domingo, 14 de junio de 2015
El sentimiento y la maestría de Rosmery Mamani
Toda exposición de arte plástico que exhibe las obras de Rosmery Mamani, cubierta ya de prestigio internacional por sus creaciones pictóricas plasmadas en el realismo, tiene justificadas razones para un elogio. La crítica y la crónica periodísticas, en particular, como la opinión de expertos, convergen hacia el mismo centro de admiración dirigidas a sus creaciones logradas con sentimiento y maestría.
En una época en que las exigencias son mayores en todo ámbito pendiente de la evolución artística, Rosmery Mamani da la sensación de estar dominada por un inmenso respeto hacia su propia personalidad, lo que queda demostrado en múltiples trabajos consignados al ser humano. Para lograrlo recurre a una pintura alejada del claroscuro y aceptada desde el siglo XIX entre los más connotados pintores; grandioso movimiento de liberación espiritual que se impuso a una enternecida evocación de tendencias, poéticamente llevadas en el tiempo.
Si el fin de todo artista es presentar su obra de acuerdo con la sensibilidad que carga ante el panorama abierto de la naturaleza, Rosmery Mamani basa sus trabajos en una impresión visual motivada en lo espiritual de su mirada. La obra Fruto del deseo es uno de sus cuadros que encajan en esta impresión. Allí está la manzana, tentación llevada al simbolismo de toda debilidad humana con irradiaciones del mundo bíblico, aún no contaminada por la impureza del pecado. Tampoco deja de lado la atmósfera, paisaje o plenitud de ambiente, al trazar una sombra diluida, como perdida en una niebla luminosa. Allí esta la visión de Mamani trasladada con destreza a través del pincel guiado por su sensibilidad creativa, dando un tratamiento especial a la creación del desnudo.
Esa misma inquietud la encontramos en otros cuadros que representan indígenas con la mirada fija, como detenidos en el tiempo, rodeados de un paisaje con cielo sombrío, ligeramente oscurecido entre tonalidades mezcladas de luminosidad y bruma. Son dos corrientes del realismo en dos figuras ancestrales, transmisoras de aquel ayer que no muere porque pervive en medio del silencio, entre las quejas del viento.
No sé qué signo será aquel que ata a los campesinos a su tierra. Allí están hombres y mujeres desplazándose callados por llanuras o áridas planicies; quizá alguna vez por un bosque risueño a la vida. Pero hay una mirada que los acerca hasta nosotros, los que estamos en el otro confín de la Tierra. ¿El prodigio?... es la mirada de la artista que lo puede todo con sus pinceles u otros instrumentos de trabajo, cuando no solamente son los dedos prodigiosos los que hacen posible penetrar en lo hondo del sentir humano, con solo un trazo, como el poeta logra con la pluma cambiar el ritmo de su rima, dando un giro que aleja la honda tristeza que lo agobia, a fin de acercarlo a una sonrisa que lo ensalce y purifique.
En el Espacio Cultural Mérida–Romero encontramos en estos días las grandes creaciones de Rosmery Mamani, entre las cuales nos detiene un rostro aymara con la mirada fija, quizá en un pasado encajado en los recuerdos, o tal vez en un presente doloroso sin futuro para seguir por la senda elegida. Cuando una pintura conmueve por la expresión de la figura, se puede llegar solo a supuestas conclusiones, tal como ocurre en esta obra, titulada Contemplando sueños. Tiene el sombrero apoyado al pecho y la cabeza algo inclinada hacia abajo, como si el peso de su mirada le obligara a volcarse con tanta reverencia, quizá ante una tumba, o solamente ante la Madre Tierra, en pos de mejores días.
No cabe duda de que la artista, para el logro de esa pintura trabajada en la técnica del pastel, fijó su atención en los recursos más apropiados en pos de alcanzar la perfección de los trazos, el color y lo que encierra las artes plásticas cuando son practicadas con talento. A esa obra se suma El Hombre, síntesis de una vida reflejada en la frente y el peso concentrado en las mejillas.
Para lograr otras imágenes, la pintora paceña acude a distintas técnicas que dejan observar la calidad de trazos al concretar sus ideas a través de óleo, acuarela y pastel, en las cuales sus pinceladas hicieron posible las figuras logradas sobre lienzo, madera, papel o cartón. ¡Cuánta ternura para pintar a los niños! Un bebé dormido le inspiró su obra Reflejos del alma en el prodigio de la creación humana.
Niñas con el típico aire de la inocencia en medio de juegos y alegrías, apreciable en el cuadro Kimberley. Y qué decir de la pintura llamada Cicatrices. Semblante femenino de mujer joven con tinte afro-boliviano, luciendo los rasgos típicos de los labios resaltados en el rostro oscuro. Cerca a ella está otra joven, Zamira, con el perfil intensamente moreno y el torso desnudo marcado por la delicadeza de las formas juveniles, síntesis del candor humano. En estas pinturas vuelve a reflejarse el nivel artístico de Rosmery Mamani al llevar a un primer plano la pureza de su espíritu y no volcar líneas grotescas allí donde todo es divino.
Cabe resaltar, de igual manera, sus creaciones inspiradas en la belleza anatómica de los cuerpos desnudos; referencia dirigida hacia una mente fija en el esplendor del cuerpo femenino. En esos cuadros se puede observar el equilibrio de los miembros de la mujer de acuerdo a formas trazadas artísticamente, como una referencia sujeta al principio de la Divina Proporción, conocida en los anales de la pintura universal. Son pinturas donde la perfección resalta la beldad de imagen.
No queda en segundo plano una original pintura, sobre madera, que resalta por el hecho de tratarse de desperdicios caseros. Un rincón cualquiera apila objetos en desuso, lo que hace de una pocilga una obra de arte.
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