lunes, 5 de junio de 2017
El reciente ciclo de las sinfonías de Beethoven permite vislumbrar un nuevo tiempo lleno de creatividad para la Sinfónica.
Que hubiéramos de esperar hasta 2017 para llevar a cabo la presentación del ciclo completo de las sinfonías de Beethoven es muestra del mediocre nivel que hemos vivido hasta ahora en el cultivo de la música clásica como arte vivo. Pero para no ser pesimista diremos con el dicho popular, “más vale tarde que nunca”, porque las nueve obras maestras del gran maestro se ofrecieron por separado en numerosas veces y siempre tuvieron gran aceptación de público. “Beethoven siempre vende”, nos decíamos en los niveles organizativos de los espectáculos musicales de los elencos nacionales.
De todos modos, el abordar la preparación de cada una de las nueve obras maestras en un solo paquete en el lapso de un poco más de un mes era un desafío que debemos acreditar especialmente a favor del maestro Weimar Arancibia, que ha retornado al país lleno de inquietudes que nos hacen vislumbrar un nuevo tiempo lleno de creatividad para la Orquesta Sinfónica Nacional.
Para cada programa en los que se trabajaron dos sinfonías en cada uno y en un orden “desordenado”, que se prefirió, tomando en cuenta duraciones, equilibrios y contrastes, director y músicos contaron con dos semanas y seis ensayos, con la excepción de la Novena que, dadas sus dimensiones, requirió más tiempo. En ese espacio se manifestó con claridad el empeño del director y de los integrantes para aprovechar cada tiempo en ir puliendo cada frase y sección de las obras hasta llegar a hacerlas con perfección y expresividad. Tanto los músicos más experimentados como los más jóvenes se esforzaron en superarse y se evidenció un espíritu de entrega que puede ser testimonio de la inspiración de la música y del contenido emocional de la misma.
Las dificultades y los desafíos que presenta la partitura eran superados en cada ensayo. El fragmento de que se trataba en cada vez iba surgiendo hasta lograr el contorno requerido por el director. Así, se pusieron en evidencia tanto la sensibilidad y profesionalismo del maestro Arancibia, como su sólido conocimiento del estilo y su apego a la partitura. El material impreso con el que trabajó fue la clarísima edición crítica que ha publicado hace pocos años el eminente musicólogo inglés Jonathan del Mar, que ha limpiado muchos de los errores presentes en las ediciones al uso.
El ciclo abrió con las sinfonías No. 1 y No. 3, llamada Heroica. La obra primera bebe aún de las maneras del clasicismo de Haydn y Mozart, aunque, según un agudo comentarista “ya asoma la garra del león”. En cambio, la Heroica es una obra consumada en la que Beethoven da rienda suelta a su inspiración cargada de sentimientos llenos de exaltación próxima a las ideas libertarias y que parecían encarnarse en la figura de Napoleón Bonaparte. Cuando el maestro se enteró de que su héroe se declaró emperador, borró con furia su dedicatoria. De todas maneras, la versión ofrecida por director y orquesta supo mostrar en ambas obras sus propias características: finura y forma en la primera y lucha y triunfo en la Heroica.
Las sinfonías No. 4 y No. 7 se presentaron en el segundo programa. ¡Qué contraste notable entre ambas obras! La Cuarta es plácida y llena de bellas frases que lindan con la expresividad schubertiana, tal vez vislumbrando el inaugural romanticismo. La No. 7 es toda ella ímpetu y exuberancia rítmica, que le valió el calificativo de “apoteosis de la danza”. Requerían ambas un especial trabajo de detalle que vimos ir plasmándose en los sucesivos ensayos y que se demostró acertado en los conciertos.
El tercer par lo conformaron las sinfonías No. 2 y la No. 5. La Segunda sinfonía es otro paso de Beethoven hacia los nuevos rumbos que iría a tomar su producción sinfónica y de otros géneros. Encontramos bosquejado en ella el motivo principal que se desarrollaría mucho después en la Novena. Nuevamente Arancibia y la orquesta nos sumergieron en el goce estético de esta pequeña joya. En cambio la Quinta, sin duda la más popular de las sinfonías después de la Coral fue entregada al público en un acumulador pathos signado por los “golpes del destino” hasta desembocar en el exuberante movimiento final y que en esta oportunidad electrizó verdaderamente al público.
Siguieron las sinfonías No. 6, llamada Pastoral, y No. 8. El glorioso canto a la naturaleza con sus toques pintorescos como la imitación del canto de las aves o la tempestad que da paso al canto agradecido de los campesinos por el retorno de la calma en la Pastoral, fueron otros tantos logros interpretativos que llenaron con sus sonoridades los espacios del Centro Sinfónico Nacional. A su vez la Octava, vivaz y desenfadada, nos envolvió en un nuevo torbellino de tiempos muy acelerados, pero correctos y en estilo apropiado.
La culminación llegó con la presentación de la sinfonía No. 9, la Coral. Comentarla como obra musical sería ocioso, dada la aceptación que tiene en todos los públicos. Solo cabe destacar el desempeño positivo de todos los participantes: los cantantes Diana Azero, Akiko Makiyama, José Luis Duarte y Marcelo Aguilar que conformaron un cuarteto muy homogéneo, la Sociedad Coral Boliviana, siempre atenta a las diferentes dinámicas y con sonido límpido y vibrante y punto alto para su directora Ana Agramont. En resumen, todo el ciclo fue una experiencia muy grata que augura para el próximo futuro nuevos logros para el talentoso director y el conjunto orquestal.
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