jueves, 23 de agosto de 2012
50 años MUSEF
La historia del Museo Nacional de Etnografía y Folklore (Musef) es parte de la propia historia contemporánea del país. Ésta es la convicción del antropólogo Ramiro Molina Rivero, director de la institución que este 23 de agosto cumple 50 años de existencia.
El 23 de agosto de 1962, durante la segunda presidencia de Víctor Paz Estenssoro, se creó el Museo de Artes y Artesanías Populares. Doce años después, en 1974, como parte de las reformas institucionales en el campo de la cultura del gobierno de facto de Hugo Banzer Suárez, cambió a su actual nombre: Museo Nacional de Etnografía y Folklore. A partir de 1983, ya en el período democrático, inició una nueva etapa al pasar a depender del Banco Central de Bolivia. El origen de esta institución, sin embargo, se remonta a 1925, centenario de la independencia de Bolivia, cuando el presidente Bautista Saavedra creó el Departamento Científico de Etnografía.
En sus 50 años de existencia, el Musef, en criterio de su actual director, refleja la acumulación de los procesos históricos que ha vivido el país. En este sentido, Molina reconoce tres grandes períodos en el desarrollo de la institución.
“En esa lógica”, dice, “el Musef atraviesa tres etapas históricas. La primera corresponde a la Revolución Nacional iniciada en 1952; la segunda, es la etapa de las dictaduras, a la que yo llamo ‘de resistencia’; y la tercera es la etapa democrática, la más extensa y la más compleja, que se extiende hasta la actualidad”.
La primera etapa del Musef, a partir de su creación en 1962, fue conducida bajo la ideología del Movimiento Nacionalista Revolucionario. “En esa época”, explica Molina, “personalidades como Carlos Ponce Sanginés y Julia Elena Fortún asumieron la tarea de crear el mito de la Revolución Nacional”.
Ese mito no era posible sin la creación del antecedente de un pasado glorioso. Ese antecedente no podía estar en la Colonia, puesto que el MNR sostenía un discurso anticolonialista. Entonces se remontaron a la época prehispánica y, dentro de ésta, hasta Tiwanaku. Ahí encontraron el glorioso pasado de la nacionalidad. Por ello, el estudio y la valoración de Tiwanaku fue el principal objetivo del Instituto Nacional de Arqueología.
En cambio, cuando se creó el Musef en 1962, el objetivo de la nueva institución era reflejar el contenido popular-mestizo de la cultura boliviana. La reivindicación de ese sujeto –el mestizo– era fundamental para la creación del Estado-nación y para el fortalecimiento de la ideología nacionalista. “Por eso”, explica el antropólogo, “en su primera etapa el Musef dio una gran importancia a las artesanías populares, a las danzas y al folklore”.
DICTADURA. La segunda etapa del Musef coincide con las dictaduras militares de los años 60 y 70. Molina llama a esta la etapa de la resistencia. “El Musef, como todas las instituciones, se sentía acorralado por los gobiernos autoritarios. En esos años, además, la gente más progresista que se ocupaba de la cultura tuvo que irse del país”.
En esas circunstancias, el papel que jugó Hugo Daniel Ruiz al frente de la institución fue trascendental. En opinión de Molina, Ruiz interpretó correctamente el momento histórico. Por una parte, dio continuidad a la tarea de promoción de las artes populares; pero, por otra, abrió la entidad a un grupo de intelectuales, muchos de ellos de origen aymara, que más tarde formarían parte del katarismo. Este movimiento tenía como uno de sus principales componentes la reivindicación de la cultura indígena.
“En esa etapa”, sintetiza Molina, “el Musef recoge lo artesanal, pero al mismo tiempo comienza a volcarse sobre lo indígena-campesino. Impulsa, en ese sentido, el discurso de esa transición: de campesino (categoría propia del nacionalismo) a indígena. El referente de la identidad ya no era el mestizaje. Surgen entonces propuestas interesantes respecto de la identidad del país, se comienza a hablar de la diversidad cultural, de los pueblos indígenas, de la historia de los aymaras y los quechuas. El Musef comienza a recorrer una ruta por la que ya estaban andando países como el Perú y el Ecuador: el auge de los estudios antropológicos y de la etnohistoria”.
DEMOCRACIA. La tercera etapa de la historia del Musef comienza en los primeros años de la década de los 80, cuando se da un fenómeno doble. Por una parte, se vive la transición a la democracia en la que la institución cultural, según su actual director, juega un rol activo desde la especificidad de sus funciones, centrando la discusión en lo indígena. Por otra parte, empieza el proceso de “profesionalización”.
“En esos años”, recuerda Molina, “comienzan a regresar al país los nuevos profesionales bolivianos formados en las disciplinas sociales en universidades del extranjero. Y muchos regresan al Museo. Entre ellos Álvaro Diez Astete, Ramiro Molina Barrios, Rossana Barragán y otros, como Silvia Rivera, que si bien no trabajaron en el museo encontraron en él un ámbito para sus estudios”.
Simultánemente, tres importantes intelectuales aymaras integran la planta de investigadores del Musef aportando sustancialmente a su identidad: el lingüista Juan de Dios Yapita, el historiador Roberto Choque y Mauricio Mamani, autor de los primeros trabajos etnográficos sobre la coca.
La tercera etapa del Musef se abre con la recuperación de la democracia y se extiende hasta el presente. En este tiempo, la institución ha intentado aportar con investigaciones y discusiones científicas a la comprensión de los fenómenos sociales que ha vivido el país.
En este sentido, la Reunión Anual de Etnología, ha sido, entre otras, una herramienta para llevar los debates científicos a otros ámbitos de la sociedad.
A 50 años de su creación, el Musef se ha convertido en una institución cultural enraizada en la historia y en las problemáticas sociales del país.
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