Las historias de inmigrantes bolivianos en Argentina, al menos las que se llegan a conocer en el país, suelen estar vinculadas a la explotación, la pobreza y la discriminación; se trata de experiencias totalmente ajenas a la que viven Tatiana Inofuentes y Alberto Alandia, dos bailarines bolivianos de ballet clásico en Buenos Aires.
Ambos llegaron a la capital porteña en 2009 porque, a diferencia de lo que habían esperado, el país no les ofrecía la posibilidad de desarrollarse y crecer en el ámbito de la danza, como ellos deseaban. La suya es una historia feliz, de respeto y de una acogida cálida por parte de los porteños.
“Desde el primer momento conocimos gente muy agradable. Nos recibieron muy bien, nunca nos sentimos discriminados ni nada por el estilo. En el ambiente del arte, la gente es de mente mucho más abierta. No existen fronteras sino relacionarse e intercambiar experiencias”, cuenta Alberto.
Taty
Tatiana conoció Argentina en 2008, cuando viajó a un festival de danza en La Plata con el Ballet Oficial de Bolivia, que por aquel entonces estaba bajo la dirección de Noreen Guzmán de Rojas.
No solamente se enamoró de Buenos Aires, también se sintió cómoda con lo que ella llama “la idiosincrasia de la danza” en Argentina. Para ella, esta idiosincrasia de la danza no es más que el reconocimiento y el respeto por el trabajo de alguien que le pone empeño y esfuerzo a lo que hace.
“Como bailarina profesional y con el reconocimiento que he tenido acá, me han ofrecido grandes oportunidades, como estar de aprendiz en el ballet del Mercosur, con Maximiliano Guerra . También he podido bailar en compañías independientes con grandes maestros como Luis Alfredo Gurquel y otros referentes mundiales de la danza”, dice.
Tatiana sostiene que en el extranjero, no sólo en Argentina, recibió un reconocimiento del que no gozó en Bolivia. “Me han dado el reconocimiento que lastimosamente en mi país no me daban. También fue así cuando estuve en Alemania”, afirma.
Alberto
Al principio, Alberto Alandia se inscribió en la carrera de ingeniería. Pero la danza pudo más. Lleva el arte en la sangre. Es sobrino nieto del pintor y muralista Miguel Alandia Pantoja, sobrino de la pianista Mariana Alandia, sus hermanas estaban dedicadas al baile y también su abuelo es cantante.
Con el tiempo, decidió abandonar sus estudios de ingeniería para dedicarse por entero a la danza. Empezó a estudiar en la escuela de ballet cubano de Bolivia y en la Academia del Ballet Oficial.
Antes de él, ya se habían ido muchos del país. El panorama para los bailarines bolivianos, según cuenta, no era de los mejores, por lo que también se fue la mayoría de los maestros con los que él habría podido seguir aprendiendo en Bolivia.
La opción de irse para seguir estudiando en otro país parecía ser la única posible.
Desde niña
Tatiana baila desde que tiene seis años. Sintió fascinación por la danza desde el día que vio El lago de los cisnes en la tele. Su madre le brindó todo el apoyo para que ella pudiera hacer realidad su sueño de convertirse en bailarina. Con el tiempo se hizo parte del elenco del Ballet Oficial, integró el elenco de esta compañía e incluso llegó a ser solista.
Ya como bailarina profesional, Tatiana se fue a Alemania a seguir estudiando en la Deutsche Tanzkompanie de Neustrelitz.
“Tuve el privilegio de bailar con grandes bailarines profesionales en Alemania y pude hacer cursos de técnica clásica”, comenta.
En Alemania, además, la compañía le ofreció trabajo y un contrato para poder quedarse, pero tuvo que volver a Bolivia debido a un problema con su visa, que era de estudio y no de trabajo.
Al volver a Bolivia tuvo la oportunidad de dar clases y transmitir los conocimientos que había adquirido en Europa. Se graduó como abogada; ésa era la promesa que les había hecho a sus padres, y cuando tuvo su título en la mano se fue a Buenos Aires.
“Quería mejorar más y quería bailar”, afirma.
La edad no importa
Cada vez que el Estadio Monumental de River Plate se llena ocho veces, un estudiante es aceptado en el Instituto de Arte del Teatro Colón, que además es gratuito. Son 70.000 personas las que entran en el estadio de River. Miles y miles de bailarines llegan cada año a Buenos Aires para audicionar en el Colón.
Alberto decidió tomar el reto, pero jamás se imaginó que sería aceptado. Se preparó con anticipación y se presentó a varias audiciones.
“Fui a probarme e hice todas las audiciones: audiciones físicas, audiciones técnicas y entrevistas. Conforme iba pasando era más grande mi sorpresa, por el tema de la edad, más que nada”, comenta Alberto y explica que a los 25 años ya ha superado la edad en que los jóvenes ingresan al Instituto de Arte del Colón. “El ingreso es hasta los 21 años” dice.
La primera audición de Alberto fue en noviembre de 2010. “Era una prueba física que es eliminatoria; en diciembre hice la siguiente, y en febrero de 20011 fue mi última audición de ballet clásico y me lo informaron después de la clase a los 30 ó 40 minutos”, recuerda.
Haber entrado a ese instituto, tomando en cuenta la competencia que existe, es prácticamente un milagro.
Al principio le pareció que otros chicos tenían mayores condiciones o predisposiciones que él para ser bailarines. Tenían una mayor flexibilidad y ciertas líneas estéticas en las piernas, en los brazos y en el torso, además de una espalda más recta, condiciones que un bailarín de primer nivel debe reunir.
Si bien cuando llegó a Buenos Aires el nivel técnico que tenía era más bien básico, pudo tomar clases y mejorar significativamente su técnica. “No era para nada malo, pero sí bastante básico a comparación de lo que se maneja acá”, afirma.
Buenas oportunidades
“No tengo 20 años, sino 30”, sostiene Tatiana, pero asegura que a pesar de ello ha tenido suficientes oportunidades para bailar.
En 2011 fue solista en Nikia-La Bayadere del Grupo Gurquel Lederer y actualmente es parte de la compañía Ballet Concierto Iñaki Urlezaga y tiene buenas posibilidades de formar parte del elenco del afamado bailarín Guido de Benedetti, uno de los primeros bailarines del Teatro Colón.
Hoy Tatiana se siente con mayor vitalidad que cuando contaba con 18 años. Tiene muchas ganas de bailar y espera seguir con las mismas buenas oportunidades que se le han presentado hasta ahora. Quiere seguir perfeccionando la técnica, ir buscando nuevos movimientos en su cuerpo.
“He aprendido que tienes que expresarte de otras maneras con tu cuerpo y no restringirte sólo a lo clásico. Una de mis metas, cuando me dé el tiempo, es aprender a bailar tango, por ejemplo”, dice. Pero por el momento quiere seguir disfrutando de las clases que toma con diferentes maestros. Y del baile, en general.
Alberto seguirá en el instituto, en ese teatro que aún lo sobrecoge, bailando en distintas compañías, como la de Guido de Benedetti; seguirá abriéndose campo en Argentina y no descarta la posibilidad de retornar a Bolivia para compartir con otros lo que sabe.
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