Cochabamba se ha convertido en un escenario diurno y nocturno de arte callejero, circense y musical que tiene su máxima expresión debajo de los semáforos de ciudad, en las plazas, buses, restaurantes y espacios céntricos. Los peatones, sobre todo los más chicos y los conductores son los más seducidos por los malabarismos y el espectáculo de los artistas callejeros.
Con acento gaucho, María Celeste Correa Andrean de 21 años, contó que llegó a Bolivia hace un mes y lleva en Cochabamba tres semanas. Es la primera vez que sale de su natal Argentina y hoy demuestra su arte circense en las calles. Al ser consultada sobre dónde aprendió las técnicas que expone debajo de los semáforos, asegura que “todo se aprende en la calle”.
Mientras el semáforo está en rojo, en la avenida Libertador y Aniceto Padilla, la joven convierte la calle en un escenario. Toma cadenas con fuego y sorprende a los conductores con arriesgados malabares. Tras ello, el público premia su espectáculo con unas monedas.
“Hacemos esto para vivir y conocer el mundo”, afirmó Correa, quien pide que se la vea como una artista. Sin embargo, reconoce que “hay gente que lo toma mal y otra bien”. A pesar de ello, aseguró que continuará su meta: recorrer Sudamérica mostrando su arte en la vía pública.
El swing es una de las técnicas circenses más utilizadas en las calles para la formación de figuras visuales. Consiste en la danza del artista con varios elementos como cintas, pájaros, antorchas de fuego, banderas y pelotas. Sin embargo, los artistas en su mayoría extranjeros también interpretan música, hacen artesanías y otro tipo de malabares para sobrevivir en las calles.
Con un clarinete en mano, el argentino Franco Santillán aseveró que ha recorrido muchos países de Latinoamérica. Dijo que comenzó a viajar a sus 18 años. Toca música con flauta traversa y una variedad de instrumentos de cuerda. Además, de hacer arte callejero y artesanías. Hoy con 28 años, expresó que es posible vivir del arte “tranquilamente y muy bien”. Pero, reconoce que no aspira a mucho.
Para la boliviana Erika Contreras Canedo, el arte es un estilo de vida. Contó que aprendió baile, malabares, artesanías y su pasión la pintura cuando se “lanzó” a viajar por el mundo hace 12 años. A pesar de dejar su carrera para ello, aseguró que “no se ve haciendo otro trabajo”. Añadió que el trabajo es bien remunerado, ya que puede ganar hasta 150 bolivianos por hora. Los artistas itinerantes que pasan por Bolivia se quedan al menos tres meses.
Manifestaron que el arte es sinónimo de libertad, que les permite conocer el mundo y aprender en cada destino un nuevo arte. A pesar de que existen personas que ven su expresión como “limosna”, también, hay quienes los “admiran”.
El original modo de vida de estos artistas es más llevadero en las ciudades hospitalarias, como Cochabamba.
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