jueves, 18 de abril de 2013

La pintura de Elvira Espejo, un orden andino del color



Pintisa es una palabra poética. Es una palabra poética aymara. Funciona, como tantas otras palabras andinas, como una acumulación de sentidos. “Se la usa por ejemplo —dice Elvira Espejo, quien ha titulado su exposición pictórica precisamente con esta palabra— para referirse a algo nuevo, pero también para algo que es único”. Se la usa igualmente, continúa la artista, “para algo que está bien hecho o para algo que es innovador”. Pero eso no es todo:

“También se la utiliza para algo que no se puede describir fácilmente”. A esta altura, quizás un ejemplo pueda aclarar las cosas. “Cuando una persona se viste tan elegante que te deja con la boca abierta —explica Elvira— entonces se dice pintisa”. Sólo que en este caso, esa palabra no hay que leerla sino escucharla con su entonación y con el gesto que la acompaña. Pintisa, entonces.

La exposición de Elvira Espejo está integrada por tres series de cuadros. La primera podría decirse que es testimonial: tres cuadros que reflejan la formación académica de Espejo: estudió en la Academia de Bellas Artes de La Paz. “Después de formarme —cuenta—, regresé a mi comunidad”. Su comunidad es el ayllu qaqachaka en la provincia Eduardo Avaroa del departamento de Oruro. Allí, durante tres años, trabajó con las mujeres tejedoras.

“Empecé —dice— a sistematizar el proceso del textil: la materia prima, los tintes naturales, la selección de los colores, la urdiembre, las técnicas hasta llegar al producto acabado”. Esa experiencia de trabajo y conocimiento está en la base de su pintura, pero también de las otras formas de su arte: Elvira Espejo es también una reconocida tejedora.

La segunda serie está compuesta por lo que la artista llama “imágenes figurativas”. Producto de un cuestionamiento a las formas académicas de entender y organizar el color, estos cuadros apuntan a lo que podría llamarse un orden andino de los colores. La pintora trabajó con tintes naturales y en algunos casos no sobre lienzo sino sobre una superficie elaborada con tierra. En cuanto a la representación, sus cuadros están habitados por una fauna propia de la región andina. Es una fauna que aparece muy plásticamente en la superficie del cuadro pero que carga una gran densidad simbólica. Cada cuadro parecería contar una historia. No habría que extrañarse, Espejo desde niña se ha formado como una narradora de la tradición oral de su comunidad.

La tercera serie es la de las “imágenes geométricas”. Los estudios que ha realizado Elvira Espejo sobre los textiles andinos —en los museos bolivianos pero también en las colecciones del British Museum y del Museo de Azapa en el norte de Chile— la han llevado a cuestionar algunas ideas imperantes en este campo. Sostiene, por ejemplo, que la característica más antigua de la organización del color en los tejidos andinos no es como se ha sostenido el degradé —presente, por ejemplo, en la wiphala— sino el contraste. Y ese hallazgo es la piedra de toque de su pintura y —lo dice ella misma— de su identidad como artista.

Los colores de estos cuadros vienen de una paleta propia de los textiles y de la cerámica y la composición repite los tres espacios en los que se organiza un tejido. “En un aguayo —dice— siempre hay dos bordes y un espacio central. Los bordes son las chacras o los tierras durmientes (tierra en barbecho) y en la parte central es donde está la acción de la naturaleza: los arbustos que van brotando, o los vientos o los cerros. Es como una persona: la cabeza, los pies y la parte central que es siempre la más compleja, es el aparato digestivo”.

El lenguaje andino —aclara Espejo— es trivalente: dos extremos y algo intermedio. “Siempre hay algo en el medio que une los extremos”, dice. Y esa forma de organización está presente en estos cuadros. Sus títulos —en aymara o quechua—, además, remiten a conceptos del espacio andino que multiplican la densidad simbólica de las obras.



No hay comentarios:

Publicar un comentario