Cuando Osqui Guzmán anunció en su casa que iba a ser actor profesional, la noticia no causó ninguna alegría, todo lo contrario. Sus padres esperaban que el muchacho siguiese la carrera de Medicina (como él mismo había dicho tantas veces), que tuviese una profesión cuyo ejercicio representara estabilidad económica, respeto, aprecio de la gente.
Era el sueño normal de una familia de inmigrantes bolivianos en Buenos Aires, gente trabajadora que había dejado su patria para ofrecer un futuro mejor a sus descendientes. Ser actor, o artista en general, estaba (y sigue estando) asociado a un pasatiempo más que a una profesión seria, pero el joven ya había tomado su decisión.
Su padre dejó de hablarle, quizá creyendo que la actitud de Osqui era un capricho de adolescente, pues nunca antes había manifestado afición por el arte, aunque sí por las artes marciales.
Él practicaba Kung Fu y, cierto día, cuando estaba a punto de terminar el bachillerato, se enteró de que en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático había una materia que se llamaba Acrobacia, violencia y esgrima en escena. “Por esa materia, que a mí me servía para el Kung Fu, fue que me metí al conservatorio”, nos cuenta entre risas, atendiendo una llamada que La Razón le hace desde La Paz.
—Entonces, ¿estudió teatro sin el apoyo de sus padres?
—Mi padre se opuso y dejó de hablarme durante tres años, pero mi mamá sí me apoyó cuando elegí ser actor, ella era la que intercedía ante mi padre para que no me molestase, ella me daba para el pasaje, porque sólo eso le pedí, y a veces me gastaba lo del colectivo en comida, porque tenía hambre, pero así pude estudiar.
—Su madre notó que usted tenía talento para la actuación...
—Ella fue vital, el motorcito, la que entendió todo de entrada, la primera que me vio actuar y dijo: “Este chico tiene algo, está haciendo algo que le gusta y lo hace bien”. Pero fue una batalla dura para mi madre, porque el hecho de ser artista te lleva a crearte tu propio mundo, y ahí puedes ser visto como un vago, como un antisocial y en realidad está gestándose en uno algo que tiene su propia esencia y que el día de mañana va a dar sus frutos. Mi madre tuvo la capacidad y sensibilidad de ver eso, y me ayudó a confiar en mí y seguir adelante.
—Y al final, ¿cómo se solucionaron las cosas en su casa?
—Años después, yo conseguí trabajo en el teatro San Martín y pude ayudar en casa a pagar unas deudas de alquiler. Entonces mi viejo se preguntó: “¿Qué está haciendo, cómo es eso de la actuación; verdad que puede ser actor y ser un profesional?”. El enojo era porque mi padre quería que yo tuviera algo seguro, algo estable y cuando se le pasó, me dijo: “Yo te cagué la vida. Yo quería que seas una persona respetada, un profesional, que la gente te vea en la calle y te respete, que seas un hombre de bien y que la gente te quiera, y vos nunca me hiciste caso, y hoy eres lo que yo quería que seas sin haberme hecho caso”. Yo le respondí: “No me cagaste la vida, porque estamos vivos y podemos ser otras personas a partir de hoy”. Y desde entonces fue maravillosa nuestra relación. Mi padre quería que yo pudiera valerme por mí mismo; el día que vio que podía hacerlo, volvió a hablarme y fue el hombre más feliz del mundo.
Y esa felicidad se incrementó con los primeros premios, los reconocimientos, al talento, esfuerzo y constancia del joven actor. En 1999 fue nombrado Actor Revelación por su participación en la obra Los indios estaban cabreros (Agustín Cuzzani) Fue el primero de muchos otros, incluida la prestigiosa distinción como Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, que le otorgó la legislatura porteña el 3 de diciembre de 2009.Su padre no pudo acudir al acto, pues había fallecido tiempo atrás, pero sí lo hizo su madre, sus tías y tíos, un grupo familiar que se emocionó hasta las lágrimas, no sólo por el éxito de Osqui, sino porque en ese premio ellos sentían también un reconocimiento al trabajo de tantas familias bolivianas afincadas en Argentina.
De Oruro a Argentina
Los padres del actor llegaron a Buenos Aires muy jovencitos. Él de Oruro, ella de Potosí, se conocieron en la capital argentina y formalizaron su unión al cabo de unos años. Gran parte de la familia materna también dejó el seco aire del altiplano para afincarse en medio de las brisas porteñas, de modo que Osqui creció respirando dos culturas, la argentina y la boliviana.
—¿Usted conoce Bolivia?
