Adolfo Mier Rivas, el hombre detrás de las risas en Chaplin Show, celebra 42 años como escritor y director de teatro, ‘pega’ a la que ingresó casi por casualidad.
El periodista, que heredó el nombre, el talento y hasta un toque de locura de su bisabuelo paterno, tiene una tragicomedia sobre la migración a medio escribir (Un tacú en Madrid), alista Niña camba, un drama sobre la dictadura con un elenco renovado y la nueva temporada de Chaplin, que se estrenará en agosto. A sus 74 años, ‘Oso’ no piensa parar.
¿Cómo evalúa estos 42 años de carrera?
Creo que han sido altamente positivos, me he divertido mucho y he formado gente para el teatro, que es lo más importante para mí.
¿Cuál es el secreto para no repetirse en cada obra?
En Chaplin Show hacemos dos temporadas por año, por lo que cuando una termina, ya estamos pensando de qué nos vamos a disfrazar para la siguiente. Repertirse es una tentación, pero a la vez es una necesidad, porque nuestro público así lo pide. Eso sí, el teatro es como la prensa: tiene que ser actual.
Para muchos, su nombre es sinónimo de comedia. ¿Es ahí donde se siente más cómodo?
Sí, aunque es más difícil que escribir un drama. Estoy trabajando en una tragicomedia que se llamará Un tacú en Madrid, donde hablo de la gente que sale en busca de posibilidades, en terrenos que no son suyos.
¿Cuál considera que es el punto más alto de su carrera?
Tengo dos: cuando monté la obra Rutuchi, que ganó premios en La Paz, me llevó a tres ciudades del país y a la que considero mi obra maestra, y cuando junto a mis socios, Ernesto Ferrante y Hugo Daza, dejamos Cochabamba para montar Chaplin Show en Santa Cruz, que nos adoptó desde el primer día, hace 29 años.
¿Cómo ve la competencia?
Es sana, pero no dura, porque ya tenemos un público amarrado y la ciudad es tan grande que hay opciones para todos. En Chaplin Show competimos contra nosotros mismos, por eso no nos tiramos en la cama a pensar en nuestra fama. También siento satisfacción porque hay muchos personajes que han salido de Chaplin y continúan en las tablas, pero con un maquillaje diferente. Me gusta creer que son mis hijos que viven en otros barrios.
¿Es este un oficio ingrato?
Yo quiero ser reconocido por las personas que empezaron sus carreras conmigo. Hay actores que han salido de mis talleres, pero públicamente lo ignoran y esa es una ingratitud que me amarga un poco la vida. No cuestiono, porque cada quien sabe cómo contar su historia.
¿Ha pensado en retirarse?
En lo más mínimo, porque si me retiro del teatro me muero. Me aterra la jubilación... quizás dejaría de dirigir, pero nunca de escribir aunque, a decir verdad, estoy medio retirado, ¡ya ni oficina tengo! (risas) Mi hijo Sergio es mi asistente de dirección y el elenco sabe muy bien su trabajo.
¿Qué le ha dejado y qué le ha quitado su actividad?
Para mí es una bendición que la gente salga riendo de Chaplin: eso me mantiene bien física y mentalmente. Lo triste es que puse en segundo plano a mi familia y no he sido padre a tiempo completo, lo que ha provocado que me saquen ‘tarjeta roja’ en tres matrimonios
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