A la casa de los loquitos está yendo?”, chista con sorna el taxista, mientras mi humanidad se instala en el asiento trasero del coche. Nuestro destino es el espacio cultural mARTadero, en el barrio cochabambino de Villa Coronilla. “Cómo van a vivir en un matadero, ¿no?”, cuestiona el chofer, clavándome la mirada desde el retrovisor. No respondo. Después de todo, sus palabras son una verdadera metáfora nacional. Mientras que en el país se pasa por alto el trabajo desarrollado desde el mARTadero, fuera de nuestras fronteras se destaca su labor.
En mayo, la Organización de Estados Americanos (OEA) eligió este proyecto boliviano como una de las 18 prácticas exitosas en la incorporación de la dimensión cultural como componente indispensable para el desarrollo y bienestar de las comunidades en la región. Ya en 2007, MTV Latinoamérica había reconocido y destacado su carácter de agente de cambio en la sociedad, entre miles de proyectos.
El mARTadero es mucho más que un espacio dedicado a la exhibición y promoción de las artes. Se ha constituido en un instrumento de regeneración barrial. Lo reconocen así los vecinos de Villa Coronilla, un barrio de la periferia cochabambina que hace menos de una década era calificada como zona roja. Impulsados por el trabajo del mARTadero, los vecinos están transformando el rostro de su barrio y, en ese tránsito, van recuperando dignidad.
“Se está restituyendo la capacidad ciudadana de los vecinos. Éste era un barrio triste, sin movimiento y olvidado por la municipalidad. La gente había perdido las esperanzas en las autoridades y en el futuro de su barrio”, recuerda Fernando García, director del mARTadero.
A ocho años de la génesis del proyecto mARTadero, otra historia se escribe. Grupos de vecinos ingresan semanalmente a este espacio cultural para reunirse y proyectar el mejoramiento barrial, asesorados técnicamente por los arquitectos y urbanistas que forman parte del equipo creativo del mARTadero.
A partir de esa práctica se ha conformado una plataforma con instituciones como la parroquia de Villa Coronilla, la Escuela de Música Man Césped (que también está en el barrio) y la Alcaldía. Este emprendimiento está enlazado, asimismo,con otros proyectos del mundo que trabajan procesos similares, como en Valparaíso (Chile), Sevilla (España) y Casa Blanca (Marruecos).
“No concebimos mARTadero bajo la idea fetichista y pasada de que sea un simple espacio para depositar obras de arte para su admiración. Las piezas muertas nos interesan poco, nos importa más el movimiento que podamos generar. Un espacio cultural debe convertirse en cómplice del lugar donde se halla”, reflexiona García. Español de nacimiento y boliviano por decisión, este urbanista y gestor cultural es uno de los 30 incansables profesionales que están cambiando la historia de Villa Coronilla armados de arte.
El vivero de las artes
Villa Coronilla se encuentra a menos de cinco minutos del centro de la ciudad de Cochabamba. El barrio se pobló alrededor de la muerte. En 1924 se edificó allí el matadero municipal, conjunto arquitectónico de 3.000 metros cuadrados en torno el cual se instalaron los matarifes y sus familias. “Muchas chicherías surgieron en la zona a la par del matadero. Los empleados armaban borracheras que, poco a poco, volvieron peligrosa la zona”, narra Raúl Torres, vecino del barrio.
Recuerda que en los años 90, los habitantes de Villa Coronilla se movilizaron y lograron que la municipalidad traslade el matadero.
Se proyectó entonces convertir la estructura en un centro cultural y deportivo, pero la falta de gestión y el desinterés de las autoridades mantuvieron el edificio en el abandono. Hasta que en 2004, un grupo de artistas y gestores culturales, unidos en el Nodo Asociativo para el Desarrollo de las Artes (NADA), logró que el exmatadero albergue la Bienal de Arte Contemporáneo. Y, posteriormente, instalaron allí el proyecto mARTadero, el vivero de las artes. “Entendimos que el lugar era arquitectónicamente poderoso y que era ideal para demostrar que el arte no solamente transforma vidas, también transforma espacios y barrios”, señala García.
