Pintado todo de dorado, encima de un pequeño banco de madera y manteniéndose quieto por mucho tiempo, se puede observar a Miguel Ángel Quispe, una estatua viviente que se atrevió a traer este arte a la Capital del Folklore de Bolivia.
Miguel Ángel es de Tupiza y llega esporádicamente a Oruro para tratar de ganarse el sustento con su arte muy poco entendido por las personas, pero él no se rinde y continuará en este arte para tratar de darle mejores días a su pequeño hijo Angel Ezequiel, que vive en Tarija.
Él explica que para dominar este arte no tuvo ninguna instrucción, simplemente fue práctica y voluntad para tener una alternativa de ganarse la vida, después de terminar el servicio militar.
"Solo es práctica para quedarme quieto, pedirle a la gente de Oruro que me colabore un poquito más, hay muy pocas personas que apoyan el arte callejero que hago".
Si bien se vieron muchos casos de personas que son afectadas en su salud por la utilización de colores metálicos en la piel, Miguel Ángel asegura que aún no sufrió ninguna descompensación, pero está seguro que en más tiempo se afectará su bienestar, pero eso no le importa ante la falta de trabajo en Bolivia, según el artista callejero.
"Yo creo que tal vez con el tiempo, pero no hay ningún problema por el momento. Estoy ya unos tres años trabajando en esto, desde que salí del cuartel, yo vengo a Oruro por un tiempo y después vuelvo a Tupiza. Mi mayor deseo es llegar al exterior, pero no hay apoyo, creo que no llama la atención mucho", remarcó.
Equilibrio, postura y un entrenamiento riguroso son los factores que determinan a este artista, que solo pide el apoyo de la gente por el sacrificio que realiza al exponerse a los cambios climáticos.
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