lunes, 15 de abril de 2013

Una bailarina boliviana se abre espacio en España

Un haz de luz ilumina el espacio y, en puntas de pie, Mariana Behoteguy ingresa a un escenario de Gran Canarias, en España. La música invade el lugar, su cuerpo se convierte en su instrumento de expresión. Con él ha abordado temáticas inspiradas en la hoja de coca y la violencia de género.

La adrenalina invade su cuerpo cada vez que se deja llevar por la música. Siente que tiene mil años, aunque apenas supera los 30. Siempre fue muy espiritual.

Mariana, o Maya, su nombre artístico, es hija de bolivianos y nació en Acapulco, México, por azares del destino.

La pasión por la danza la llevó a estudiar por varios años en Bolivia antes de convertirse en una bailarina viajera en busca de constante experimentación, pasando por países como Cuba y Argentina antes de aventurarse al viejo continente.

“Estoy enamorada de la danza desde que tengo memoria. Para mí es una conexión muy íntima con el alma. A través de ella soy libre de expresar la naturaleza, de las cosas y de todo lo que nos rodea”, cuenta Mariana.

Bolivia y la hoja de coca

Quien la conoce desde que era niña sabe que su vida -desde los movimientos y actitudes más cotidianos- tenía un lazo casi inexplicable e indivisible con el ballet. Sus facciones delicadas y su voz aguda sólo complementaban lo que quería hacer por el resto de su vida.

Sus primeras clases de ballet clásico las recibió en Asunción, Paraguay, para luego llegar a Bolivia y estudiar con la maestra Melba Zárate y Fernando Ballesteros. Fue entonces cuando estuvo en uno de los escenarios más importantes y entrañables de su vida: el Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez.

“Después me fui a Cuba a estudiar al Ballet Nacional y a Buenos Aires, donde empecé a trabajar en una pequeña compañía de ballet dirigida por Liliana Berfiore y finalmente llegué a Madrid buscando nuevas aventuras hace alrededor de cinco años”, cuenta.

En ese país pasó clases en la fundación del bailarín argentino de fama mundial Julio Boca.

En Madrid fue becada en instituciones como el Madrid Dance Center y el Centro de Danza Karen Taft. Ha actuado en diferentes escenarios, cafés y centros culturales.

Su sentido de pertenencia a Bolivia hizo que su primera obra fuera La Sagrada Hoja de Coca, parte de la identidad nacional, que considera una fuente inagotable de inspiración, además de imperativa su defensa como una herencia cultural que “la ha nutrido como artista”. Para su puesta en escena utilizó polleras y música boliviana, que es muy recurrente en sus proyectos.

Actualmente vive en Las Palmas de Gran Canaria. En los cinco años que reside en España ya perdió la cuenta del número de obras en las que ha participado gracias a las becas e invitaciones que ha recibido. Durante ese tiempo se ha desenvuelto en diferentes estilos como ballet clásico, jazz, tango, psicodanza y hasta danza ecuestre, al lado de un caballo llamado Hornos.



Pertenece a la compañía de José Manuel Armas, quien bailó con figuras como la primera bailarina y referente de la danza clásica Maya Plisétskaya.

También ha trabajado con bailarines como el español Jacobo Espina -su pareja de danza durante mucho tiempo-, además de Elo Sjogren, Sthephane Bocco, Urielle Perona, entre otros.

La migración y España

Actualmente Mariana está preparando una obra sobre la migración y el cambio de las leyes migratorias en España, cuyo título es Pasaporte Universal.

La temática tiene que ver con la crisis económica que atraviesa el país europeo y la cantidad de inmigrantes, sobre todo bolivianos, que tiene España.

Ante la consulta de qué tan difícil es para una bailarina extranjera sobrevivir hoy en España, la artista dice: “Bailo ocho horas diarias y vivo de la danza. Vivo mi vida invisible al sistema, no creo en sus límites. Lucho por mis sueños, soy un ser humano que cree en el poder de cambiar el sistema con nuestra forma de participar”.

Vivir el presente al máximo es su premisa y planea un viaje a París, Francia, a futuro.

No continuó su carrera en Bolivia porque, según explica, no tuvo la posibilidad de recibir una beca para seguir estudiando, pero sí ha pensado regresar algún día para crear una obra que rescate las danzas ancestrales.

El haz de luz se ha extinguido del escenario por el momento. Mariana deja las zapatillas de ballet para continuar su día en el escenario de la vida.

Hasta que las tablas la convoquen nuevamente, Mariana no deja de ensayar y espera que el destino “la guíe adonde pueda evolucionar” en su arte.

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