lunes, 1 de abril de 2013

Rodrigo Rada, dispuesto a romper la rutina

Es muy difícil que logres pasar de esta noche”, le dijo el amigo de infancia, ahora en su rol de médico, a Douglas Rodrigo Rada. Éste se hallaba en la sala de terapia intensiva y agradeció al compañero la sinceridad. “Creo que es mejor, si te vas a morir mañana, que lo sepas; así harás cosas que de otra forma no asumirías”, opina el artista paceño, radicado en Cochabamba, y que luego de un largo periodo de enfermedad ha superado la embolia que estuvo a punto de matarlo.

Rodrigo ha aprendido lo que vale el tiempo. Y, entre muchas otras labores que ha emprendido luego de dos años en que no pudo hacer nada más que cuidarse, escribe un libro sobre sus dibujos, ha fotografiado toda su obra, la ha ordenado y ha firmado cada una de sus creaciones. No hay nada pendiente, en tal sentido. “Me he dado cuenta de que si tú no asumes este trabajo, nadie más lo hará. No hay institución en el país que se preocupe por la memoria, por la historia del arte”.

Durante el tiempo de mayor cuidado, cuando estaba “guardado”, como él dice, empezó a hacer dibujitos en papeles pequeños. Pero es ahora que una idea que estaba pendiente ha cuajado, por lo que el artista se dice muy contento: ha armado con unos 300 de esos dibujos un mural que invita al observador al juego de mirar lo que forman, desde lejos, y a buscar aquellas figuras que le dicen más, de cerca.

Un monstruo, una mariposa, una mosca... lo que cada quien pueda ver en el muro lateral derecho de la sala de exposiciones de la CAF, en la zona de San Jorge paceña. Y en el detalle, punto, línea, forma; dibujos con lápiz, bolígrafo, pero también hilo, aguja, tornillos, monedas, grapas y un sinfín de objetos, algunos de los cuales se mueven: sólo hay que encontrarlos y darles el impulso. No faltan las huellas de los dedos del artista, y manos, muchas manos que vienen de las que ha trabajado para una exposición en Dublín (Irlanda), aunque para esa muestra —HandJob, proyecto de Alan Phelan que ahora mismo está en la Oonagh Gallery— se decantó por una instalación con guantes de goma.

La exposición de la CAF se titula Margen. Y como concepto se halla lejos ya de esa realidad de estar enfermo, aclara el artista ganador del Premio Siart y de la Bienal de Santa Cruz. Para exorcizar esos días de dolor ya hizo Tregua (2012), un trabajo con objetos y dibujos que, sin embargo, algo adelantaban de Margen.

Ya lo juzgará el observador, pero permítase algunos apuntes más acerca del mural-monstruo. Las obras “son como recortes. Es mi intento de transgredir los límites del dibujo a lápiz, sin que deje de ser un dibujo objetual”, explica Rada, quien al darse cuenta de cómo la mirada se posa en una figura amorfa lograda con hilo rojo, cita a su colega Alejandra Alarcón, que igualmente se habría detenido en este dibujo que parece mirar desde dos puntitos sutiles que bien podrían ser unos ojos.

La cualidad de dibujante del artista es harto conocida. De hecho, así se presentó en La Paz a mediados de los 2000 en una exposición en Espacio Patiño con la que marcó su retorno de México, luego de una década en que vivió y se formó allí en la Universidad de Las Américas (Puebla).

Aquella vez, llenó los muros de enormes dibujos a lápiz destinados a ser borrados. “Es curioso. En México trabajé mucho con el concepto de prótesis, con vínculos simbólicos entre las personas, en espacios en los que los objetos comunes pueden convertirse en simbólicos y en cómo la gente le da significaciones a un objeto mientras la persona de al lado no le importa. Era para hablar de la otredad, del ser diferente, el yo y el otro, en fin”. Ya en Bolivia, por las coyunturas que encontró no siempre accesibles para obras conceptuales, dice, “la obra cambió y se volvió dibujo”.

En 2005, Rada ganó el Salón Internacional de Arte con un video brevísimo: un hombre patea la pelota, ésta rebota y le da de lleno en la cabeza a otro hombre. La otredad, nuevamente.

En 2008, un dibujo en tinta, en el que se ve un enorme espacio negro que se va blanqueando en virtud de una mujer que barre, le valió el galardón de la XVI Bienal de Santa Cruz de la Sierra.

Y así, más facetas del artista fueron manifestándose: escultor, fotógrafo, pintor, instalador; estuvo muy activo, con exposiciones nacionales e internacionales, residencias en el país y fuera de él...

Cuando su salud le puso un alto, “cambió mi metodología”, dice. Guardó su maleta y la vida de aquí para allá y asumió una más ordenada, “lo cual ha cambiado todo”. Los dibujos “empezaron a sintetizarse, cambiaron los formatos”, aunque la esencia de este arte, punto, línea, están siempre presentes, porque en definitiva “es donde empieza todo lo demás”.

En la actual muestra en la CAF, dos dibujos llevan el sello más reconocible de Rada, al estilo de Las barrenderas. Superficies que él oscurece y que por contraste dan vida a figuras humanas.

