Entre un sinfín de
comerciantes populares, en el interior de una de las miles de casas de
ladrillo a la vista de la ciudad de El Alto, un grupo de jóvenes ensaya a
viva voz y representa historias actuadas que se las han aprendido
leyendo, revisando e imaginando el guion provisto. Discursos, gestos,
escenografía y sonido conforman la amalgama artística en un modesto
espacio que simula un magnífico escenario.
Adriana (nombre ficticio), una adolescente esbelta y de cabello largo,
expone al resto del grupo el monólogo que ha preparado sobre violencia
sexual. La sala alquilada en el barrio de Villa Adela tiene apenas 40
metros cuadrados de espacio diáfano, unas cuantas sillas amontonadas y
un bidón de agua. La joven se mueve con total soltura, fruto de los
muchos talleres y capacitaciones previas. Desprovista de artilugios, el
cuerpo es su única arma de interpretación. Al fondo, en un pequeño
despacho, María Elena Cárdenas, actriz y coordinadora del centro Albor
de arte y cultura, empieza a narrar la historia de la compañía.
El grupo se fundó hace 17 años cuando ella era una “changuita” de tan
solo diez que comenzaba a cuestionar su identidad cultural. Durante el
primer mandato de Sánchez de Lozada, en El Alto, una ciudad de mayoría
indígena pero donde paradójicamente era una vergüenza identificarse como
tal, un grupo de amigos de entre 10 y 18 años comenzaron a replantearse
cuál era la cultura a la que querían convertirse de adultos. “Recuerdo
que en la radio había programas donde la música tecno y hip hop estaban
en auge y casi todos los jóvenes preferían la música estadounidense y
desconocían lo que se hacía acá”.
Mientras las plazas arenosas de la ciudad se llenaban de adolescentes
hiphoperos que tenían a 2pac y Snoop Dogg como referentes, María Elena y
los suyos comenzaban a hacer poesía social, histórica, contestataria.
“Nuestro objetivo era frenar esa pérdida de identidad cultural propia”,
recuerda María Elena.
El nacimiento
“Decidimos llamarnos Albor por la primera luz del día, del principio de
nuestro camino. Siempre estamos aprendiendo y aplicando experiencias
nuevas. Siempre estamos al inicio de algo”, explica la actriz.
Lo que empezó con manifestaciones artísticas a través de la poesía, fue
poco a poco haciéndose más grande. Así, otras disciplinas como el
teatro experimental y los derechos humanos se colaron entre sus
prioridades. A la pregunta de por qué hacer arte surgieron claras
respuestas: por la falta de democracia, por las injusticias, por la
discriminación, por la violencia y un largo etcétera. “Identificamos que
lo que hacíamos tenía un mensaje para sensibilizar a la población, no
era arte por el arte”.
Como grupo comprometido con lo que acontece a su alrededor, estos
muchachos han participado siempre en las reivindicaciones sociales y
políticas de su entorno. A través de la poesía y el teatro en la calle
formaron parte de la “guerra del gas” en 2003, la rebelión popular que
se opuso al plan de “Goni” Sánchez de Lozada de vender gas natural
licuado a Estados Unidos a través de Chile. “Tenemos una militancia muy
fuerte con los procesos históricos, con lo que ha pasado, con lo que
está pasando. Somos un grupo bien luchador, bien guerrero”.
Hoy el centro tiene más de 100 integrantes que participan en los
círculos de estudio teatrales, literarios y poéticos. Todo a costo cero.
“Los chicos que vienen aquí no pagan nada”, puntualiza María Elena, que
recalca la labor social de atender a jóvenes y adolescentes que
provienen de contextos vulnerables.
Desde que comenzaron, el grupo se ha autogestionado gracias a lo
recaudado con la representación de sus obras. Una versión de Las venas
abiertas de América Latina del uruguayo Eduardo Galeano, un drama sobre
la vida del caudillo indígena Túpac Katari o Machicidio, han sido
algunos textos de los que se han servido para denunciar violaciones a
los derechos humanos y al mismo tiempo autofinanciarse.
Desde 2005 y en periodos no consecutivos, reciben apoyo financiero de
Suecia. Primero a través de la ONG Solidaridad Suecia-América Latina
(SAL) y en la actualidad con la institución Svalorna, dentro del
programa Suma Thakhi (buen camino en aymara). El objetivo de la alianza
entre la ONG y Albor es trabajar con jóvenes de las ciudades de El Alto y
La Paz para la exigencia y respeto de los derechos sexuales y la no
violencia por identidad de género. Las obras de teatro surgidas a raíz
de las capacitaciones y la improvisación de los jóvenes ya han sido
vistas por más de 600 personas en ambas ciudades.
