martes, 23 de octubre de 2012
Hamlet de los Andes’ comenzó su gira por España; la crítica elogia la obra boliviana
Qué gusto total de pies a cabeza temblando, con perdón, da ver morir ahogada a Ofelia en Hamlet de los Andes.
Qué deslumbrante, poética, emotiva, hipnótica y por supuesto triste que es la escena de la muerte de esta Ofelia maravillosa —jamás he encontrado a otra parecida— a la que da vida Alice Guimaraes, y que además tiene el mérito de que también da vida a la reina Gertrudis; espléndida también en este papel.
Ella y otros dos actores más, Lucas Achirico y Gonzalo Callejas (Hamlet), interpretan a los personajes esenciales del drama —Hamlet, Ofelia, Gertrudis, Claudio y Polonio— en esta versión mucho más que libre, pero poderosa, vibrante y también a veces incómoda, del Hamlet del dios Shakespeare. Una versión extraña, muy visual y física, ofrecida en riguroso negro durante casi toda la función, que cuenta con música en directo y que demuestra que con imaginación y escasos medios se puede lograr una obra de arte escénica de alto voltaje.
Aunque sólo sea por presenciar la muerte de Ofelia merece la pena no perderse este espectáculo del Teatro de los Andes que ha dirigido, con precisión y hondura, Diego Aramburo. Ofelia se ahoga en el interior de un pequeño y plateado cubo de agua, y sin embargo el espectador percibe la fuerza de un río o de un oleaje atravesándola y conduciéndola hacia el descanso eterno. Después, su lecho de muerte se transformará en fuente. Sobran las palabras. La muerte de Ofelia —será ella, y no Hamlet, la que pronunciará las palabras finales “Lo demás es silencio”— cerrará la representación de un espectáculo que tiene vocación de filo de acantilado: corre permanentemente un riesgo, atrae y también incomoda, inquieta mucho.
Ya la primera escena es rotunda: Hamlet devorando literalmente el rostro de su padre muerto, asesinado por su tío, en cuyos brazos ha caído rendida la madre del príncipe. Este Hamlet es un Hamlet violento, marginal, alcoholizado, casi simiesco, nada romántico, ni señorial, ni principesco (...) Un Hamlet indígena y universal, que no sabe qué caminos tomar, astuto, colérico. Un Hamlet que entra en trance y parece un animal herido vagando ciego en un bosque.
Me gusta esa idea del Teatro de los Andes de presentarlo como un “aparapita”. (...) Ellos, como Hamlet, también están metidos en un círculo vicioso de desengaño y muerte, de vacío e incomprensión, manejados por unos poderes a los que cada vez más les resultan molestos cuando no les son útiles.
Ser o no ser, esa es la cuestión. Pero ser qué, quién y cómo. Hamlet de los Andes habla sobre la muerte, la violencia, el castigo, el rencor, el peso de la tradición, la marginación, el abuso del poder, el desengaño, la resistencia, el miedo, la huida imposible, la habilidad del teatro para golpear las conciencias, y la importancia de la palabra. La palabra que advierte contra la barbarie, que reclama justicia, que prende fuego al miedo. Qué gran trabajo sin parafernalias.
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