Roberto Valcárcel vuelve a exponer después de más de dos años de manera individual. Está en la galería Nube (Arenales #583) con Trabajos 2014, muestra que incluye cuadros con la palabra ¡No! como única figura, fotografías de distintos modelos de zapatos y fotos manipuladas digitalmente de los cajones de un mueble heredado por una de sus abuelas. Brújula aprovechó este regreso para preguntarle sobre el arte boliviano en general, su trayectoria, de más de 45 años como artista, y los cambios ocurridos en los últimos años en relación con la política y el arte.
Una cosa que usted siempre menciona es que no le importa lo que haya querido decir el artista o lo que él piense de su trabajo. Lo que importa es si esa obra puede transformar algo en la vida de las personas. En este sentido, ¿Qué cree usted que ha conseguido su obra este tiempo? ¿Cómo cree que ha sido tratado su trabajo?
En su momento yo argumentaba y defendía la hipótesis de que el arte tiene un poder de cambio que en algún momento logra una masa crítica y se comienza a detectar, percatar y verificar la sociedad. Eso creo que es en gran parte una ilusión y emoción juvenil a estas alturas, ya constato que la cosa no es así de simple ni así de fácil, pero sigue siendo así de interesante el encontrar un medio, un recurso, para que la gente abandone las percepciones o comprensiones que tal vez sean precisamente las que le traban, impiden, causen pena, dolor y sufrimiento, le frustran y a partir de una revisión de las cosas pueda sacarle un poco más de jugo, provecho y placer a su pasada por este mundo. Creo que esa es una utopía tan válida como el cristianismo o cualquier otra filosofía o doctrina.
Mi gran problema, puede decirse, es que en los últimos años, como mencioné, me he ido dedicando, y cada vez con más intensidad a la docencia lo cual me había dejado poco tiempo para seguir trabajando en el campo artístico, pero a la vez me ha permitido un ingreso para poder parar la olla y pagar agua, luz y teléfono, la docencia es una actividad en la cual igual ando hablando, removiendo mentes, pero no con la intensidad o la magia que puede tener un acto artístico. Un discurso pedagógico está insertado dentro de lo que llamamos realidad, dentro de lo cotidiano, por lo tanto no tiene ese valor tan desquiciador, cuestionador, sorpresivo y sorprendente de una obra de arte.
Pero la premisa que subyace a toda esta actitud y teoría es la premisa de que el destinatario, el receptor, la gente que se acerca a la obra de arte, tiene que tener una especie de inocencia, una especie de apertura de niño, una especie de disponibilidad, elaborar las sensaciones o las contradicciones o especialmente que esa imagen evidentemente críptica, codificada le pueda generar, y esa actitud por parte del receptor creo que es muy problemática en la sociedad carente de educación artística. No se trata de enseñar a dibujar a la gente, se trata de desarrollar en las personas una sensibilidad que le permita siquiera un arte a la poesía, a la música, no dentro de un concepto de lo que vendría a ser entretenimiento, o diversión o distracción, sino dentro de una comprensión de que es algo más fino, más delicado y más importante.
Respecto a este punto de cómo percibe y actúa la gente ante el arte, esto escribió Pedro Querejazu sobre su obra en 1994: “La tradicionalista, provinciana y miope sociedad boliviana, inspirada en los mediocres modelos de la aculturada clase media de Miami y en los de la televisión enlatada, tiene relaciones contradictorias de amor y odio con este artista. Todavía desconfía, mira su producción con suspicacia, desperdicia su potencial artístico e intelectual”.¿Cuánto ha cambiado la sociedad boliviana en estos 20 años, cómo percibe la gente su trabajo, el arte en general?
Yo he cambiado algo porque he adquirido más madurez, menos ilusión y he pisado más la tierra, digamos. En la gente creo que la cosa ha empeorado, porque en 1994 todavía no estaba idiotizada con los aparatitos (celulares, IPhone, etc) que le impiden severamente un contacto directo con la vivencia. Toda vivencia está actualmente siendo mediatizada a través de esos ‘aparatejos’. La gente se sienta en un restaurante a comer algo y lo primero que hace es sacarse una foto. Entonces, el placer inmediato, el maravillarse ante la realidad ha pasado a un segundo plano, en primer plano está inmediatizar eso mediante los múltiples juguetitos y ‘gadgets’ que nos ofrece la industria mundial.
Si usted fuese una especie de dictador del arte, ¿qué es lo que prohibiría en cuanto a arte en Bolivia?
A menudo se me ha planteado esa pregunta, y creo que más bien el tema no iría por ese lado. Pienso que eliminar cosas consistiría en un acto de mutilación de un tejido y de una estructura social. Es una instancia cultural que está ahí, quieras o no, te guste o no. Yo más bien pensaría en elementos equilibradores. En lugar de quitar cosas, yo propondría aumentar cossas para que haya un poco de contrapeso y de equilibrio respecto a esa colina resbalosa y jabonosa en la cual estamos yendo hacia una sociedad de gente totalmente idiotizada frente a esos aparatitos negros.