Pero no todos los vecinos estaban de acuerdo con el proyecto ni con sus impulsores. Lo recuerda María René Camacho, actual dirigente de la Organización Territorial de Base (OTB) de Villa Coronilla. “Costó que fueran aceptados. Mucha gente pensaba que se trataba de un grupo de bohemios extranjeros que darían un mal ejemplo a nuestros niños. Incluso algunos dirigentes de la OTB insistieron en sacarlos del exmatadero”.
Fue gracias al trabajo desarrollado con las niñas y niños del barrio que, poco a poco, se logró derribar los estereotipos iniciales. “Nos ayudaron mucho los talleres de libre expresión y de educación medioambiental que ofrecimos. Las madres ingresaban al espacio del exmatadero y veían el trabajo de revitalización del lugar y a sus hijos empapándose de creatividad; entonces se entusiasmaron con el proyecto”, dice García. Actualmente, una treintena de pequeños se nutre cada tarde de los talleres gratuitos que ofrece el mARTadero.
El proyecto ha salido de las paredes del exmatadero para instalarse en los colegios del barrio, con los proyectos Jóvenes Activistas y Agentes de Cambio. Estos colectivos, a su vez, dan vida a programas como Mi barrio es solidario y Mi barrio es limpio, que hacen incidencia en el mejoramiento de Villa Coronilla.
Más talleres y a expandirse
Aquellos adolescentes que muestran mayor interés en las expresiones artísticas ingresan a los talleres Formarte. En mayo se dictaron cursos de edición de video y música con computadora, entre otros. Estos talleres tienen un costo de 80 bolivianos, pero con la posibilidad de obtener becas. El trabajo anuncia pequeñas victorias. Talleristas de poesía, por ejemplo, decidieron ir a La Paz a continuar sus estudios a nivel profesional. Y desde Dinamarca se acaba de invitar a los alumnos de audiovisual a desarrollar películas de bolsillo. Uno de ellos podría viajar a Europa para mostrar su trabajo.
Para los impulsores del proyecto mARTadero ha llegado la hora de ser aún más ambiciosos. Están concentrados en hilar redes de articulación con otros centros culturales. En Bolivia, los esfuerzos se centran en formar parte e impulsar Telartes, plataforma de articulación virtual y presencial, en la que los gestores culturales y artistas nacionales podrán intercambiar noticias, socializar convocatorias, eventos, calendarios y discutir políticas culturales. Compa (Comunidad de Productores en Artes, de El Alto) y APAC (Asociación Pro Arte y Cultura, de Santa Cruz) son, entre otros, parte de la iniciativa que se prevé va a enlazarse con Redes Interacciones y Organizaciones (RIO), que viene impulsando proyectos ubicados en espacios comunitarios en Brasil, Chile y Perú, entre otros países latinoamericanos.
Antiguo centro de sacrificio, hoy el exmatadero es un hervidero de vida. Ya sea a las nueve de la mañana o de la noche, el ajetreo no cesa. Unas 200 actividades se desarrollan mensualmente: desde la producción de audiovisuales, pasando por conciertos, talleres y residencias de intercambio de artistas, hasta reuniones de organizaciones sociales. Pero nada se compara con el lazo tejido con Villa Coronilla y con los anhelos de sus habitantes. Complace ver en el calendario del mARTadero una vorágine que mezcla proyectos de índole artístico-contemporánea con planes de arborización del barrio y visitas a la Alcaldía para hacer seguimiento del proyecto de conexión de gas domiciliario.
Ojalá esta locura sea contagiosa.
Fotos: martadero
Reunir el centro y el sur de la urbe
Villa Coronilla es un barrio con un pasado histórico de valentía. En esa colina del sudoeste de la capital valluna se libró la batalla de San Sebastián, en 1812. Pese a ello, hace notar el mARTadero, sufre una condición de periferia y marginalidad debido, especialmente, a su separación física del centro de la ciudad, producto de “La serpiente negra”, un canal que durante años fue la vía de evacuación de los residuos del exmatadero municipal y de las curtiembres instaladas en la zona.
Esta división “continúa afectando la realidad de los habitantes de Villa Coronilla, al haberla condicionado a ser considerada, por la población en general, como una zona apartada y peligrosa”.
La reconstrucción de las relaciones urbanas es, por ello, la estrategia fundamental para activar dinámicas de recuperación del entorno y el mejoramiento de las condiciones vitales de los habitantes de esta zona.
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