miércoles, 5 de julio de 2017

San Rafael, restaurador



Su expresión es de tristeza, como si estar postrado en aquella silla blanca le causara una pena eterna. El niño de dos siglos tiene la mirada gacha, vestido solo con una bombacha blanca. En eso, Rafael Gonzales ingresa a la habitación pequeña atiborrada de obras de arte y alza al pequeño para analizar cómo hará su trabajo. Él es un restaurador que lleva más de 22 años siendo el reconstructor y creador de imágenes sacras, además de coleccionista furtivo de antigüedades en Rafael’s Colonial Art, en la tradicional San Pedro.

La criatura que sostiene en sus brazos es un Niño de Praga de un metro de alto, con estructura de madera maguey, cabello natural y ojos de vidrio que a la primera impresión parecen reales. Ahora está prácticamente desnudo, con las manos como si pidiera limosna, una ayuda del “santo restaurador”. A Rafael le gustan las artes desde muy joven. De hecho, en el colegio se destacaba en las clases de talleres, pintura y artes plásticas, de tal manera que sus profesores se quedaban con sus trabajos como recuerdo. Por esa razón, cuando terminó el colegio, viajó a Buenos Aires (Argentina) para estudiar Bellas Artes y luego trabajó en la fabricación de lámparas. Sin embargo, el ajetreo de esa ciudad le incomodaba, empezó a extrañar la quietud y tranquilidad de las calles paceñas, motivos suficientes para preparar el retorno y no irse más.

En su nueva etapa, cuando daba los primeros pasos como artista independiente, conoció a Ingrid Crespo, quien tiempo después se convertiría en su esposa y principal socia en el taller. Como en cualquier oficio, esta forma de arte para la conservación tiene varias subespecialidades, como la pintura, el tallado o la restauración. El restaurador no es solo un pintor-artista que iguala los colores originales de un cuadro o el que —como creen muchos— maltrata una obra con el uso de disolventes indebidos. Al contrario, se trata de un profesional que conoce el método y materiales del trabajo que está interviniendo. Es por ello que en un rincón de Rafael’s Colonial Art hay una pequeña biblioteca con todo lo relacionado a pinturas, esculturas y antigüedades. Rafael, quien abrió la tienda para pintar cuadros y hacer tallados, al final se decantó por la restauración, en especial por el arte sacro, ya que la mayoría de sus clientes le llevan figuras del Niño Jesús, la Virgen María y otros patronos. Ubicado en la calle Boquerón esquina Luis Lara, al frente de la parada de minibuses que se trasladan a Río Abajo, la tienda tiene dos mostradores como si fueran guardias que protegen las antigüedades.

Confundido entre carpinterías y a orillas del popular mercado Rodríguez, la tienda-taller parece un espacio reducido, con unas cuantas figuras de santos; pero al cruzar la puerta, uno se lleva la grata sorpresa de ingresar a un mundo de ensueño.

Arcabuceros, San Francisco, la Virgen María, el Tata Santiago y un teléfono antiguo forman parte de la colección.

Una estufa metálica a carbón, un botellón de vidrio de tono violeta y unos cascos de la Segunda Guerra Mundial son la antesala de un sinfín de estatuillas. En el desorden está el orden del establecimiento. Lo primero que llama la atención son las lámparas que cuelgan del techo, con adornos de vidrio y acabados perfectos. Es necesario detenerse para observar la tienda de modo minucioso. Lo más fácil de reconocer es la Virgen María, de diversos tamaños, colores y posturas. Luego está Jesús, desde los niños cusqueños hasta el crucificado. Lo complejo es saber los nombres de los santos, aunque Rafael se encarga de responder todas las dudas. En el enredo de historias, las miradas se concentran en el altar republicano detrás del escritorio de San Restaurador. Es un ornamento hecho de cedro, con terminación de oro viejo. Por el acabado perfecto, varias personas preguntan de qué iglesia lo trajeron, pero se trata de un trabajo que Rafael hizo en dos años, con el objetivo de demostrar el cariño por las figuras.

Hace algo más de dos décadas, la tienda era un pequeño mostrador de trabajos, ya que el artista debía salir constantemente a los domicilios para llevar a cabo las restauraciones. En la mayoría de los casos, la gente se opone a que sus obras de arte salgan de su casa o que alguien extraño las toque. Por eso es que Rafael empieza ganándose la confianza de sus clientes. Después de algún tiempo, el curador de San Pedro se hizo conocido por la calidad de su labor, así que comenzaron a llegar cada vez más arreglos de imágenes sacras. Por ello es que en la temporada navideña carece de tiempo debido a la cantidad de pedidos. De hecho, solo recibe contratos hasta el 10 de diciembre, con el afán de no fallar en las entregas. Las otras temporadas con más clientes ocurren cuando se acerca la fiesta del Tata Santiago (el 25 de julio), a la que le sigue el Señor de la Exaltación (14 de septiembre), la Virgen de Copacabana (5 de agosto) y la Virgen de Urcupiña (15 de agosto).

