Oruro, y en sus veladas solía entonar el Himno Nacional. Se cuenta que la melodía le encantaba al dictador Hitler y esa preferencia es relacionada con el hecho de que la colonia alemana haya fundado en 1922 el colegio Alemán, que fue construido con recursos enviados por el propio Führer. La fachada aún muestra los restos de la cruz esvástica, en 1944 cambió de nombre a colegio Oruro, pero luego retomó la denominación original. Por esos mismos años la colonia judía impulsó la creación del colegio Anglo Americano.

Otro de los sitios emblemáticos de Oruro es la esquina Sucre y La Plata, donde antes había un tambo. En ese lugar, desde un balcón el libertador Simón Bolívar pronunció el 17 de septiembre de 1825 un discurso, pero nadie registró sus palabras. La historia también refleja que al tercer día de su permanencia en Oruro, escribió el texto conocido como La Carta de Panamá, en cuyo contenido proyecta el surgimiento de la Gran Colombia.

Corría el año 1914 cuando se plantaron los primeros árboles y se construyeron jardines en la plazuela Castro y Padilla, el lugar donde el 1 de noviembre de 1606 se fundó Oruro. El primer nombre de ese lugar fue Plaza del Regocijo, por sus áreas verdes, pero irónicamente ahí donde se erigió la Iglesia de la Merced —hoy alberga a las aulas de carrera de Comunicación Social— y la casa de los héroes de la revolución independentista Jacinto Rodríguez y Diego Flores, la noche del 10 de febrero de 1781 los indígenas de Challa mataron a criollos y mestizos, y los cuerpos despedazados fueron enterrados en el mismo lugar.

Así, entre relato y relato, el grupo llega a la Calle del Rey, hoy Presidente Montes, en ese lugar hacia 1613 se construyó una torre y un campanario que, dicen, cuando tañía se escuchaba en Paria, a 23 kilómetros de Oruro. Otro espacio con mucho significado que toma en cuenta la “Ruta de la medianoche” es el faro de Conchupata, donde el 7 de noviembre de 1851 flameó por primera vez la tricolor boliviana.

Aún quedan historia y leyendas, lamenta el historiador Cazorla. En el imaginario quedan relatos sobre políticos, poetas, familias, apellidos perdidos, edificios, ríos que dividían calles, lenocinios, cementerios, diablos que bailaban sobre un camposanto, curas, mujeres que lucharon en la Guerra de la Independencia.


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