Con teatro lleno, Osqui Guzmán presentó en la penúltima jornada del Festival Internacional de Teatro de La Paz (Fitaz) una obra, El bululú, con la que se ganó la admiración del público. El bululú del actor argentino-boliviano Osqui Guzmán se robó el show del Fitaz. Nadie ha salido tan ovacionado en trece días de festival. Y no sólo porque el actor —versátil, camaleónico y encantador como todo buen bululú— “suplicara” la ovación, sino porque se la merecía con creces.
El diablo Osqui, con su “duende” mágico y su “ángel” multifacético, con su total dominio del escenario, con su memoria prodigiosa y con una labor-propuesta escénica de lujo, hizo las delicias de un público entregado y maravillado ante un prodigioso, emotivo y devoto acto de amor por el teatro: la mentira más maravillosa. Una actuación, como los romanceros, romántica, donde la palabra, el gesto íntimo y la presencia desdoblada recuperan ese viejo esplendor, ya perdido, dentro de tanta nadería contemporánea.
El “bululú” era y es aquel viejo actor que va sin parar por todos los pueblos, en la mejor tradición del teatro, interpretando, como Osqui, a hombres, mujeres, niños, alguaciles, cucarachas y pícaros charlatanes. Uno de los más célebres fue el español José María Vilches, que recorrió buena parte de Sudamérica, homenajeado por Osqui de una manera brillante y honesta, magistral.
Osqui interpreta a un joven argentino de padres bolivianos costureros, que aspirando a ser un maestro del kung fu se decanta finalmente por la escuela nacional de teatro.
El humor desbordante de la obra tiene guiños inteligentes e irónicos al oficio teatral y la confusión sempiterna de los actores. Guzmán, bajo la dirección de Mauricio Dayub y la colaboración de Leticia González de Lellis, va deshilachando personajes del bululú, intercalando viejos textos del Siglo de Oro español (Cervantes, Quevedo, Lope de Vega), Lorca y Machado, con los retazos del propio intérprete y esa vida de lucha entre la costura y el teatro. Mundos y universos costurados, tiempos y eras tejidos al unísono por un sastre de alta moda.
Canto, magia, talento histriónico a borbotones de un genio dominador de las artes del mimo y la pantomima (el número de la cucaracha es sublime), cambio de registros espectaculares, conexión total e instantánea con el público, humor inteligente y parodias versátiles redondean una obra fabulosa. Sazonada con entremeses que nos devuelven del pasado al presente la fascinación por los romanceros anónimos y los clásicos españoles, nunca tan divertidos y actuales.
Y de yapa, un sentimiento boliviano de orgullo inexplicable, una dignificación del trabajo sin pancartas ni marchas, una loa a la rica labor de los costureros, un viaje hacia los ancestros, más allá de la memoria. Un canto a la palabra, al teatro cosido con hilos de oro. Hilo fuerte para aguantar todas nuestras confusiones, todas nuestras mentiras, las simpáticas y las otras, para tejer la puntada final y sorprendente de una obra que puso al Teatro Municipal de pie, con una ovación digna de La Bombonera, devolviendo a un vitoreado Osqui Guzmán una mínima parte de lo que nos regaló.
No es maldita la confusión cuando se mezclan los caminos, alma de caminante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario