Definir una exposición de arte lograda con los tonos del color que prodiga la naturaleza, es penetrar en el lenguaje íntimo de Gilka Wara Liberman, quien llegó a crear una treintena de cuadros realizados en la técnica del óleo sobre tela. La muestra denominada Alma astral está, sin duda, inspirada en las “propiedades mágicas” del espacio sideral, acentuándose la pureza lírica de su arte en los trazos, donde el color lo llena todo hasta formar las figuras que dan paso a la imagen total del cuadro.
En su conjunto, la exposición da la impresión de un fuego artificial de pinceladas, por momentos atenuado por la transparencia del agua, por la delicadeza del velo, como también acentuado en la viva policromía de los insectos, de las flores o de las piedras relucientes, sin dejar de lado ciertos detalles de equilibrio en el tono destinado a determinados personajes.
Podría afirmarse que frente a muchas de sus pinturas los colores aturden —en el buen sentido de la palabra— como si se tratara de una construcción plena en sonoridad, en un acercamiento entre pintura y música, analogía muy propia de la crítica de arte. Si fijamos la atención en los detalles de estas creaciones, encontramos una ingenua desnudez al representar a un ser humano en medio de la vegetación, o cercano a insectos de coloridas alas o caparazones encendidos. Enmarcados en espacios de más de un metro cuadrado, ciertas pinceladas no resaltan a primea vista, sino que aparecen en el recorrido visual de quien tiene interés especial en las figuras que observa de frente.
Apreciar la naturaleza, en todo su esplendor, lleva a enfocar la muestra en el Naturalismo del siglo XIX, no obstante de cierta tendencia cercana al Expresionismo, pues la paleta de Liberman resalta por la contundencia del color, lo cual permite la vertebración de imágenes, o sea el ordenamiento de cada figura incluida en varios de sus cuadros, ya que no se trata de una sola imagen, sino de muchas que dan sentido artístico a su obra.
Los nombres destinados a sus lienzos, sintetizan un vasto contenido, como en Lagarto verde, nominado en singular, no obstante de existir otros saurios que completan la pintura. En Agua marina, se captan los grandes alcances creativos de Gilka, pues se tiene una doble percepción que llega a identificar un par de hongos cristalinos, sin excluir la posibilidad de que tales figuras, en realidad sean dos agigantadas gotas de agua, haciendo honor al nombre genérico que le dio la artista, en el entendido de que el agua que rodea las apariencias de primer plano, toma un color oscuro, como un mar en su infinita lejanía.
CARACOL. Ubicar a un caracol en medio de las flores, es emplear los colores primarios con aquellos que son resultado de combinaciones técnicas. En ese sentido, Caracol y flores tiene detalles tan interesantes como el blancor de ciertas flores, en una posibilidad de representación del silencio pictórico, entre los tonos oscuros del pequeño animal, el tronco de un árbol y el infaltable verde de reino vegetal.
En Quirquincho. la fuerza del color logra impregnar un brillo áureo, intenso y uniforme, extendido en toda su armadura, cuyas placas logradas con gran acierto por la artista, dan una impresión de joya labrada en oro.
Si del ser humano se trata, asombra aquella Mujer volcán, por tratarse de un “autorretrato” creado, con tal imaginación, que llega a deleitar, sin dejar de sorprender que esa mujer sea la artista volcada de espaldas, con el cabello formando la falda volcánica. Otra figura igualmente sugestiva es Mujer viento, dada la delicadeza creadora de una nerviosa anatomía causada por la transparencia, por demás imaginaria, propia de todo viento. SUPREMO. El recorrido nos lleva a detenernos en lo que puede calificarse de imagen antónima a las mencionadas, porque el principio del ser humano está inmerso en el Ser Supremo; concretamente, en la religión que se profesa. Si hablamos de la creación del universo, resalta que toda la belleza observada en estas pinturas se origina en las manos de Dios. La pintura pone en primer plano la mano que hizo posible el encantamiento del paisaje planetario, acercamiento al sentido total de la exposición, porque lo astral encuentra, precisamente en lo celestial, galáctico a cósmico, lo que Dios construyó, es decir, el origen de todo lo maravilloso que encierra el paisaje universal. No queda fuera de catálogo el ícono Madre de madres. Allí está la madre de todos, la Virgen, en una reverencia tan firme, como la mano que traza estas figuras.
Así como la religión toma espacio en la muestra pictórica, también la literatura clásica está presente con las imágenes de Don Quijote de la Mancha y su escudero Sancho Panza. Cerca de ambos aparece Rocinante, el caballo del hombre de la triste figura, como también la cabeza del asno que cargaba al escudero. A todo ello se suman otras figuras humanas que bien pueden representar el contenido de la obra de Cervantes, a lo cual se suman otros detalles susceptibles de ser apreciados, por no decir encontrados, en quien fije su mirada en este cuadro.
Entre la interpretación de cada cuadro y el valor artístico de cada una de las pinturas está el buen sentido de quien observa los óleos de Gilka, puesto que todos en su conjunto dan la opción a un razonamiento muy particular, ajeno a crítica artística o comentarios pluralizados.
El nivel de estas obras artísticas, ubica a Gilka Wara Liberman en un sitial reservado a nombres consagrados, más aun si es reconocida la trayectoria de la artista, quien radicó por muchos años en México, donde contó con maestros que guiaron su afición por esta disciplina artística.
Esta interesante y atrayente exposición plástica se exhibe en las salas del Espacio Simón I. Patiño (Av. Ecuador 2503, Sopocachi) de lunes a viernes en horario 09.00 a 12.30 y de 15.00 a 20.00
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