Esta festividad, reflejada en el Museo Tambo Quirquincho, data de 1910, según algunos investigadores.
El rito de la Fiesta de las Calaveras o Ñatitas, como se lo conoce en la actualidad, se originó como fruto de la relación existente entre la vida y la muerte en la época prehispánica, especialmente en la cultura kolla-aymara, afirma el historiador e investigador de la Unidad de Museo Municipal Jesús Llusco.
RITO. Estas declaraciones, dadas en el marco de la exposición fotográfica Ñatitas, instalada en el Museo Tambo Quirquincho, dan cuenta además de que dicha festividad logró sobrevivir a la colonización española, mediante una celebración clandestina subterránea. “Muchas de las culturas alrededor del mundo han tenido siempre esa relación entre la vida y la muerte, donde se rendía culto a los difuntos, situándose una de ellas en el área andina”.
Una muestra de la antigüedad que tiene esta festividad es que las tradiciones y manifestaciones del culto a los difuntos se encuentran inmersas en las crónicas coloniales. “Algunos autores o recopiladores históricos sostienen que en los años 1910 y 1920, la fiesta empezaba el mes de octubre con el desentierro y exhumación de seis calaveritas en el Cementerio General”, explica el investigador.
La exhumación en esos años, según el historiador, se daba con la bendición de un cura o sacerdote. “Tras este rito, los indígenas pasaban la fiesta, la misma que duraba desde el mes de octubre hasta el 8 de noviembre”, manifiesta el investigador, quien al mismo tiempo hace notar que en la actualidad esta fiesta es celebrada cada 8 de noviembre.
Origen. Antes de la llegada de los colonizadores españoles, el rito era realizado con chullpas (restos mortuorios de los curacas fallecidos), las cuales eran extraídas de los mausoleos para su veneración cada 24 de octubre.
A la llegada de la religión católica se prohibió la práctica de todo rito pagano. El temor de los indígenas a los castigos empleados por la Santa Inquisición derivó en que el rito se practicara en secreto.
El antropólogo Jorge Laruta señala que la celebración de las Ñatitas nace en la región de Uruchipaya, Oruro, donde aún se continúa con el desentierro de los restos íntegros del difunto para vestirlos, darles de comer y luego enterrarlas nuevamente.
De acuerdo a la concepción andina, la muerte del cuerpo no implica la desaparición del ajayu (alma o espíritu, en aymara) que después de la muerte continúa ligada al cráneo.
“Estos rituales en el periodo colonial toman otros tintes, debido también a los mecanismos de evangelización, como llevar a las Ñatitas a la misa y hacerles dar la bendición, aspecto que nos hace notar que el catolicismo de esa época no ha podido con esta práctica y ha tenido que aglutinar y aceptar ciertas ritualidades meramente indígenas”, añade Laruta.
7 de noviembre es la fecha en que se realizará un conversatorio sobre la idolatría a las Ñatitas.
“Todas las festividades de origen prehispánico que lograron transgredir en el tiempo van sufriendo transformaciones, ya sea de manera impuesta o nacida de la dinámica social”.
Jesús Llusco / HISTORIADOR E INVESTIGADOR
Creencias de la cultura aymara en la parte andina. Se tiene la creencia de que el octavo día del onceavo mes del año, el ajayu (ánima) regresa al mundo de los vivos para protegerlos y cuidarlos. A cambio, los vivos los celebran con misas religiosas, k’oachadas, velas, música, alcohol y cigarrillos.
Otros en cambio prefieren una celebración con fiesta, bandas, serenatas e invitados similares al festejado. Según la creencia, el festejo y las bendiciones hechas por los vivos a las Ñatitas son para gozar de su protección durante todo el año.
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