Ana María Vera prolongó su primigenia condición de niña prodigio a la de excelsa pianista consagrada. Nacida en Washington DC, hija de padre paceño y de madre neerlandesa, hizo de su vida una gira permanente: desde que tiene uso de razón está ligada a este instrumento de cuerda y jamás pensó en estudiar otra cosa que no fuera el piano.
Hace poco maravilló con su arte en el Paraninfo Universitario de Sucre, gracias al aporte de Soboce a las actividades conmemorativas del 203 aniversario del Primer Grito de Libertad en América. Con la sencillez que la caracteriza, concedió esta entrevista en la que, entre otras cosas, dice que la educación musical en Bolivia es “desastrosa” y que hay una resistencia al cambio por el egoísmo de quienes se resisten a ser “destronados”.
Los inicios de Ana María Vera en el arte y la cultura tienen mucho que ver con la rutina en casa, donde solían escuchar música. Luego, un pequeño piano sirvió para dar un paso más. Antes de cumplir tres años, su mamá le enseñó la base. “Fui su primera alumna”, dice Ana María. Su mamá lleva ya 40 años siendo profesora de piano para niños.
Ni su padre ni su madre son profesionales de la música, pero su papá era compositor y guitarrista folclórico y apasionado por la música clásica. Ana María no tardó en mostrar que tenía talento. Una profesora húngara la oyó un día y dio su evaluación: “Tu hija tiene manos de oro, hay que cuidarla”. Se convirtió en su maestra, a pesar de que jamás había aceptado una alumna tan joven: cinco años.
Ahí comenzó todo, esa maestra con una tradición húngara formidable hizo más fácil una carrera musical, en la que se tocaba mucho de Bartók, el músico húngaro que se destacó como compositor, pianista e investigador de música folclórica de la Europa oriental.
A pesar de lo pequeña que era para entrar en un mundo tan especial, rodeado de música, Ana María dice que aprendió, junto a su mamá, a encontrar en el piano una diversión. “Eso es un don, algo especial, que un profesor pueda comunicar ese amor a la música y ese descubrimiento que es el aprendizaje del piano”, afirma.
La primera vez que tocó en público, ella ya tenía ocho años. Fue por EEUU (país de residencia) y por Europa. A los 12 años tocó en el Salón de las Américas de la OEA, en Washington, ante el presidente Jimmy Carter. “Fue un momento clave en mi vida, porque murió mi primera profesora y ahí me fui a estudiar con Leon Fleisher, uno de los legendarios maestros de los últimos 50 o 100 años; fue alumno de Artur Schnabel, una tradición que va hasta Beethoven”, explica. Aquí nuevamente se dio ese trato especial, que solo se hace por quienes muestran un verdadero talento musical. En el conservatorio, que solo admitía alumnos a partir de 18 años, entró Ana María, contando solo con 12. Un gran privilegio y un gran desafío para Fleisher, que al verla le dijo: “Espero aprender tanto de ti como tú, espero, aprenderás de mí”. Palabras que al principio no se entendían mucho, pero que hoy Vera capta el verdadero sentido: uno aprende mucho enseñando…
Estuvo en ese conservatorio hasta cumplir los 18, hasta que el mismo Fleisher le dijo que tenía que volar con sus propias alas. Y así lo hizo... se fue a París.
Esta vez era un paso distinto, porque había decidido ser una pianista profesional. Cuando se refiere a este episodio, ella asegura que en realidad era algo que ya sabía desde que tenía seis años.
Ser una pianista profesional no es fácil, aclara. Mucho menos para alguien tan joven como ella. Entrar en ese ritmo supuso vivir en giras, tocar delante de miles de personas y viajar todo el tiempo. Estuvo por todo Estados Unidos, en Canadá y en Europa. Como pocos pianistas, puede decir que se ha presentado en Holanda, Alemania, Inglaterra, Francia, España, Italia y, más allá, en Israel, Japón y Australia.
La rutina de un músico puede llegar a ser muy agotadora, porque en cada ciudad solo se dan solo uno o dos conciertos. Esto supone momentos de soledad y periodos de trabajo arduo con orquestas, en dúos, tríos, cuartetos o quintetos.