Asimismo, el apoyo de los residentes bolivianos en Suecia ha logrado
llevarlos al país escandinavo en varias ocasiones para representar sus
obras. “La experiencia fue muy linda. En 2009 hicimos una gira de dos
meses y medio con Las venas abiertas de América Latina por diez ciudades
suecas, y también en Dinamarca. Como la función era en español, le
dimos más peso a la parte visual. Conectamos muy bien con el público”,
explica María Elena.
Terapia artística
Gabriela (nombre ficticio) recorre cada tarde durante más de una hora
el tramo que separa su casa en Achumani del centro Albor en la ciudad de
El Alto.
Formar parte
de la compañía ha sido su sueño desde que tenía 12 años, cuando veía las
convocatorias colgadas de las paredes de su colegio. “Como vivía lejos,
nadie me podía traer y tampoco me dejaban venir sola”. En la actualidad
ya ha superado la mayoría de edad y lleva un año asistiendo a los
círculos de estudio que propone el grupo teatral como metodología de
trabajo.
Los círculos,
heredados de la cooperación sueca, manejan el aprendizaje de forma
colectiva donde se promueve la cooperación, la solidaridad y la
construcción de una cultura democrática. “El plan de trabajo tiene una
parte de formación teatral, después otra de aprendizajes y desarrollo de
temas, y por último la puesta en escena”, aclara María Elena.
Josué Santos todavía se emociona al recordar la primera vez que se
subió a un escenario para actuar. “Estaba muy nervioso, fue el pasado
mes de septiembre. Llevábamos todo el año trabajando el tema de la
violencia basada en identidad de género y derechos sexuales y por fin
hicimos la representación”, recuerda el actor.
Esa tarde, la obra No te duermas con cuentos de hadas puso en pie al
público de una unidad educativa en Villa Adela. Fruto del trabajo
colectivo de muchos meses logró su objetivo: sensibilizar a estudiantes y
profesores sobre la problemática de la violencia sexual que coloca a
Bolivia como el segundo país de Latinoamérica con más casos, solo por
detrás de Haití. Según la Defensoría del Pueblo, 83% de niñas, niños y
adolescentes sufren violencia en sus hogares o escuelas, y en promedio
16 menores son violados cada día.
“Creemos que la educación es la clave. A las obras de teatro se invita a
los alumnos, a sus padres y profesores, de manera que la
concientización es integral”, agrega María Elena. Los integrantes del
grupo también son beneficiarios directos. Muchos adolescentes son
víctimas de las mismas vulneraciones de derechos que interpretan, “lo
que supone un doble esfuerzo para ellos, ya que se enfrentan a sus
propios miedos y problemas”.
Adriana termina su improvisación sobre violencia sexual frente al
grupo. Sus compañeros la observan expectantes. El impacto es notable en
sus rostros.
Ella
levanta la mirada y la dirige hacia su profesor esperando su aprobación.
Detrás de sus ojos negros se perfila la madurez de una adolescente con
un pasado familiar duro. “En mi hogar sufría violencia psicológica y
física y el machismo siempre ha estado muy presente. Desde que estoy en
Albor he aprendido que la mujer y el hombre tienen que vivir en
igualdad. He cambiado y ahora estoy cambiando mi hogar. Ya no me dejo
violentar por un hombre que quiera sentirse superior, todos tenemos los
mismos derechos”, apunta Ariana.
Otro de los objetivos del grupo es preparar a jóvenes líderes y
lideresas que como Adriana quieren transformar la realidad que los
rodea. A través de las capacitaciones de réplicas se pretende que una
vez formados los integrantes, sean ellos los que multipliquen ese efecto
transformador en otros jóvenes de su entorno. Así, algunos temas como
derechos sexuales y reproductivos, la diversidad sexual y de género o la
violencia ya se tratan en colegios de las ciudades de El Alto y La Paz,
algo impensable en los inicios del grupo teatral hace casi dos décadas.
Poco a poco la mentalidad de la sociedad va siendo más aperturista y
los nichos para sensibilizar se abren en ámbitos educativos, una
herramienta que desde el grupo consideran fundamental para alcanzar sus
objetivos. En un pequeño reducto al final del local, María Elena
muestra algunos éxitos cosechados por el grupo en sus 17 años de
existencia dentro del circuito cultural alteño. Carteles de las obras de
teatro más aclamadas, premios y reconocimientos inundan el espacio en
las paredes y estantes. Entre todos los afiches y recuerdos, sobresale
una fotografía que ya luce antigua, desgastada por el tiempo, y en la
que se ve a los jóvenes fundadores del grupo de teatro saludando después
de una de sus primeras funciones. María Elena esboza una sonrisa y
reflexiona en voz alta. “Qué pequeños éramos, y qué soñadores”.
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