¿Qué queda de Hamlet después de 500 años desde su primera presentación? ¿El honor, el amor filial, la codicia, la lujuria? El boliviano Teatro de los Andes optó por revivirlo con base en dos sentidos: el ritual de la muerte que no reconoce fronteras entre lo tangible y los espíritus en la concepción del mundo andino; y la duda que carcome al príncipe de Dinamarca tanto como a los actores de Yotala.
Mientras preparan maletas para llevar a su Hamlet kallawaya al mero Londres de William Shakespeare, el Teatro de los Andes inauguró el IX Festival de Teatro de Santa Cruz de la Sierra este 18 de abril mostrando su madurez actoral, la perfección que ha logrado en cada propuesta de escenografía y en la sucesión de imágenes visuales que son la estructura más sólida de la puesta en escena.
Las razones que impulsan a la madre de Hamlet, a su cuñado/tío/padrastro a asesinar al cuñado/esposo/tío son una telaraña que conmueve pero que se mantiene lejana. ¡Ya no hay príncipes y reinados truculentos y malvados, en este nuevo siglo!
En cambio, la muerte y sus interrogantes cruzan la obra desde el principio hasta el sepulcro del sutil intermedio y hasta el cierre que culmina el monólogo de Hamlet, a cargo del magnífico Gonzalo Callejas. Invoca a sus dioses andinos, a los chamanes que alejan a los espíritus con la campana cristiana, a las mujeres que amarran las mortajas para que los muertos descansen en paz. ¿Descansen en paz?
La escenografía es tan frágil como los vientos que surcan los mares o como el aire que representa para casi todas las religiones la presencia de los seres que cruzaron a los mundos desconocidos. Se mecen los tules para sugerir la tempestad, la visita de las almas en pena, la locura fingida de Hamlet, la locura amorosa de la dulce Ofelia, interpretada por la multifacética Alice Guimaraes, que también devela un trabajo interior cada vez más asombroso.
Lucas Achirico es el amigo Horacio, es Polonio, es la chola que suple a las parcas y es el coautor del diseño de la iluminación, elemento central para el desarrollo impecable de la obra, aunque algunos espectadores post modernos prendan celulares sin tomar en cuenta como hieren a los artistas. Lucas también trabajó el fondo musical que une a los mundos de siete mares distintos porque Hamlet es universal. Su figura negra, el largo cabello, el espinazo erguido ayudan a marcar en la obra el juego de verticales y horizontales que provocan un ambiente que sólo el Teatro de los Andes sabe conseguir.
Gonzalo lleva la responsabilidad del discurso, de la palabra, de los cambios de entonaciones para ubicarnos en el centro del drama: la duda, ese ser o no ser que abarca la totalidad de la vida, más aún en una época sin certezas. El ingenio de los protagonistas es introducir además sus propias dudas como electo, como artistas, como seres humanos en un tránsito por la tierra inmensa y sin tiempos definidos.
Diego Aramburo trabajó como director invitado y logró equilibrar su propio estilo, y sus propias obsesiones con la acumulación escénica propia del conjunto en sus dos décadas de trabajo.
Gianpaolo Nalli es el coordinador general, responsable de la gestión que ha llevado al Teatro de los Andes como el primer conjunto boliviano que recorre todo el mundo, con 1500 representaciones para cerca de 350 mil espectadores de toda procedencia étnica, de todo nivel cultural y en más de 15 idiomas distintos.
El profesionalismo de Bernardo Rosado, también de Sucre, aporta para el manejo de luces y audios que acompañan esta nueva obra y Helder Rivera ayuda al contrapunteo de la música que marca los ritmos y los cambios de las escenas.
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