Se abre el telón y aparece un hombre vestido de negro, con lentes y una gorra con varios pin de símbolos rockeros, de la que asoma por atrás una coletilla rizada. Es José Luis Lora, artista de 58 años que está sentado en un banco de El Prado, en La Paz, su ciudad. Es raro verlo por aquí sin sus compañeros de trabajo: dos esqueletos músicos. Uno toca la guitarra eléctrica y, el otro, la batería, al ritmo de los Rolling Stones y otros rockeros que suenan en los parlantes. Son dos marionetas que José Luis creó, ocho años atrás. Desde entonces les da vida en el espectáculo T’ili Rock, con el que solía amenizar los fines de semana en El Prado. “Ahora, Bolivia es mi lugar de vacaciones”. Se cierra el telón.
Se levanta de nuevo para mostrar La Paz, 40 años antes. En su casa, el pequeño José Luis agarra las cortinas que su padre jamás le deja tocar, las cuelga en el patio a modo de telón y, por diez centavos, los niños del barrio entran y se acomodan para ver la función. El joven artista presenta el espectáculo, se esconde entre bastidores, vuelve a asomar con títeres, luego se cambia de ropa y aparece tocando la batería (de ollas) de su mamá, después relata un cuento... Y recibe aplausos.
Con lo que gana, se compra revistas y, cuando ya las ha leído, saca una mesa y una silla a la calle, y las alquila a sus vecinos mientras hace sus tareas del colegio. Antes de que papá vuelva del trabajo, recoge todo y entra a casa. El progenitor no se entera de nada hasta muchos años después, gracias al silencio de la cómplice: su mamá.
Tercera escena. “Soy rockero y amo los títeres”. Además, adora la calle. “Es un espacio que cobija a todo el mundo, ahí está la vida”.
Egresó de Arquitectura. Era lo suyo, según una prueba escolar. “En ningún test te va a salir: titiritero”.
El T’ili Rock comenzó en Bolivia pero, desde hace tres años, lo representa más en el extranjero. Ya ha estado en Argentina y Chile, y tiene previsto recorrer toda América Latina. Dice que en el país —donde durante los 90 dio vida, junto a su esposa, al Taller del Barrio, un prestigioso grupo de títeres — los artistas callejeros son tratados como “delincuentes culturales”. Y él no piensa dejar las marionetas. “Aquí no me dejan trabajar”. Así que se ha hecho ciudadano del mundo. “Siempre hay otro lugar donde ser feliz”
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