Al lado derecho del atelier, mimetizada entre las figuras y objetos vetustos, Ingrid está concentrada en un Niño Cusqueño de pelos rubios ensortijados, con mirada esperanzada —al contrario del Niño de Praga— y sin brazos. Con el pincel empapado con pintura del color claro y armada de mucha paciencia retoca los detalles de la obra. “Se siente un alivio y una paz al estar con las imágenes, siento que me protegen”, comenta justo antes de volver a mojar el pincel en el barniz. El acabado tiene que ser perfecto, así lo saben Ingrid y Rafael, por eso es que la sonrisa de Jesús —al igual que las figuras que crean o rehabilitan— está adornada con una lengua y unos dientes, además de unas pestañas casi reales. Sea cual fuere el trabajo, Rafael investiga al personaje que va a crear o recomponer. Por ejemplo, sabe que el Señor de Exaltación debe mostrar un Cristo crucificado con el rostro demacrado y la mirada hacia abajo; en cambio, cuando mira al frente se trata del Señor de Mayo, y cuando observa el cielo infinito es el Espíritu Santo. De las 5.000 imágenes religiosas que ha reunido durante todo este tiempo, las más queridas por Rafael están acomodadas en el altar dorado, cada una con una historia diferente.

El trabajo meticuloso de la artista por poner en buenas condiciones una figura sacra.

Rescate

El más antiguo, por ejemplo, es el Señor Justo Juez, una figura de casi 350 años, un busto de medio metro de alto que muestra a Jesús con una corona de espinas y las manos atadas, que San Restaurador lo rescató de una hacienda de los Yungas que iba a ser demolida. Otras varias reliquias las consiguió de esa manera, de casas antiguas que son destruidas para levantar edificios sin alma. La otra figura que engalana el sagrario es un Señor del Espíritu “que me lo han traído en un pañuelo”. Sucede que el propietario tenía la efigie en su velador, hasta que una noche, cuando buscaba posiblemente sus lentes, se le cayó y el crucifijo quedó hecho trizas. “No se preocupe, va a quedar perfecto”, consoló Rafael al cliente. De los restos de yeso rearmó la obra de arte hasta dejarla incluso mejor de lo que era, por lo que se lo quedó en propiedad. “No se tiene que confundir que nosotros veneramos las imágenes, sino que en realidad adoramos a Dios”, aclara el reconstructor, para explicar que cuando reza pone a los santos como intercesores del Creador.

Para San Restaurador, lo primordial es que las figuras provoquen una fuerte sensación, como la vez en que una comitiva de Oruro llegó al taller para recoger un Cristo Crucificado, la sorpresa fue tal que cuando lo vieron, todos se arrodillaron y empezaron a rezar. Rafael admite que lo que más le entristece de su profesión es que personas que cambian de religión boten a la basura imágenes invaluables, de siglos de antigüedad, aunque guarda el consuelo de que otra gente las recogen de los desechos y las dejan en el taller para que recobren su valor artístico. “Hay gente que los alza de la basura con un amor impresionante”, recalca. La conexión espiritual con las figuras llega al punto de que tanto el restaurador como la restauradora conversan con ellas en el momento en que las están creando o componiendo. “Te voy a dejar bien, ayúdame a que te ponga mejor”, suele decir ella cuando está trabajando. La pasión por su arte no tiene límites, Rafael llegó al extremo de sacarse sangre para colocarla en una imagen de Jesucristo, que está guardada en una de las paredes, entremezclado con las lámparas, santos y cuadros disímiles. En la tienda-taller existe un código especial cuando se trata de adquirir uno de estos objetos, ya que el cliente no debe referirse a que está comprando, sino que debe preguntar “cuánto cuesta el cambio”. Rafael guarda una sorpresa para el visitante, pues tiene otra habitación llena de antigüedades. Como si se tratara de un lugar secreto, abre una puerta de madera y sube varias gradas hasta llegar a otro piso. “Sean bienvenidos a mi colección de antigüedades”, dice cuando deja ingresar a un ambiente de joyas vetustas pero bien conservadas. Urnas, cofres, espejos, estatuillas de bronce o plata, cuadros centenarios y una figura incaica que mantiene el polvo de los años son algunas de las joyas. Existen pinturas de santos y vírgenes que tienen ropa pegada, que da la sensación de alto relieve.

Colecciones de rostros de todo el mundo, que adornaban las salas de la zona Sur; cálices donde se bebía la sangre de Cristo, y juegos de té exclusivos son algunas de las joyas que durante más de 22 años ha rehabilitado y creado San Restaurador. l





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