—Mi madre no volvió nunca más a Bolivia, vinieron acá todos sus hermanos, sus padres, mis abuelos, que están enterrados en Chacarita (Buenos Aires), así que yo tampoco fui. Por eso, participar en el festival (Fitaz) es algo muy especial, porque voy a poder tener una primera impresión de la tierra de mis padres, ver de cerca todas las cosas que ellos me contaban, comprender el inmenso amor que le tenían a Bolivia.
—Se dice que los inmigrantes bolivianos son muy trabajadores.
—Así es. De hecho, cuando la legislatura porteña me premió, fue muy importante para mí, pero sobre todo para mi familia; ahí los vi a todos, mis tíos, familia boliviana que siempre está apartadita de todo, haciendo sus trabajos, sus cosas, viviendo el día a día... Entonces, entrar al Palacio Legislativo y, a través de mí, honrar el trabajo de mis padres, que como todo inmigrante boliviano, trabajaron de sol a sol para que yo pudiera estudiar, fue una manera también de honrarlos a ellos.
—¿Alguien de su familia está o estuvo en el arte, en el teatro?
—Mi papá, mi mamá, mis tíos, mis tías, cuando llegaron a Buenos Aires armaron un ballet folklórico argentino-boliviano, y se daban el gusto bailando en peñas, presentándose en televisión... Luego, cada quien hizo su oficio, casi todas cosen, son costureras, y las que vinieron siguieron cosiendo todas. De niño yo no iba al teatro, no teníamos la costumbre de hacerlo.
Con todo ese reconocimiento y orgullo que Guzmán siente por el trabajo de sus padres, de sus familiares, de los inmigrantes bolivianos en Argentina, no resulta extraño que sea un permanente defensor, en distintos medios de prensa, de los derechos de este segmento, y que, cuando ocurrió el violento desalojo de familias bolivianas y paraguayas del Parque Indoamericano (2010), con un saldo de tres muertos, él saliera a marchar a Plaza de Mayo para protestar por ese acto de velada xenofobia.
—En esa ocasión, usted tuvo bastante cobertura de los medios...
—Mi mujer me hizo una remera que decía “Yo soy hijo de inmigrantes bolivianos”, y eso es algo que yo digo con bastante orgullo, y como me ha ido bastante bien como actor, afortunadamente —pese a que Buenos Aires es una plaza difícil, compleja—, tuve acceso a los medios para hacer escuchar mi protesta. He ganado muchos premios, he hecho cine y televisión, además de teatro, de modo que tengo voz en los medios y pude expresar mi indignación en periódicos, radios y canales de televisión, respecto a lo que había manifestado el Intendente de Buenos Aires.
—¿Cree que hubo xenofobia?
—Creo que sí, y me parece que la xenofobia, el racismo, son cosas que ya no deberían ocurrir, pues estamos todos mezclados, además que nos tomó mucho tiempo comprender que formamos parte de una patria grande, que es Sudamérica, valorar la riqueza de nuestra tierra... y actitudes como la del Intendente (de Buenos Aires) sólo consiguen distanciarnos de esa integración que tanto nos costó. Pero la gente de a pie ya está comprendiendo, y espero que cada vez sea más difícil tirar abajo los puentes que nosotros estamos levantando.
—Algunos medios de Argentina proyectan una imagen negativa del inmigrante boliviano, como lo del consumo de alcohol...
—Yo siempre descreo de todo lo que se vende hacia afuera (desde Argentina). Aquí siempre me han hecho notas sobre mis padres, y yo cuento que cuando empecé a estudiar teatro, él se enojó mucho, porque él quería que yo estudiara Medicina, y dejó de hablarme por años. Finalmente, cuando yo empecé a trabajar, él comprendió que yo había acertado con mi profesión, y me pidió perdón, pero para hacerlo tuvo que tomarse su vinito, tuvo que embriagarse para poder pedir disculpas, y a partir de eso fue una relación maravillosa con mi padre hasta el día de su muerte. Entonces, yo creo que el consumo de alcohol, en parte, tiene que ver con lo cultural, y hay otra que se quiere proyectar sobre el que toma, y eso no tiene nada que ver con la nacionalidad del que consume bebidas alcohólicas. Como dice un tango: “en todo, depende del cristal con que se mira”. Si se quiere vender la idea de que los inmigrantes son unos borrachos que toman alcohol, se drogan y pelean en las calles, eso se puede vender, y si quieres vender que son trabajadores y sacrificados, también lo puedes vender... Todo depende del ojo y de quién está vendiendo esa información. La colonización política y social necesita del temor al extranjero, que la gente del lugar le tenga miedo al recién llegado, así se evita que progrese y de esa manera se le tiene como mano de obra barata. Para lograr esto, hay que hacerle sentir que no lo necesitas, es más, que lo rechazas, pero que le das la oportunidad de trabajar.