Al artista no le interesa tanto, en esta oportunidad, que la atención se dirija a esas obras, sino a las “nuevas”: el monstruo y un mural condenado a desaparecer. En la pared que continúa respecto de la puerta de ingreso a la galería, como si de lejos llegase, avanza un nadador. El mar no es de agua sino algo más sólido y que da la impresión de ser agudo y difícil. “Como minas”, sugiere el creador. Es un dibujo con tiza —blanco sobre negro— sumamente vulnerable y con esa condición de efímero que caracteriza a muchas de las obras de arte contemporáneo.

Tales son las obras de Margen, la muestra curada por Cecilia Lampo y con la que Rodrigo Rada, “una vez más, le estoy dando vueltas a los límites del espacio, a aquel que hay entre la realidad y la incertidumbre. Quiero pensar que el piso no está abajo ni el techo arriba; deconstruir lo que percibo como realidad. En la obra del nadador, por ejemplo, espero estar rompiendo la rutina... bueno, lo que es mi rutina”.

Curador e investigador

Al margen de la producción, Rodrigo trabaja en otras ramas que, eso sí, no se alejan del arte. Es uno de los curadores, junto a Alejandra Dorado, del tercer Festival de Performance Cimientos que, a nivel internacional, está convocado para mayo y que tendrá lugar en el Centro Portales de Cochabamba. “También presentaré una obra”, desliza, pero esencialmente está entusiasmado por la posibilidad de compartir con el cubano Luis Garciga y el argentino Santiago Cao, y con los nacionales Santiago Contreras, Galo Coca, Roberto Valcárcel, entre varios otros.

Y está la elaboración de otro libro, dedicado esta vez a la historia del performance en Bolivia. “Tenemos el festival, hemos organizado jornadas y plataformas en el país, así que estaba ahí la inquietud de consolidar la parte histórica, tan necesaria para continuar”. Como curador “estaba ya interesado en conocer lo que se hizo, para no inventar el hilo negro otra vez. Elizabeth Torres, directora del Centro Patiño en Cochabamba, coincidió con esta necesidad y juntos, además de con Alejandra Dorado, emprendimos el trabajo”.

El artista afirma haber descubierto mucho de lo que ni sospechaba. Por una parte, porque al vivir años fuera de Bolivia, “no tenía vivencia de muchas cosas”.

Por otra, la sempiterna ausencia de registro en el país. Entrevistas, por ejemplo con Sol Mateo, Angélica Heckl y Valia Carvalho, “me aclararon bastante acerca de los orígenes del arte contemporáneo y de las plataformas que comenzaron a armar performances y arte no tradicional”.

Entre las revelaciones para él, y seguramente para muchos, artistas incluidos, Rada menciona, luego de reconocer en Roberto Valcárcel “a nuestro padre y creador, fundador, no sé cómo llamarlo”, artistas y obras que están también en los orígenes y en el desarrollo. “He descubierto una obra que Angélica Heckl presentó dos veces, en Cochabamba y La Paz, que ni ella había documentado. El cineasta Martín Boulocq tenía una grabación, así que la tenemos; hicimos de detectives muchas veces: miramos fotos de presentaciones buscando si alguien tenía una cámara y así trazamos las pistas”. De esa forma identificaron a María Luisa Ramírez, “una artista que hasta 2005 fue muy activa e interesante por su trabajo con el cuerpo y el dolor femenino”.

Para el libro se tenía que elegir un eje articulador amplio y se decidió que fuese precisamente el cuerpo.

Otra actividad como curador, que se alista para octubre, es la cuarta bienal Contextos, cita que tiene como corresponsable a Ramiro Garavito.

Demasiado para un sobreviviente, se le comenta. “No lo soy, para nada. Soy simplemente una persona a la que le tocó vivir una experiencia extrema y había que enfrentarla. Nada más que eso”.

Derecho a crear

Así, repasando el rompecabezas de dibujos que cada vez se abre más, dejando ver, por ejemplo, hombres con la columna vertebral formada por grapas, se nos ocurre comentarle que hace poco, durante una cita teatral con programadores internacionales, las obras bolivianas merecieron el comentario de “teatro del no lugar”. Algo malo, pues los invitados esperaban algo más “boliviano”.

“Hace como un año di una conferencia en Argentina y mostré imágenes de la obra de 20 artistas bolivianos, entre ellos Gastón Ugalde, Valcárcel y Galo Coca.

Al final se me acercó una reportera y me dijo que era una barbaridad que renegásemos de nuestras raíces prehispánicas y que nuestro arte contemporáneo era como el de todos los demás. Lo cierto es que si hay gente que perdió sus raíces prehispánicas y cree necesitarlas, que las busque; pero sin que nosotros seamos víctimas de ello”.

“Tenemos —declara el artista— el derecho de buscar nuestra identidad y expresión donde nos dé la gana. No tenemos por qué estar esclavizados por lo que se supone que son ‘nuestras raíces’. Éstas ya están en nosotros y Coca es un buen representante de ello. Estamos demasiado enterados de lo que pasa en el mundo para no tener una visión abierta. Y la identidad no es algo cerrado, menos en un país como Bolivia, tan distinto y variado. La diversidad es nuestra; abracémosla también desde el arte”.

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