martes, 31 de julio de 2012

Memoria bélica - Un museo sobre los soldados en el chaco

Dentro de un expositor están los fusiles máuser que usaron los soldados bolivianos contra el ejército paraguayo durante la Guerra del Chaco (1932-1935). Están restaurados y hasta podrían ser usados de nuevo, cuenta el encargado de la Casa de los Héroes Nacionales de la Guerra del Chaco, Jorge Rocabado, quien administra también la Confederación Nacional de Excombatientes del Chaco (Conexchaco). Explica que estas armas tienen una longitud por debajo de la normal en este tipo de fusiles: fueron recortadas antes de ser enviadas al país desde el viejo continente, pues los hombres bolivianos tenían una complexión más pequeña que la de los europeos.

Ésos y otros objetos y anécdotas relacionadas con la contienda es cuanto van a encontrar los visitantes de este nuevo museo en La Paz, ubicado en una antigua vivienda republicana en la esquina de las calles Obispo Cárdenas y Bueno. Ésta fue adquirida por la confederación en una subasta en los años 50 y, entre 1985 y 1995, alojó en una sala (hoy, el Archivo) un pequeño repositorio. Ampliado y renovado, ha sido reinaugurado en mayo para “que se conozca la historia de los beneméritos”, explica Rocabado. Ahora, el nuevo repositorio ocupa tres habitaciones de la planta baja del edificio, que fue cedido en 2010 a la Escuela Marítima de la Armada.

Dos de las salas están dedicadas a la exposición de imágenes y objetos. En una, parte de las paredes están cubiertas por 54 fotografías originales tomadas por el cochabambino Luis Bazoberry García, quien también usó material filmado para realizar la película Infierno verde, conocida como La Guerra del Chaco. Muestran las escenas de la vida de los soldados en los campamentos y los momentos de mayor tensión en las trincheras. Los pies de las fotos dan voz a las imágenes y cuentan, por ejemplo, que para los combatientes eran indispensables la coca y el pito de cañahua: la primera, para engañar la sed durante las largas caminatas; lo segundo, para curarse la galopante disentería.

Siete estandartes, algo descoloridos, decoran el fondo de la sala. Sin embargo, son posteriores al conflicto armado: pertenecieron a federaciones departamentales y nacionales de excombatientes. Las auténticas todavía se conservan, pero en el Colegio Militar, explica Rocabado. Al frente, cuelgan las fotografías de cada uno de los presidentes de la Conexchaco, a la cabeza de la cual estuvo, en primer lugar, el ex primer mandatario Hernán Siles Zuazo. Fue él, en 1956, quien promulgó la ley que creó la distinción como Benemérito de la Patria para los participantes de la guerra.

La sala contigua es la que guarda reliquias como granadas de mano, ametralladoras y máuseres, un uniforme de soldado boliviano (la chaqueta es auténtica, donada por un excombatiente) y otro paraguayo. Sobre el armamento, los retratos de dos héroes: Bernardino Bilbao Rioja (destacó en la batalla de Villamontes) y Manuel Marzana Oroza (en Boquerón).

El ayer, el hoy

En una pared, una pequeña historia gráfica muestra escenas de la guerra, como el secuestro de un tanque de la casa Vickers por parte de los paraguayos. De los seis que el ejército boliviano adquirió para la contienda, dos fueron robados por los entonces enemigos. Sin embargo, el tiempo secó las cicatrices y los beneméritos de Bolivia y los veteranos de Paraguay “han mantenido lazos”, asegura el administrador del museo. El último encuentro entre ambos grupos fue en noviembre de 2006 en Asunción, la capital paraguaya, con motivo del 71 aniversario del cese de hostilidades.

“Esto es lo más rico”, dice con satisfacción Rocabado al traspasar la puerta sobre la cual se lee: “Archivo”. Aquí fue donde funcionó el anterior museo y, ahora, se quiere convertir en sala de consulta.

En dos grandes estanterías están conservadas más de 40 mil hojas de afiliación de beneméritos a las diversas asociaciones departamentales y nacionales. Nombre completo, estado civil, dirección y acciones importantes en las que fueron partícipes, eran los datos requeridos para formar parte de las organizaciones. El contenido de estas hojas desgastadas por el paso del tiempo se ha transcrito a un sistema de consulta informática. Ahora, falta escanear cada una de las fichas. Nombres de soldados bolivianos, argentinos, chilenos o alemanes están en ese registro. “Vienen personas a consultar si tuvieron familiares en el conflicto”, afirma el administrador. Él mismo ha encontrado información sobre su abuelo. La mayoría de los que han acudido a realizar alguna consulta son descendientes de combatientes que vinieron de Argentina y Chile, pocos nacionales parecen buscar o investigar sobre ese episodio de la historia reciente del país, de la que también tratan alrededor del 80% de los documentos que componen la biblioteca del archivo: libros, memorias de combatientes, revistas, folletos... la mayoría realizados por escritores bolivianos. Entre los textos bélicos hay títulos como Diccionario militar o Por qué no ganamos la Guerra del Chaco.

Aunque han pasado dos meses desde la inauguración del repositorio y ha formado parte del recorrido de la última edición de la Noche de los Museos, el lugar aún no funciona completamente como tal. Las salas permanecen cerradas; pero si alguien se acerca a conocer el pequeño repositorio dentro del horario de apertura de la Casa de los Héroes Nacionales (8.30-12.30 y 14.30-17.30), sólo tiene que solicitar que las abran. Rocabado augura que en breve habrá un horario fijo de visita, probablemente por la tarde, que seguirá siendo gratuita.

El museo es de pequeñas dimensiones, aunque se prevé que el fondo de exposición crezca, se formen guías que puedan satisfacer la curiosidad de los visitantes, poner una mediateca... así como hacerlo parte del circuito municipal de museos y conseguir la declaratoria de Patrimonio de la Ciudad para el edificio. Los beneméritos (hay menos de 500 en el país, algo menos de 300 en La Paz) han dado ya el paso de crear un lugar donde perviva la memoria de sus vivencias durante aquellos años de conflicto.

Hay recuerdos como los de Hugo Vargas, quien fue uno de los condecorados por el Ministerio de Defensa con la medalla del Mariscal Andrés de Santa Cruz y con el Cóndor de los Andes el pasado año. A sus 97 años, todavía rememora la garganta reseca por la sed y cómo él y sus compañeros llegaron a decantar orina para tener qué beber. El museo ha reabierto para que no se olviden miles de historias y los nombres de quienes las protagonizaron.

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