Si bailar merengue es de por sí un reto, hacerlo en silla de ruedas puede parecer una empresa imposible. Pero ni aun así es un escollo para decenas de personas con habilidades especiales que, no obstante, no tienen impedimento para sentir el ritmo en su cuerpo y expresarse a través de la música.
Miriam Vásquez dictó recientemente el taller de baile en silla de ruedas en la Universidad Católica de La Paz, orientado a personas con discapacidad física, a las que enseñó técnicas de danza que, además de divertir, sirven como una terapia para quienes requieren la silla para movilizarse.
Entre los beneficios de esta práctica, Vásquez destaca que da la posibilidad de “sentirse en contacto con otra persona, sentir que alguien discapacitado puede hacer actividades en pareja, además de la satisfacción de lograr expresarse con el cuerpo a través de los ritmos musicales”. El taller incluyó técnicas de baile para parejas en sillas de ruedas y también para ejercitar el baile con personas que no tienen ese impedimento.
Asistieron invidentes, bailarines profesionales, personas con muletas, niños y ancianos, entre muchos otros, quienes previamente aprendieron una serie de ejercicios de calentamiento del cuerpo.
En 2002, Vásquez sufrió un accidente que la dejó parapléjica y un año después descubrió la técnica del baile en silla de ruedas en la capital de Bélgica, Bruselas. “En ese momento empecé una locura, una pasión”, afirma.
En poco tiempo llegó a dominar a la perfección esta actividad no sólo gracias a su antiguo y profundo amor por la música, sino también debido a que en el camino descubrió sus beneficios terapéuticos.
Entre muchos aprendizajes que hoy transmite a sus alumnos resalta uno central: tener la certeza de que se puede expresar el ritmo con el cuerpo, incluso sin moverlo. “Además, el hecho de estar en contacto en pareja agrega beneficios”, comenta.
En un momento del taller, los participantes fueron invitados al escenario. Ocho personas saltaron a la palestra, cuatro en sillas y cuatro de pie.
Eligieron canciones movidas para llevar a cabo el calentamiento, que se enfocó en el manejo de los brazos: “Primero se estiran, luego se rotan en un movimiento que se va acelerando paulatinamente”.
El calentamiento fue tan pleno de expresividad y alegría, que Vásquez resaltó que “lo que aquí se logró en menos de dos horas, en Europa requeriría al menos dos noches de práctica, pues allá las personas tardan más en sentirse a gusto cuando están en contacto con la gente”.
Una vez listas las parejas, Vásquez les enseñó las posturas iniciales: la persona de pie no debe acomodarse jamás detrás de la silla de ruedas, ya que eso rompe la idea de pareja; pero tampoco debe estar delante debido a que puede golpearse en los acercamientos. La ubicación ideal es al costado.
Apenas empieza la música, una onda liberadora y rítmica domina el ambiente, y es el momento ideal para que la persona de pie se ponga brevemente en la parte posterior de la silla. Allí la pareja se une en un juego y unión de manos muy estético. Éste es el movimiento más repetido y expresivo de la danza.
En el transcurso del taller, Vásquez invitó a varios participantes a disfrutar la experiencia. Virginia Cordeira no tuvo reparos en desplazar su silla por todo el escenario. La expresión en su rostro evidenciaba emoción, sobre todo cuando su pareja, un niño francés de diez años, la acompañó en la pista.
Luego de detallar algunas técnicas, la instructora puso una música movida. La primera recomendación antes de bailar es que la mano de la persona de pie debe ir debajo de la de su pareja. No debe sujetarla, porque complicaría su desplazamiento.
Durante el desarrollo de la práctica hubo varios momentos en que la espontaneidad se apoderó del escenario, que se transformó en una verdadera pista de baile.
Vásquez se mostró muy satisfecha a la hora de evaluar esta experiencia. Por un momento todos se convirtieron en “estrellas”, impulsadas por el espíritu liberador de la música.
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