Yo le aumentaría a Bolivia y a la escena artística unos 15 a 20 grupos de jóvenes totalmente descontentos, totalmente ilusos, totalmente poetas y totalmente convencidos de que todo lo que la gente cree que está bien y que es la realidad es una construcción como cualquier otra, susceptible de ser cuestionada, analizada, reconstruida, deconstruida, y reformulada; por lo tanto, hay que remover y promover el descontento.
Creo que, en última instancia, la sociedad está muy contenta. Todos se están sobando la espalda, todos están en sus respectivos grupos: los sindicalistas en el sindicato, los mineros en su gremio, y las chicas en sus camarillitas; pero todo el mundo está como extremadamente vinculado a un grupo de referencia, el cual se convierte en una especie de red, colchoncito y apoyo mitigante de las desgracias, injusticias y horrores que suceden en la sociedad. Creo que falta una buena dosis de descontento para comenzar y para continuar.
Que ese descontento se convierta en actos creativos y no en actos destructivos. Yo diría que con 20 grupos zafarranchos de jóvenes dadaístas la cosa se equilibraría saludablemente.
Usted tiene más de 40 años de carrera artística, ¿se considera un referente en Bolivia? ¿ve que hay una línea de artistas que siga su trabajo?
A veces, sectores del mundito del arte más conservador y reaccionario del arte han mencionado que, en varias oportunidades, han aparecido montones de ‘valcarcelitos’ como una plaga de copiones y seguidores de una actitud equivocada, según los que emiten esa opinión. Yo no lo veo así, yo veo que los ‘valcarcelitos’, si es que los hubiesen, simplemente están a partir de mi motivación, de mi ejemplo entrando en el siglo XX en el desarrollo de las artes, eso no quiere decir que me están copiando personalmente, simplemente que de alguna manera yo he aportado a una actualización del arte en Bolivia respecto a lo que pasa en Francia, o en la China o en nuestros países vecinos, los mismos que han tenido excelentes momentos de modernidad cuando les tocó, en los años 40. En cambio a Bolivia llegó 40 años después, lo cual coincide con mi aparición en la escena. Por ese lado se me puede vincular con el fenómeno, pero yo diría que es algo que a no ser que nos consideremos una isla, intelectual y sensiblemente hablando, creo que todo eso tarde o temprano iba a pasar, solo que yo me terminé convirtiendo en una especie de catalizador o provocador de una reacción química.
Tampoco es cosa de gran mérito porque no es que yo me haya planteado como misión de vida o programáticamente esos intereses. Simplemente se dio, sucedió, pasó.
Dentro de todo este proceso político que ha ocurrido en los últimos 15 años, ¿Cree usted que hay un ‘arte en tiempos de Evo Morales’? Si es así, ¿cuál cree que es su característica?
En el Gobierno de Evo, en una primera instancia, los artistas que estaban plegados a la burguesía entraron como la burguesía misma: en pánico, y dijeron “estos nos van a quitar a los hijos, van a violar a las monjas, todo el terror del comunismo”, pero no generó una reacción artística sistemática ni programática, sino que una que otra alusión a la figura de Evo, se lo pintó como
Julio César con sus ramitas en la cabeza, se lo pintó bastante ingenua y caricaturescamente en una que otra obra, pero sin mayor proyecto, sin mayor plan estético ni político, simplemente como algo para dar mirada, dar visibilidad a los temores de la burguesía que veían peligrar todos sus intereses.
Los otros artistas, los más inclinados hacia la izquierda, se adscribieron en un sentido de tener cierta esperanza, pero tampoco adquirió esa inquietud cierta forma plástica, una forma visible.
Tal vez sabiamente los artistas de izquierda comprendieron que el tema no era Evo, el tema era el país y los cambios sociales en sí, así que no personificaron en la figura de Evo lo que estaba sucediendo y quedaron más bien a la expectativa de cómo se desarrollaba la cosa y de como sucedió posteriormente, y resulta que todo este Gobierno no fue ni tan rabioso, ni tan violento, ni tan agresivo como todos temían.
Un arte que sea caracterizable como referir a los cambios políticos, directamente creo que no. Hay una serie de síntomas interesantes de sectores de la población que antes no hubieran tenido tanta seguridad como para poder articularse cosa que está sucediendo, pero otra vez creo que eso es relativamente pequeño y que el pequeño mundo del arte sigue esa especie de no sé si de dinámica o sonambulismo propio, donde está flotando medio al margen de la realidad, al margen de los hechos
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