La vida de pianista, según Vera, es difícil por su característica de itinerante, pero también por las horas de estudio y durante muchos años.
Si bien el músico nace con algo especial, no todo termina ahí. Hay que saber trabajar esa habilidad para no quedar frustrado. Y eso es lo que le entristece al ver que en Bolivia hay niños y niñas que no tienen las mismas oportunidades que en otros países donde se cultiva, se buscan los talentos.
El verdadero músico sabe que jamás se puede dejar de practicar. “Siempre tienes dudas, siempre tienes que pelear tus batallas, tienes que merecer tu éxito, si es que lo tienes, porque cada vez que te presentas estás desnudo delante del público: no puedes mentir, no puedes delegar a otra persona, tú eres responsable y cada nota es tu responsabilidad”.
Para llegar a ser sobresaliente, Vera llegó a dedicar horas y horas de intenso trabajo, que exige dedicación plena. Y si existe el deseo de mejorar, ese ritmo de trabajo suele mantenerse por toda la vida.
“La primera vez que no me sentí obligada a estar con el piano todos los días fue cuando tuve a mi niña (que hoy tiene cinco años). No podía (ríe), tenía otra prioridad, físicamente no era posible y, además, yo quería ser una buena madre”, comenta. De esa experiencia, sin embargo, le queda el recuerdo de un periodo de confusión, porque venía de un ritmo de vida en el que el piano era más que cualquier otra cosa. Entonces, la sensación era como cambiar un amor por otro.
“Como tenía otra cosa tan importante en mi vida, me dio otro equilibrio, y me liberó: cuando tocaba el piano no era lo único. La ironía es que pude dar más al piano”, señala.
La forma característica de ser de esta pianista tiene mucho que ver con esa mezcla de Bolivia y Holanda, dos extremos casi polares, que de alguna manera los ha podido conciliar. “Las características andinas que tengo de parte de mi padre, que es soñador, tiene otra noción a veces del tiempo, de las prioridades, y el lado muy práctico de mi madre holandesa se complementa y, de alguna manera, han creado lo que soy hoy día”, confirma.
Para una pianista que ha alcanzado el nivel de ella, que ha tocado con los mejores músicos del mundo, volver a Bolivia tiene su explicación: “Es un país que siempre he amado de corazón; aún antes de conocerlo, por mi padre”, explica.
Ahora está aprendiendo lo que es vivir y hacer arte en Bolivia, un país al que solo había venido a visitar a su abuela. “Es toda una aventura, venir a Bolivia por un año, por primera vez, con grandes ideas, grandes sueños”, dice. Se siente motivada por los jóvenes y hasta se ha dado tiempo de seguir la trayectoria de algunos talentos de los muchos que asegura haber encontrado, pero que siente que están frustrados, porque le preguntan cómo pueden hacer para salir o qué puede hacer ella para ayudarlos.
Considera que en los últimos 30 años la situación para un talento juvenil en música no ha cambiado gran cosa, no ha mejorado realmente, y que no se compara inclusive con países vecinos. “Eso no es por falta de talento ni de ganas, no es algo en sí cultural porque aquí hay un gran amor por la música clásica, que es universal; el problema está en la enseñanza, la instrucción aquí en Bolivia es desastrosa”, dice de forma contundente.
Al decir esa frase no habla solo del piano, sino también de la música en general. Hay excepciones, sin dudas, pero en general considera que la instrucción es muy mediocre. “Noto que hay una resistencia al cambio. Yo sé que hay individuos que han tratado de mejorar las cosas y muchas veces no les dejan o les hacen la guerra porque no conviene que mejore el nivel o que traigan un maestro de algún lugar, que muestre cómo se hacen las cosas (aquí) porque los demás quedarían mal, destronados”, señala.
El precio de todo eso lo pagan los más jóvenes, que piensa que en algún momento se darán cuenta de que algo no funciona bien, por eso se quieren ir.
“¿Por qué no traemos maestros y cambiamos la vida no de uno o dos, sino de una generación entera de pianistas o violinistas?”, se pregunta. Cree que es posible y hasta conoce de maestros muy reconocidos que estarían dispuestos a venir.