—Parece que los medios sólo quieren vender lo negativo...
—Hay muchas campañas en Argentina de algunos medios para mostrar al inmigrante como un peligro, pero también es cierto que el inmigrante se maneja día a día con las personas, los porteños ya estamos acostumbrados a ir a comprar algunas hortalizas a la señora boliviana, a comer alguito en el restaurante peruano…
Hace poco estuve en el sur de Argentina haciendo presentaciones y vi gente de muchos países, vi que se está dando una integración, y ésa es la ruta que hay que seguir, difundir el trabajo de esta gente, porque no es verdad que cuando hablamos de bolivianos, peruanos o ecuatorianos, por ejemplo, estamos hablando de borracheras, peleas… Y mi madre y yo mismo somos una prueba de esto, a mí no me vengan con esas mentiras.
Algo así como un juglar
Osqui Guzmán llegará a la patria de sus padres por primera vez, representando a Argentina en el Festival Internacional de Teatro de La Paz (Fitaz), con la obra El Bululú, la cual marca un momento importante en su carrera actoral, pues le valió numerosos premios y reconocimientos. Consolidado como actor de teatro, Guzmán también aparece con frecuencia en series de televisión y ya colaboró en un par de producciones cinematográficas. Se podría decir que llega a Bolivia en lo mejor de su carrera, trayendo la obra que lo catapultó definitivamente a la posición que hoy ocupa en las tablas porteñas.
—¿En qué consiste El Bululú?
—Era un espectáculo que hizo durante nueve años, con mucho éxito, el actor español, radicado en Argentina, José María Vilches. Luego de su trágica muerte en un accidente, no se volvió a representar, porque era un espectáculo bastante especial, de esos clásicos españoles en el que Vilches hacía un homenaje a su patria natal, con textos de los poetas del Siglo de Oro, y a la patria que lo adoptó, rescatando el valor del circo criollo argentino, que es de donde nace el teatro rioplatense. Cuando yo tenía 18 años, empezando en el teatro, mi director me pasó una cinta con la grabación de El Bululú, que se vendía en disco luego de las funciones, y me aconsejó escucharla, diciendo que era mejor que cualquier clase de teatro. Quedé impresionado con la voz de Vilches, con los textos de Quevedo, Lorca, Cervantes, Lope de Vega... Lo escuché durante tres años, constantemente, y lo fui memorizando.
—Entonces, le resultó fácil hacerla...
—No tanto... Cuando se iban a cumplir 25 años de la muerte de Vilches, no se estaba preparando ningún homenaje, quizá porque él, si bien era un actor de mucho prestigio en el ambiente teatral, no era famoso. Entonces se me ocurrió hacer El Bululú, y con Leticia González De Lellis, mi esposa y compañera de arte, escribimos una versión para hacerle un homenaje a Vilches y, como hizo él, también homenajear a España, a mi patria (Argentina) y a la patria de mis padres (Bolivia). Mis papás, como está dicho, vinieron a Argentina muy jóvenes, se conocieron y se casaron acá. De modo que yo crecí en un hogar donde las expresiones culturales bolivianas siempre estuvieron presentes, como el Martes de Ch’alla, recibir a los difuntos en Todos Santos... Entonces, combiné elementos de la cultura boliviana, argentina y española en mi versión de El Bululú.
—¿A qué se debe el título?
—En la Edad Media, las compañías de teatro españolas eran itinerantes, iban de un pueblo a otro representando obras. Dependiendo de la cantidad de personas que integraban los elencos, las compañías se denominaban de distintas formas. Por ejemplo, si tenía un elenco numeroso, más de 15 personas, era Farándula; si tenía cinco actores, Gangarilla; si era de dos, Ñaque, y si sólo había un actor, se denominaba Bululú. Este bululú hacía presentaciones en los pueblos por unas monedas o un plato de comida, haciendo las voces de todos los personajes él solo.Osqui Guzmán, el bululú contemporáneo, llega a Bolivia para compartir su arte, pero también para encontrarse, por vez primera, con una parte de sus raíces.
Antes de despedirnos, lanzamos la última pregunta telefónica: ¿trabajo o talento? El artista no responde directamente, pero deja clara su opinión: “Yo pensaba seguir la carrera de Medicina, mi madre siempre me había dicho que lo más importante son los estudios, que ella quería que yo hiciera lo que ella no pudo. Y bueno, yo entré al conservatorio y estudié teatro cinco años y salí profesional, aunque no médico, y fui trabajando en diferentes obras y me pude mantener, conseguí premios... Le tengo una eterna gratitud al trabajo de mis padres, que me dejó una enseñanza: trabajando, todo es posible”.
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