martes, 4 de septiembre de 2012
Francisco Tito Yupanqui El escultor inca de Copacabana
Por Elsa Dorado de Revilla
La política incaica, para asegurar la sumisión de los territorios que iba anexando al imperio, consistía en trasladar de una región a otra a los “mitimaes” que eran grupos étnicos o familiares no todos provenientes de la misma región a fin de establecerlos en pueblos distantes que inspiraban poca confianza al gobierno central. A estos advenedizos, se los consideraba de la sociedad alta denominada “Hanansaya” (los de arriba), para diferenciarlos de los naturales del lugar “Urinsaya” (los de abajo). En la distinción, todos los privilegios eran para los primeros y las cargas para los segundos, originando este criterio clasista numerosos conflictos entre ambas parcialidades.
Pese a que la evangelización ya se había extendido a comienzos de la colonia, desterrando los ídolos paganos que formaban parte de la religión panteísta que antes prevaleciera, la división entre estas parcialidades se iría acentuando en las márgenes del Titicaca, donde los del barrio de abajo no aceptaban la imagen elegida por los del alto para entronizar a la Virgen de la Candelaria como Patrona del pueblo entonces llamado Santa Ana de Copacabana (fundado en 1572 como reducción uro por Pedro Ortíz de Zárate, según Ramos Gavilán); habiendo rechazado la talla de la Candelaria labrada por Francisco Tito Yupanqui, por desconfiar que las manos rudas de un nativo puedan modelar obra digna de veneración, prefiriendo se la traiga desde España o se la encargue a algún artista hispano de renombre. En cambio, los lugareños desde tiempos anteriores habían propuesto que se entronice como Patrono a San Sebastián.
Al prologarse las disputas entre ambos bandos, la desmoralización había cundido, esperándose que solamente una fuerza sobrenatural mediara para aliviar el conflicto. Por aquellos tiempos, en el agro la falta de lluvias y la helada amenazaba con la pérdida de las sementeras, por lo cual al fracasar las rogativas a San Sebastián, los lugareños, se inclinaron por orientar su súplica ante la imagen de la Candelaria per suadidos que febrero era el mes apropiado, al atribuir a la Virgen cualidades de fecundidad similares a los de la Pachamama.
Así aparece la talla de la inspiración de Yupanqui, cual manifestación divina que aliviara sus aflicciones, disipando los conatos de resistencia de la parcialidad de los urinsaya. Para ello, sin duda, ayudaría mucho la licencia para la fundación de la Cofradía de la Virgen de la Candelaria, otorgada por el Obispo de La Plata monseñor Alonso de Ramírez Graneros, convertido en su principal devoto, pues el alba del 2 de febrero de 1583 se revistió de luz y resplandor, con el clamor triunfante ante el paso de los portadores de la sacra imagen y su séquito, correspondido por ecos de llanto, oraciones y canticos de la muchedumbre que salía a su encuentro.
Instalada sobre un humilde altar de adobes su belleza celestial, fue celebrada su entronización para convertirse desde entonces en la Virgen Morena del lago sagrado de los incas, siendo hoy como ayer, santuario y consuelo de los romeros que acuden desde las más diversas latitudes del mundo, cantando:
“A tus pies madre llega un infeliz cargado de angustias y de penas mil…”
(Ilustraciones del libro ¨El calvario del escultor de Copacabana¨ de Marcelo Arduz Ruiz).
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