domingo, 14 de julio de 2013
Lampo remarca las huellas de lo cotidiano
Hace tiempo que la artista Cecilia Lampo se dedica a recolectar imágenes con ayuda de su cámara fotográfica: paisajes, objetos. Y hace mucho también que esas fotos no se quedan así nomás, sino que son intervenidas por la pintora que también es Lampo. Esta vez, la exposición que ofrece el Espacio Simón I. Patiño de La Paz está dedicada a lo cotidiano, lo que pasa a diario por los sentidos de las personas sin que éstas reparen realmente en su existencia.
Huellas de lo cotidiano se llama la muestra de fotografías que en una de sus partes fundamentales tiene un jarro como motivo. Cuenta Lampo que se topó con ese objeto en la casa de una amiga, cuyo padre es el dueño del recipiente de metal. En él destaca el nombre del propietario —Javier Bilbao La Vieja— grabado a mano y una fecha: 10 de junio de 1955, Curahuara.
Hay que saber que ese lugar de Oruro, Curahuara de Carangas, en aquel año era un campo de confinamiento para los opositores políticos del Movimiento Nacionalista Revolucionario. “El tema me toca de cerca, pues un tío mío estuvo también confinado y mi padre igualmente, aunque en otro lugar”. Pero no es tanto el hecho político lo que conmueve a la pintora y fotógrafa, sino la huella que le hace preguntarse por “la necesidad que habrá sentido el dueño del jarro de definir su espacio, de cómo veía la vida”.
El aludido es un hombre ecuánime, moderado, según lo ve Lampo que es tan amiga de la hija, Carmen Bilbao, también artista, y que por ello llegó hasta aquel objeto que desencadenó una serie de imágenes.Huellas y más huellas. El viejo jarro, desportillado, adquiere entonces una presencia poderosa. Su única cara cilíndrica rota en las imágenes; se explora en su interior, su asa, su base. Tres grandes fotos lo muestran “tal cual es”. Y luego se lo descompone para armar una especie de rejas. Y también las fotos ganan manchas de pintura, sutiles o encubridoras, que recuerdan que antes de nosotros hubo alguien mirándolas, trabajándolas, manipulándolas.
Con tal experiencia en la retina se puede pasar a otro espacio que la exposición abre al espectador y que presenta varias fotografías enmarcadas a la manera de ventanas. Tazas, platos y otros utensilios para beber o comer que pertenecen a la propia Lampo, a su madre, a conocidos suyos: una diseñadora, un arquitecto, una historiadora, un monje, un ama de casa, un geólogo se abren como ventanas en los muros desde sus marcos de madera.
Hay objetos utilitarios, diseños de los años 50 y hasta una antigua batidora de cristal con la que la niña Cecilia ayudaba a hacer postres a su abuela, “aunque nunca aprendí a prepararlos”, comenta divertida. Y un recipiente de piedra precolombino, que Lampo supone ha debido tener uso ritual, se integra al conjunto de lo prosaico gracias a las dos asas pintadas en intenso blanco.
En todo caso, objetos muy cercanos a las personas cuya presencia se puede entonces intuir.
La misma presencia intuida, aunque no siempre poética, es la que busca sugerir Lampo en otra serie de imágenes dispuesta a la manera de un diario de vida que su suma a lo ya descrito. “Son tomas de las quemas en Coroico (Yungas, Bolivia), también cotidianas, que lamentablemente miramos sin hacernos mayor problema; las aceptamos como algo que pasa sin que nos importe”.
Pues para hacer que se vea es que están las fotos y, sobre todo, las intervenciones, los puntos y rayas de color que el pincel traza en aquéllas.
Pero a no confundirse. Lo de Lampo es arte, no documento. La creadora lo explica: “Creo que todas las imágenes son falsas. Parto de esa premisa. A pesar de que creemos fidedignamente en todo lo que vemos, en realidad siempre es un punto de vista distinto de lo que sería la realidad. Siendo imagen falsa, trato de darle un sentido de mi visión interior a través de la pintura”. “Vivimos”, dice la artista, por un lado en “el mundo real” y por el otro, “en un mundo que es parte de la interpretación, absolutamente irreal, aunque no nos damos cuenta”.
De allí que sobre la imagen, de esa “interpretación de la realidad”, Lampo subraye cosas o las borre. “Por eso he reunido pintura y fotografía, en la consideración de que todo es falso”, y lanza la carcajada que es como el sello de identidad de la fotógrafa y pintora.
¿Qué diálogo, por tanto, es el que espera entablar con las otras subjetividades, las de los espectadores? “El arte puede tratar de cosas importantes, de cuestiones filosóficas, pero yo creo en eso de que los seres humanos tienen la tendencia a darle sentido a su vida, y ese sentido lo puedes dar a través de lo más cercano”. Y allí están los utensilios domésticos para remarcarlo. Diálogo. Por otro lado, “me interesa que la sociedad boliviana se vea y se conozca a través de lo que yo también veo. Estoy diciendo: ‘por favor, mirémonos, y tal vez vayamos un poquito más a pensar qué está pasando en Bolivia y cómo funciona esto. Veámonos y entendámonos”. Y entonces salen al paso las intervenciones sobre árboles chamuscados o animales en las casas rurales.
Al menos, es la interpretación de una subjetividad, la de la periodista, frente a lo que salta a la vista desde los blancos muros de Patiño.Hasta ahí, la propuesta de la artista, quien además es la curadora —junto a Alfredo La Placa— del espacio de arte de la CAF. ¿Qué busca ella cada vez que alguien le propone arte?, se le pregunta. “Espacios de reflexión”, sostiene. Es lo que la conmueve de una obra. “Cuando me acerco, sobre todo el arte conceptual, espero que me diga algo y que ese algo me lleve más allá en mi comprensión del mundo y del universo... universo puede sonar rimbombante, pero no si pensamos en que éste es también lo más cercano a uno”. Como los utensilios de cocina y comedor, hay que añadir por si hiciera falta.La Lampo. El currículo de Cecilia Lampo dice que nació en La Paz. Estudió arte y pedagogía del arte en Alemania y carpintería en Suecia. Todos sus conocimientos se han vertido en algún momento en sus creaciones. La madera, por ejemplo, ha sido también materia de su trabajo creativo, como muestran muebles y piezas en las que no cubre sino que resalta vetas y texturas.
Desde 1994 que participa de exposiciones individuales y colectivas que le han llevado por museos y galerías nacionales e internacionales. Ha ganado, con una pintura de trazos fuertes e intensos colores, el Premio Salón municipal Pedro Domingo Murillo y dos primeros premios en Interart, todos en La Paz.
La muestra Huellas de lo cotidiano, inaugurada estará abierta hasta el 31 de julio en el Espacio Patiño (Av. Ecuador 2503 esq. Belisario Salinas, edificio Guayaquil, mezzanine. El horario para efectuar visitas es de lunes a viernes (09.00-12.30; 15.00-20.00).
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