domingo, 25 de noviembre de 2012

La casa del tango El Torino trajo a la paz el baile porteño.



Tres veces por semana, el sonido melancólico del viejo tango impregna el patio del hotel Torino de La Paz. Franklin Guarachi, Silvia Paz y Erik Calvo dan clases a una cincuentena de alumnos, en diferentes sesiones, desde los 19 años hasta adultos mayores. No es algo nuevo. “El hotel trajo el tango acá y se apoderó de él”, sostiene Erik.

Esa música y su baile nacieron entre la población negra del Buenos Aires decimonónico, y empezó a expandirse entre los inmigrantes europeos a finales de siglo. Tal vez a ello se deba esa melancolía que impregna al tango.

Surgió a orillas del Riachuelo que atraviesa la capital argentina y desemboca en el Río de La Plata, así como en los populares conventillos. En la década de los 20, varias estudiantinas bolivianas fueron hasta la ciudad porteña para grabar discos y así entraron en contacto con los músicos locales, entre los que estaban los compositores del género. Esas influencias se las trajeron a La Paz, las que encontraron su casa en el Torino, un refugio creado en 1917 por el italiano Francisco Ponte —natural de Turín, de allí el nombre— en un inmueble de la plaza Lucio Pérez Velasco. En 1925 se trasladó a la antigua casona de la calle Socabaya.

Tras la Guerra del Chaco (1932-1935), el músico y compositor paceño Néstor Portocarrero tocaba en el establecimiento hotelero, asegura el dueño actual, Mario Urdininea. Fue él quien, todavía durante el conflicto, en la noche del 31 de diciembre de 1932 al 1 de enero de 1933, compuso Illimani en la trinchera, un tango que habla de la añoranza de La Paz. Dicen que al músico se le escapaban las lágrimas mientras lo escribía.

En el patio central del Torino se había habilitado una pista de patinaje, a la que los jóvenes acudían a jugar sobre cuatro ruedas al compás de tangos y vals. Hasta que, poco a poco, la asistencia de público y la música se fueron apagando. “Ya nadie escuchaba tangos”, describe Mario. Fue a finales de la década de los 80, que un señor paceño que solía tocar tango, de nombre Juan Molina, propuso a los dueños del hotel armar una orquesta típica.

El grupo se presentaba dos días por semana. Un par de argentinos que llegaron a la ciudad (Mario no recuerda la fecha exacta) se enteraron y pasaron por el hotel para ofrecerse como profesores del baile bonaerense, en un curso de una semana. Tiempo después, un diplomático de la Embajada de Japón, que había aprendido los secretos del ritmo en Argentina, estuvo una temporada enseñando lo básico. “Y no cobraba por las clases”, afirma el dueño, que reconoce que “ha costado resucitar el tango”. Él ha sido impulsor de esta recuperación: desde que viajó a Buenos Aires, años atrás, quedó prendado de esa banda sonora urbana hecha con guitarra, violín y bandoneón.

Los sábados, Erik y sus alumnos bailan con música en directo, pues Los Varones del Tango amenizan el almuerzo.

Este profesor de baile, que lleva 20 años dando clases, conoció el dos por cuatro gracias a sus abuelos, que solían bailarlo en Potosí, de donde es la familia. Aprendió en el país; pero, cuando tuvo la ocasión, se escapó tres semanas a la cuna del baile que tanto le apasiona para ponerse a las órdenes de dos maestros: Carlos Copello y Fabián Peralta. “Bailaba de siete de la mañana a siete u ocho de la noche, y luego me iba a algunas milongas”, cuenta Erik.

“Si pudiera enchufar mis piernas a unas pilas...”, hubiera bailado más todavía.

Lleva ya casi dos años como profesor en el Torino. Cuando habla del arte que enseña, se le sale el entusiasmo en cada gesto que acompaña a sus palabras, incluso en la mirada. Y, a la hora de moverse, esa pasión se nota en el semblante grave, en la elegancia de los movimientos.

Erik y varios de sus alumnos tienen un grupo profesional llamado Tango Bar del Centro Cultural Torino, que fue presentado oficialmente en Potosí el reciente 17 de noviembre, con un espectáculo en el Festival Internacional de Cultura y otro en el Club Internacional de esa ciudad.

El elenco, además, está reuniendo canciones típicas de cada departamento del país para que tengan una versión tanguera. El vals En las playas desiertas del Beni, de Lola Sierra de Méndez y José Aguirre Achá, ya tiene una. El gran sueño es bailar con esta música bolivianizada, cómo no, en la cuna, en Buenos Aires. “Pensamos mucho en la comunidad boliviana en Argentina”, comenta el bailarín y maestro.

Para danzar tango, sólo hay que echarle ganas y tiempo, se tenga ritmo innato o no. Y, sobre todo, hay que disfrutarlo. “El tango es vida y es pasión”, sentencia. “Es una vida bailada en tres minutos. Sabes que se inicia y termina en tres minutos. Por eso, hay que disfrutarla”.


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