lunes, 5 de junio de 2017
Daniel Montes, que dirigirá a la OSN y Las mentes ociosas, llega de Hondura
El joven director paceño Daniel Montes está revolucionando la música en Honduras. Llegó hace tres años a San Pedro Sula con el encargo de trabajar como profesor de las orquestas y el coro de la Escuela de Música Victoriano López (EMVL), el equivalente al conservatorio de allá. De eso pasó a dirigir la institución y a tomar la batuta de la orquesta sinfónica de la EMVL, la primera profesional del país y que podría convertirse pronto en la Sinfónica Nacional. Y todo siguiendo el ejemplo del muy exitoso Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela —o simplemente, el Sistema— donde trabajó y aprendió mucho hace cuatro años. Ahora está en su ciudad de origen, La Paz, para dirigir el concierto que la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) ofrecerá acompañada por el grupo de comedia Las mentes ociosas, el martes, el miércoles y el jueves.
— ¿Va a funcionar esa mezcla de humor y música clásica?
— A pesar de que hay puristas a los que no les gustan estas cosas, yo estoy muy feliz con este espectáculo, que abre puertas. Las mentes ociosas tienen su público, y la OSN el suyo. Así que ambas van a ampliar su alcance sin perder su identidad. Porque el show es conjunto pero se garantiza la calidad de cada parte: la música que se escuchará es de grandes compositores, habrá Strauss, Beethoven, Smetana… y el encaje con su humor está bien estructurado, hay un equilibrio estupendo entre la música y la comedia, un punto que no es nada fácil de encontrar. Así, gente que no ha escuchado a una orquesta en su vida va a tener una primera experiencia. Para algunos será como subir por primera vez a la montaña rusa y por eso el concierto va a tener su impacto en la educación de públicos. Nunca se ha hecho algo así antes, ni siquiera Pedro y el lobo tiene que ver.
— Usted ya dirigió a la OSN hace un año. ¿La encuentra cambiada?
— Se nota que la orquesta ha mejorado y yo diría que en buena parte gracias al reciente ciclo de Beethoven. Tocar todas sus sinfonías es como ir al gimnasio durante dos meses y se nota que le ha hecho bien. Ahora estoy escuchando un sonido mucho más compacto y está avanzando hacia un sonido propio. Weimar Arancibia es un gran músico y un gran director, su trabajo se va notando y ahora hay que seguir hacia adelante. Falta mucho, obviamente, pero se está yendo por el buen camino.
— ¿Qué se puede hacer para que la música avance más en Bolivia?
— Acá se necesita más comunicación entre los músicos. Veo que hay muchas ganas de mucha gente que hace muchas cosas interesantes, lo que es muy bueno, pero que no dan los resultados que deberían porque andan un poco separados. La idea sería que el Conservatorio, la OSN, todos los que hacen música acá que colaboren más, que se junten, que toquen en la calle, en el Municipal, que el Centro Sinfónico se ponga a total disposición... Es un cambio de mentalidad, y para hacer algo así se debe crear un nuevo pensamiento, empujar entre todos a la gente que hace cosas y quiere hacer más para que se relacionen y encuentren una idea y unos objetivos comunes.
— ¿Y en la enseñanza?
— Todo se puede y se debe cambiar. No se puede enseñar ni hacer música como antes. Lo que hacemos en Honduras es aplicar la experiencia del Sistema, porque formamos parte de él, adaptándola a la realidad del país. Y la clave está en la formación. Para hacer algo así, acá se necesitaría formar formadores que inculquen ideas nuevas. Y, claro, trabajar con el Estado, con los políticos, con los que toman decisiones, convenciendo y demostrando que las cosas se pueden hacer, sean del signo que sean. Hay que presentarles proyectos, productos para que se convenzan de que la música es muy buena herramienta para el desarrollo y de la que la sociedad y ellos mismos pueden sacar mucho provecho. Por ejemplo, al alcalde de San Pedro Sula le van a votar mucho porque la gente le relaciona con nuestra orquesta, con una actividad que les atrae y que es beneficiosa para ellos. Y claro, también se debe garantizar el apoyo de la sociedad civil, que el público venga a los conciertos y que se dé cuenta de que la orquesta es algo suyo, que ellos tienen parte de responsabilidad, que aporten para que se mantenga.
— ¿Cuál es el secreto del Sistema?
— Que la música es solo el medio, el fin es el ser humano. La educación del Sistema se centra menos en lo competitivo. Nuestra idea es que el solista surge del grupo y que además de trabajar la técnica hay que tocar en grupo cuanto más mejor. Se busca que todos los participantes den lo mejor de cada uno y en su momento: quien es solista hoy no lo es mañana, que lo será otro. Los músicos aprenden a apreciar el trabajo de quien tiene al lado y, sobre todo, de la orquesta en su conjunto. También trabajamos mucho con los chicos y chicas con capacidades diferentes, que se integran como uno más, sin mayor problema.
En el fondo la orquesta funciona como lo hace la sociedad y todos saben que el bien de todos depende de su comportamiento, de que cumplan con su parte. Es una forma de entender la democracia desde chiquitos, de formar músicos y también ciudadanos. Pero también apuntar hacia la excelencia. Con esta forma de trabajar han surgido músicos excepcionales (como el director Gustavo Dudamel) pero sobre todo se ha contribuido mucho a la educación: en el Sistema venezolano hay un millón de personas implicadas por todo el país y Caracas tiene 500 orquestas sinfónicas.
— ¿Y eso sería aplicable aquí, en Bolivia?
— Claro, el concepto es totalmente replicable. Aunque adaptándolo a la realidad local, como se hace en Honduras y también en Alemania, Inglaterra, Italia o Japón. El Sistema tendrá sus críticos, que son pocos, pero nadie puede negar su éxito en todo el mundo. Aquí, en Bolivia, hay mucho material humano, mucho talento, se ve. Solo faltaría ponerse de acuerdo entre unos y otros. Replicar el Sistema a mí me parece una idea apasionante y con muchas posibilidades, y estaría encantado de aportar en su desarrollo. Con el concierto de la próxima semana ya estoy cumpliendo un sueño porque aquí solo estudié, luego lo demás lo he hecho afuera, y me encanta trabajar en mi país.
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