Su relación con la pintura parece más íntima que aquella que surgió casi por accidente en 2011. La fotógrafa Verónica Mendizábal es una amante declarada de La Paz, tanto que lleva lugares de la ciudad tatuados en la piel.
Se mudó a Santa Cruz en 2011, una ciudad desconocida para ella hasta entonces. En ese tiempo, una marca de cigarrillos empezó comercializar su producto en latas de colección. Al ser fumadora, la fotógrafa, a la que sus amigos llaman Orange (naranja, en inglés), empezó a acumular los pequeños empaques metálicos y sin planificación alguna empezó a pintarlos.
Hoy, esa única forma que tenía de estar cerca de su ciudad se ha convertido en Orange me. Se trata de un emprendimiento que a través de la pintura muestra paisajes y personajes paceños pintados en objetos de lata, con diseños que no siempre son suyos, algo que deja en claro. Desde el 2011 no ha parado de pintar y desde hace tres meses le llegan pedidos constantes.
La chola paceña, las cabinas del teleférico, los buses PumaKatari, las casas de las laderas, las mujeres de pollera y, además de ello, plasma a la Abuela Grillo -el entrañable corto de dibujos animados- en latas de galletas, de betún, de leche, en tarros y demás objetos.
"Comencé experimentando con otro tipo de pintura. Con el tiempo empecé a ponerles pintura de auto como base, actualmente eso lo hace un ‘chapista’ (...). Hacía figuras sencillas, pero en la actualidad ya he hecho de todo, series de gatos, Batman, hasta muñecas de Monster High, que son a pedido”, comenta Mendizábal.
La Paz y el pincel
Las latas tienen su toque personal que hoy forman parte del café Rayuela, que fundó junto a la comunicadora social Claudia Peña. Sin embargo, cada pieza que se encuentra en el lugar ya ha sido comprada o es parte de la decoración. La iniciativa cuenta además con una página en el Facebook (www.facebook.com/Orange-me), a través de la cual se pueden hacer pedidos. Los precios oscilan entre los 100 y 150 bolivianos.
El trazo de sus pinceles se ha trasladado hasta el refrigerador. Se la puede observar pintando en las horas en las cuales no hay muchos clientes en Rayuela. Su pintura llamó la atención de una persona que le pidió pintar 500 latas al mes para exportarlas al Japón. Mendizábal declinó la oferta, pues al ser un emprendimiento artesanal e individual, de momento no puede producir en serie.
Cada lata que emplea es reciclada, tiene tamaños diferentes y cada una se pinta en alrededor de un día. "No puedo dejar de pintar porque es algo que me encanta. En el pasado pinté como unos 80 cuadros (pintura al óleo) que regalé”, detalla.
Dice que no tiene el más mínimo interés de que se convierta en una fábrica en donde se pinten latas en serie y donde un grupo de personas las plasme, quiere que su relación con lo que pinta se mantenga intacto, aunque actualmente recibe ayuda de Peña para plasmar algunos colores que sirven de base al trabajo final.
No es extraño verla pintando junto a niños u otras personas en el café ubicado en Obrajes, zona Sur, a quienes enseña mientras hace varios pedidos al mismo tiempo.
"En general, son los mismos diseños base, pero nunca un diseño es igual a otro, ya que no uso una plantilla o modelo. Entonces cada una tiene particularidades y diferentes colores”, finaliza Mendizábal.
Ahora está en la ciudad que empezó a pintar movilizada por la nostalgia; los pinceles ya no necesitan evocar.
Ahora plasman junto a ella una ventana visual en una lata que puede contener de todo.
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