Vera ha analizado cómo hacer más viable este punto. Sabe que en Bolivia han tratado de aplicar programas sociales, para niños de la calle, en lugares con poblaciones más vulnerables. Las considera iniciativas interesantes, pero lo que ella propone con su Bolivia clásica, nombre de su proyecto, es ofrecer instrucción de calidad. “Es un proyecto a largo plazo, necesitamos hablar con las autoridades gubernamentales, es muy importante que estén al tanto porque esto es algo que no existe en Bolivia y necesitamos apoyo para sostenerlo”, explica.
En ese plan se ha estado moviendo en los últimos meses. De lunes a viernes con la escuela, donde tienen cerca de 50 alumnos: el lunes van a El Alto. Los fines de semana tienen ensayos de orquesta. Para llevar adelante esta iniciativa, el dinero sale de sus propios bolsillos y el tiempo de su propia agenda. Pero esto no la de- sanima. Dice que si uno cree en algo, está dispuesto a vender su camisa para que funcione. Obviamente que también cuenta con el apoyo de instituciones y del sector privado.
El inicio ha sido con niños que ya saben de música, pero donde lo que cuenta es que el talento existe y aprenden a tocar. Muchas veces, incluso, ha visto gente que aprende a tocar, pero no sabe leer música. Y su sorpresa ha sido mayor al ver que ni siquiera en todas las instituciones que enseñan música saben leer bien. Esto les ha mostrado que el proyecto tiene que hacer todavía un trabajo previo antes de invitar a otros maestros del extranjero.
A pesar de toda la trayectoria y el nivel que Ana María Vera ha alcanzado en el piano, asegura que tocar es una experiencia que trae equilibrio interior, que llena tanto, que inspira a mirar siempre hacia adelante.
Y la música la ha llevado a entrar en el mundo de Mozart o de Debussy, a distinguir en cada compositor unas paletas en colores diferentes que usan texturas, construcciones, hasta sicologías. Aunque no los conozca personalmente, un músico sabe que al interpretar sus obras está entrando en sus realidades, de alguna manera.
Tocar en casa es todavía un placer que Vera no sustituye con nada, pero aclara que el talento musical es algo que nace, pero reconoce que abrir el mundo hacia la música o incluir la música en el mundo de un niño tiene mucho valor. “La cosa es que no todos los profesores son buenos y tienes que tener cuidado adónde lo llevas, porque lo puedes desanimar de por vida”, asevera.
Que un padre enseñe a su hijo a gustar de la música, no tiene que ser siempre una tarea que se emprende con la esperanza de que un día ese chico sea profesional. Considera que la música es como otra lengua, porque se puede expresar cualquier cosa. Además, ayuda en cualquier cosa que hagan en la vida, porque da disciplina y sensibilidad.
Gestando una Bolivia clásica
Bolivia clásica es un proyecto musical creado para incluir a Bolivia en el circuito cultural internacional y para agrandar el paisaje global. El objetivo es no solo incrementar la calidad de la vida cultural en Bolivia, sino también romper barreras y brindar esperanza a una nueva generación de jóvenes. Todo este camino se hace tomando la cultura como una herramienta que puede impulsar un movimiento hacia la excelencia en todos los campos. Según los gestores del proyecto, en Bolivia hay una importante tradición musical en el campo clásico, que data de generaciones. Además, el público es cálido y generoso y hay una enorme dedicación entre los músicos jóvenes pese a la carencia y limitados recursos de los que disponen.
Promover y guiar talentos sobresalientes es parte del trabajo que quieren realizar, con la esperanza de que así se inspirará a otros emergentes, y se comenzará un efecto espiral de confianza, ambición y excelencia en el mundo musical boliviano.
La principal gestora, Ana María Vera, asegura que a través de este proyecto también se podrá promover las maravillas de Bolivia hacia el mundo, con la organización de visitas de grandes intérpretes. Y ella, que tiene contactos de toda una carrera musical desarrollada en el exterior, asegura que muchas cosas buenas están aún por venir.
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