Enojado. Una mañana de julio de 1944 Juan Rimsa dejaba la dirección de la Academia de Artes de Sucre. Del centro se llevaba a un grupo de alumnos, que formarían parte del “Taller Rimsa”, y con quienes pintó el mural, que se cree es hasta el momento el más antiguo del país.
“Gil, ¿quieres irte conmigo? ¿Quieres ser pintor?”, me dijo. “Sí, maestro”, le respondí. “Me tomó de la mano y junto a los alumnos de otros cursos nos fuimos a la plaza. Allí nos contó que dejaba la Academia”, recuerda el pintor Gil Imaná. “Entonces, tenía diez años”, agrega.
Junto a Imaná estaba Josefina Reynolds, otra alumna de Rimsa, quien dispuso tres ambientes de su casa para que el maestro hiciera realidad su proyecto. “Cuando Rimsa vio el espacio, lo hizo remodelar y en la pared principal pintamos un mural, en el que retratamos la fiesta indígena”, cuenta Imaná.
Rimsa hizo el dibujo del mural y lo pintó con sus alumnos. “Esa vez me dijo: Gil, tú no vas a firmar porque eres muy chico todavía, pero nos vas a ayudar a mezclar los colores y a limpiar los pinceles”, cuenta Imaná.
El tema que se pintó en el mural fue sólo un pretexto, pues Rimsa quería ver el nivel que tenían los alumnos. “Este mural es hasta ahora el más antiguo del país. Creemos que es el primero que se pintó en Bolivia”, comenta Carlos Rúa, responsable del área de restauración del Ministerio de Culturas y quien desde hace dos meses está al frente del proyecto Preservación y Revalorización del Muralismo Contemporáneo como expresión sociocultural de Bolivia. “Hallamos el mural por referencias de don Gil Imaná, pues él recordaba esta obra”, explica Rúa.
Juan Rimsa llegó a Sucre en 1944, desde Argentina, para hacerse cargo de la dirección de la Academia de Artes por invitación de la poetisa Yolanda Bedregal, quien también enseñaba en ese centro. “Se fue porque los dueños de la academia no estaban de acuerdo con las formas de enseñar que el maestro tenía”, recuerda Imaná.
Esta obra fue sólo el comienzo de una serie de trabajos que vieron la luz los siguientes tres años en los que el pintor estuvo al frente del Taller Rimsa. “El aprendizaje fue diario. En esa habitación dibujamos mendigos y pintamos desnudos. También pasábamos semanas en el campo pintando paisajes. Una vez incluso nos llevó a la morgue para aprender anatomía y dibujar partes del cuerpo”, cuenta Imaná. “Era un maestro excepcional. Sabía que éramos de escasos recursos, por eso él compraba todos los materiales y nos los daba para que pintáramos”, agrega.
El mural pasó inadvertido por más de 50 años. Luego de que Josefina Reynolds dejara la casona, sus nuevos dueños desconocían la importancia de esta obra. “De hecho, su actual custodio estaba a punto de cubrirla con cal, pues la casona está en plena refacción”, explica Rúa.
Hace un mes, el equipo del Ministerio de Culturas se contactó con el actual dueño. “Le explicamos sobre el valor de la obra, así que decidió conservarla. Convertirá ese ambiente en su sala principal y la abrirá al público. Nosotros gestionaremos con el municipio su restauración”, explica Rúa.
El mural, de 2,71 metros de alto y cuatro de ancho, fue pintado en óleo sobre un muro de yeso; es, según Rúa e Imaná, una obra en la que el maestro, originario de Lituania, hace gala de una “fina técnica” que transmitió a sus discípulos.
Entre sus alumnos estuvieron destacados pintores como José Ostria, Juan Ortega y Luis Aguilar, entre otros. Una vez concluido su trabajo en Sucre, Rimsa se trasladó a La Paz donde replicó la experiencia de su taller. Aquí formó a otros artistas bolivanos como María Esther Ballivián, María Luisa Pacheco y Raúl Mariaca, entre otros.
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