¿Qué queda de Hamlet después de 500 años desde su primera presentación? ¿El honor, el amor filial, la codicia, la lujuria? El boliviano Teatro de los Andes optó por revivirlo con base en dos sentidos: el ritual de la muerte que no reconoce fronteras entre lo tangible y los espíritus en la concepción del mundo andino; y la duda que carcome al príncipe de Dinamarca tanto como a los actores de Yotala.
Mientras preparan maletas para llevar a su Hamlet kallawaya al mero Londres de William Shakespeare, el Teatro de los Andes inauguró el IX Festival Internacional de Teatro de Santa Cruz, este 18 de abril, mostrando su madurez actoral, la perfección que ha logrado en cada propuesta de escenografía y en la sucesión de imágenes visuales que son la estructura más sólida de la puesta en escena.
Lucas Achirico es el amigo Horacio, es Polonio, es la chola que suple a las parcas y es el coautor del diseño de la iluminación, elemento central para el desarrollo impecable de la obra.
Lucas también trabajó el fondo musical que une a los mundos de siete mares distintos porque Hamlet es universal. Su figura negra, el largo cabello, el espinazo erguido ayudan a marcar en la obra el juego de verticales y horizontales que provocan un ambiente que sólo el Teatro de los Andes sabe conseguir.
Diego Aramburo trabajó como director invitado y logró equilibrar su propio estilo, y sus propias obsesiones con la acumulación escénica propia del conjunto en sus dos décadas de trabajo.
Gianpaolo Nalli es el coordinador general, responsable de la gestión que ha llevado al Teatro de los Andes como el primer conjunto boliviano que recorre todo el mundo, con 1.500 representaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario